Death of a Unicorn (2025)

A estas alturas no es necesario explicar sobre el tipo de productos que realiza la compañía A24, por lo que pasaré directo a decir que esta ocasión toca hablar sobre la cuarta película que estrenó este año, en el South by Southwest Festival el pasado mes de marzo, Death of a Unicorn, opera prima del director Alex Scharfman, estelarizada por los mediáticos Paul Rudd y Jenna Ortega, misma que tiene su estreno tardío programado en México para este fin de semana.

La historia, fiel a muchas otras de la compañía, utiliza la fantasía y la comedia negra para contarnos la historia de un padre viudo, Elliot Kintner (Rudd) y su hija Ridley (Ortega), quienes viajan para acudir a una reunión en la mansión del jefe del primero, Odell Leopold (Richard E. Grant), en medio de una reserva natural. Él millonario farmacéutico planea dejar a Elliot como cabeza de su compañía ya que padece cáncer terminal y le queda poco tiempo de vida. Durante el trayecto es evidente que la relación entre padre e hija no es la mejor debido a las personalidades contrastantes de ambos, situación que empeora gracias a la insistencia del primero por realizar una llamada a su jefe debido a su retraso, misma que provoca que atropelle algo en la carretera, algo que resulta ser, como el nombre de la cinta indica, un unicornio. 

Renuentes al principio sobre el animal que han arrollado y viendo que este se encuentra sufriendo por las heridas, Elliot lo remata a golpes, salpicando a ambos con su sangre. Debido a que el tiempo sigue avanzando, deciden que lo mejor es cargar el cadáver en el auto y continuar su camino, llegando a la mansión donde son presentados a Belinda (Téa Leoni) y Shepard (Will Poulter), esposa e hijo del magnate respectivamente. Es durante la primera reunión para afilar detalles sobre la transición del mando de la empresa, que ruidos desde el vehículo demuestran que el animal no estaba muerto, siendo asesinado por uno de los guardaespaldas de Odell, haciendo público que se trata de una criatura mitológica.

Al darse cuenta de que una condición cutánea de Riley, así como la miopía y alergias de Elliot se han curado, se llega la conclusión de que la sangre del unicornio fue la razón, por lo que el millonario la utiliza para sanar y planea toda una gama de productos para volverse aún más rico gracias a este descubrimiento. Mientras todos en la propiedad comienzan con la planeación y utilizan partes del animal para diferentes fines, Riley parece ser la única que se interesa en descubrir sus orígenes, así como darse cuenta de que en realidad estos seres no son tan lindo y dulces como se nos ha contado, cosa que se confirma cuando la venganza se presenta en el lugar de forma brutal y sangrienta. 

Death of a Unicorn no se anda con rodeos, desde la presentación del unicornio en los primeros minutos del metraje; hasta su descarado mensaje “eat the rich” anticapitalista donde la ambición desmedida de la familia rica es retratada de forma directa, mientras se burla de sus miembros con obvios estereotipos plasmados en cada uno; terminando con las escenas gore que bañan la pantalla de sangre en el último acto. Todo esto se agradece en un tiempo donde la mayoría de los productos optan por lo sutil y podría en otro caso haberse aplaudido, pero así como el director y guionista se ha aventurado a regalarnos un caótico relato fantástico sobre relaciones familiares, diferencia de clase, capitalismo descontrolado y demás temas que quiso abordar, esta misma paleta de subtramas termina siendo lo que juega en contra en una película que en otras manos y con menos líneas narrativas pudo haber sido una de las grandes cartas de A24 este año, sobre todo por el calibre de su reparto; pero nunca logra enfocarse en lo que nos quiere decir y termina tan sólo como una película divertida con moraleja desdibujada, con personajes que, si bien divertidos, terminan siendo unidimensionales ya que se pierden entre tantos temas tocados. Esto es el mayor pecado que ha cometido Alex Scharfman, puesto que replica ese comportamiento visto muchas veces en los directores primerizos, quienes buscan cubrir la mayor cantidad de ideas posibles como si temieran no volver a trabajar jamás. Tal vez con algún trabajo previo y un fogueo que le permitiera la depuración, esta historia pudo haber sido su Gremlins (1984), con las abismales diferencias con la cinta de culto, claro está. 

Lo anterior es importante, claro, el guión siempre será la columna vertebral de un producto y este tambalea por varios flancos, ya sea en su crítica social o en las partes referentes a la dinámica sentimental entre un padre y su hija, pero esto no quita que la cinta resulte ser lo suficientemente entretenida y bien actuada para que pasemos un buen rato disfrutándola, incluyéndome a mi entre esa parte del público. Es evidente que en su creación se encontraban pretensiones y expectativas altas, mismas que no se cumplen, pero si la vemos como un producto comercial que pudo haber funcionado mejor en algún servicio de streaming como Netflix, donde la verdad sea dicha, Ortega es reina, su relevancia hubiera sido mayor, ya que su desempeño en la taquilla fue por demás triste. En este tipo de servicios el publico acepta y abraza producciones de menor calidad porque en la mayoría de los casos se busca el disfrute sencillo y esta película pudo darlo sin problemas debido a las situaciones cómicas y exageradas que a más de uno pudieron provocarles un buen rato, sobre todo por el nivel de comicidad que logran los actores, a pesar de los personajes que les tocaron.

Sobre ellos y a pesar de que sabemos quiénes son el dúo de protagonistas, de quienes no tenemos queja, aunque la química entre ellos no funcione como se esperaba, los mejores momentos recaen en el trio que interpreta a la familia millonaria. Téa Leoni pudo haber escogido un mejor proyecto para su regreso después de 14 años sin trabajar en alguna película, pero se agradece que esté aquí, ya que su superficial y materialista Belinda es posiblemente lo mejor de la cinta; junto a un Will Poulter que igual lo vemos inhalando polvo de cuerno de unicornio, que recitando las frases más tontas de todos, con una seriedad que resulta tan cómica como realista. Ambos son por mucho lo mejor del reparto, aunque Richard E. Grant no se queda muy atrás. Ese tipo de personajes que cuando llega el momento de la masacre quieres ver morir de manera gráfica y dolorosa, gracias a la manera en que son interpretados.  Sin ellos la película sería en realidad un suplicio predecible y desangelado.

Pero esta es una cinta fantástica donde los unicornios son el eje central, lo que dota de importancia su diseño, mismo que, dejando de lado algunas escenas donde el CGI vuelves a ser el gran talón de Aquiles de la producción en su parte técnica, la manera en que fueron imaginados está muy bien lograda al volverlos aterradores cuando es necesario, haciendo que olvidemos a los tiernos animalitos mágicos que hasta el momento nos han mostrado en otras versiones. Junto a esto, el diseño de producción podría ser el otro aspecto técnico por rescatar, exagerado y contrastante, pero funcional.

Death of a Unicorn no es para nada otra de esas cintas A24 que se quedan en el colectivo mental porque termina siendo una que cae a la mitad de todo y se volverá olvidable al poco tiempo, tan es así que no hay mucho para hablar de ella. Disfrutable si no se espera mucho de ella y con algún buen momento por ahí, pero nada más. Nos encontramos en junio y hasta el momento el estudio no ha podido estrenar su gran proyecto de este año, por lo que queda esperar a la segunda mitad para esperar alguna sorpresa verdaderamente mágica y fabulosa, ya que esta no lo fue.