Los riesgos del ocio

Llegar a Chiapas.

Sentir como el calor, no excesivo como había creído, va envolviendo mi cuerpo con esa humedad que siempre hay en Tuxtla.

Dejar de lado, una vez más, el consejo que me doy cada vez que llego a una ciudad nueva de no hablar en exceso con el taxista. 

Saber que afuera del auto, la oscuridad esconde el verde esmeralda que extraño de vez en cuando; ese color que me niego desaparezca de mi vida, esa fogosidad de la naturaleza que necesito volver a ver para saber que sigo siendo yo y no una sirena seca en el desierto.

Excitarme con cada cosa nueva que descubro en el camino del aeropuerto al hotel, conocer un mundo de gente amable y no por las propinas, sino porque parece que así son todos en Tuxtla; te saludan en la calle, te sonríen sin conocerte, te auxilian si no sabes cómo llegar y hasta te hacen de cenar sopita de tortilla calientita, aunque el restaurant vaya a cerrar en diez minutos.

Bajar a desayunar y encontrar a todas estas escritoras maravillosas: Elsa, Fanny, Maru, Perla, Jazmín, Guadalupe, Alejandra, Marisol, Camelia, que, entre sorbo de café, chistes, contar sus vuelos, beber agua de Jamaica, morder galletitas, alegría por conocer a Marisol en persona, y plática con Beatriz, no dejaron de ultimar detalles para el buen inicio de lo que considero una feria del libro bastante necesaria.

La cuarta emisión de la Feria Nacional del Libro de Escritoras Mexicanas comenzó un poco tarde no a causa de la organización de estas nueve mujeres, sino por lo de siempre, las autoridades que, con su llegada tarde, no le dieron la importancia que debería tener esta feria, no solo porque es nacional, sino porque es un lugar de encuentro para las múltiples voces femeninas que hay en nuestro país. Pero una vez inaugurada, cada mesa inició a tiempo.

Mi amiga Daniela y yo nos sorprendimos gratamente con la manera como todo fluyó sin problemas. Tal vez, el día que faltamos a las mesas por irnos a conocer el maravilloso Cañón del Sumidero, algo falló en algún momento, pero estoy segura de que fueron cosas fuera de la organización ya que cada una de las nueve promotoras estaba en tiempo y forma en su lugar. Fue un cambio refrescante después de compartir, Dany y yo, nuestras experiencias de la Internacional de Saltillo, donde nadie nos recibió ni nos enseñó nuestra sala ni nada. En fin, en Chiapas, todas fuimos tratadas como escritoras, así fuera tu primer libro, sin importar la edad de cada una, o la cantidad de publicaciones. Nos hicieron sentir como en casa.

Fue muy grato compartir con escritoras con las mismas o distintas formas de ver la literatura; tener la oportunidad de, efectivamente, hablar en torno a la literatura, no solo la nuestra, sino, desde lo que se está haciendo en nuestra región, hasta lo universal. Descubrir que disfrutamos de conocidas comunes a pesar de la distancia. Hacer nuevas amistades literarias, gracias a las redes sociales que nos dan la oportunidad de seguir en contacto.

Un encuentro al que valió mucho la pena ir, a pesar de los problemas de salud, a pesar de no haber podido caminar más, para conocer los alrededores. Bastó con darme cuenta de cómo las escritoras mexicanas derriban aquel mito de “mujeres juntas, ni difuntas”.