The Flash (2023)
The Flash es una película de la que es un poco difícil escribir, no porque sea muy compleja, sino por todo lo que la ha rodeado desde la compra de Warner por parte de Discovery, con el respectivo reinicio del DC Universe que vino a raíz de esto. A estas alturas para nadie es un secreto que este mundo que se intentó crear para competir contra Marvel nunca terminó de funcionar y que tuvo más descalabros que aciertos. Salvo el éxito comercial de WonderWoman (2017) y Aquaman (2018), el resto tuvieron resultados de medios a malos y recibimientos críticos pobres en la mayoría de los casos, cosa que volvió a ocurrir este año con el fracaso de Shazam! Fury of the Gods y, precisamente, la cinta de la que hoy escribo.
Puede entenderse entonces la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva, pero eso dejó tanto a esta película, como a Aquaman and the Lost Kingdom (2023), en un limbo que nos hace preguntarnos si en realidad estas debieron estrenarse o quedar enlatadas por siempre, ya que, si sabemos que estos personajes forman parte de un grupo que ya no existe, ¿qué tanto interés puede generar entre el público? Warner, con esto en mente, ideó toda una campaña alrededor de la idea de que esta es la cinta que viene a generar el mencionado reinicio, aunque una vez vista, podemos decir que, por más que se hayan hecho cambios que apoyen esto, es notorio que no fue pensada así. Si a esto le sumamos la pesadilla de relaciones públicas y el deterioro en la imagen de su protagonista Ezra Miller, no se tiene que pensar mucho para encontrar la razón del poco éxito que ha logrado la producción.
En un universo perfecto, nada de esto debería importar si la cinta logra sostenerse por sí misma, venga, no sería la primera vez que actores despreciables y rodajes catastróficos han logrado éxitos más que decentes en recaudación. Y esa es precisamente la cuestión aquí, que The Flash se queda a la mitad en todo sentido, volviéndose un producto que puedes amar u odiar, ya que eso depende del gusto personal (yo sí la disfruté), pero que no será recordada por su lograda historia o por su gran despliegue visual; pero vamos por partes, ya que primero hay que hablar de los relacionados con su realización, selecciones que considero no muy acertadas.
Empezando con el director Andy Muschietti, quien se ha curtido en el terror, responsable de Mama (2013) y las dos partes de la versión cinematográfica de It, todos productos con una calidad media con resultados decentes en la taquilla, por lo que podemos llamarlo funcional en este sentido, y hubiera sido una buena idea su contratación si The Flash tirara para algo más oscuro o tétrico, pero no es así, ya que la trama y tono caen del lado de la comedia sentimental, por lo que parece que sólo trataron de replicar el caso de Sam Raimi en la secuela de Doctor Strange, donde su visión sí sirvió para ciertas secuencias que se acercaban al terror, pero aquí el director se siente fuera de su elemento.
El segundo punto es sobre su guionista, Christina Hodson, quien replica el caso del director. En su caso su carrera cuanta con 4 trabajos previos, siendo la calidad de algunos de estos lo que hace dudar, ya que es la mente detrás de los terribles thrillers Shut In (2016) y Unforgettable (2017); aunque por lo menos ella logró algo digno con la escritura de Bumblebee (2018) y su único acercamiento previo al cine de superhéroes con Birds of Prey and the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn (2020), que puede no ser una joya, pero resultó lo suficientemente efectiva en su género, por lo cual resulta irónico que en esta ocasión el guión parezca tan disperso y débil.
Su trabajo conjunto no termina por acoplarse, desaprovechando las oportunidades que da el jugar con líneas temporales, las cuales, eso sí, resultan más congruentes que en otros productos del tipo, a pesar de haber apostado a lo seguro y mostrar situaciones vistas en reiteradas ocasiones en otras cintas. En este caso su lastre no se encuentra ahí, no, incluso llega a tener momentos de madurez narrativa bastante poderosos en sus pocos momentos de brillo, pero estos se diluyen contra la comedia, divertida y funcional claro, pero casi adolescente por la que se optó para las situaciones en las que las diferentes versiones de Barry Allen interactúan, apostando por lo fácil, cosa que llega a volver intolerables a ciertos personajes debido a su actuar o lleva a momentos que se sienten forzados en su intento por hacer reír al espectador. Repito, no es terrible, pero hubiera sido mejor definir la estructura narrativa para un solo lado, en lugar de tratar de dar una profundidad que ellos mismos destruyen al esforzarse demasiado en ser graciosos.
Estando al tanto de que estamos ante una producción divertida, pero que no vino a reinventar el género y mucho menos a salvar al DCU, podríamos enaltecer entonces otros aspectos, como las actuaciones y los aspectos técnicos, pero en este caso ambas cuestiones tampoco sobresalen, aunque en diferentes niveles, repitiendo ese sentir de quedarnos a medias también en estos apartados. Explico.
Yo no soy actor, por lo que no puedo hablar a fondo en este sentido, más allá de lo que me transmiten los histriones con sus interpretaciones, lo cual también es subjetivo, pero me centraré en lo que hicieron con los personajes y si estos los favorecieron o no. Empezando con el elefante en la habitación, que es el protagonista Ezra Miller, quien aparece casi en la totalidad del metraje e interpreta a dos versiones de Barry, logra que sintamos lo que se necesita, su tristeza, su dolor y frustración, lo cual sería muy bueno si no tuviéramos todos los antecedentes de su conducta fuera de cámara, lo que provoca un sentimiento encontrado con lo que vemos en pantalla. Esto en realidad es positivo, ya que su Barry, lleno de inseguridades, logra que sintamos ternura y empatía para él, caso opuesto a su versión más joven que llega a desesperar, pero en ambos casos se debe a la escritura de sus personajes, no tanto a su talento, el cual, nos guste o no él como persona, sabemos que es grande y aquí lo demuestra porque hace suya la pantalla, haciéndonos desear por momentos que el actor fuera así en la vida real.
El resto del reparto, tanto papeles secundarios, como los múltiples cameos, físicos y digitales que aparecen en pantalla tienen diversas calidades y pesos. El principal atractivo, se sabe, es el regreso de Michael Keaton como Batman, 30 años después de enfundarse en su traje de justiciero. En su caso nada importa, lo vemos y nos emocionamos, a pesar del tiempo, a pesar de lo poco o mucho que su personaje se desarrolle, él fue el primer Batman cinematográfico y su presencia siempre será agradable, con su carisma y brillo que se renovaron de unos años a la fecha. Pudo haber sido un simple cameo y se hubiera agradecido igual.
El otro personaje con peso, que irónicamente resulta unidimensional, es el de Maribel Verdú, la madre de Barry y motivo por el que se causa todo el caos. Sus escenas son las más emotivas, incluso protagoniza la secuencia que ha provocado las lagrimas de los espectadores, pero esto se debe más al contexto en que se dan y a la actuación de Miller, que a las líneas o profundidad que se le dieron a su personaje. Ella está ahí como catalizador, como fuente del dolor y la razón del todo, pero sabemos cual es su destino y parece que la guionista ni siquiera intentó darle un peso significativo como personaje separado de su hijo. La actriz cumple, porque siempre lo hace, pero es imposible brillar con tan pocas líneas y base dramática.
Si la historia apenas cumple y las actuaciones resultan funcionales a secas, pudiéramos pensar que esta sería una de las cintas que basan su poder en sus efectos visuales y diseño de producción pero, como todo el mundo que ya la vio puede corroborar, estamos ante el aspecto más débil de toda la producción. Los efectos visuales en esta ocasión resultan desastrosos en varias escenas, sobre todo en la creación de seres humanos. Desde el inicio mismo, con la secuencia en un hospital, la cinta comienza a hundirse en este aspecto a una velocidad mucho mayor que la del protagonista mismo, con unos bebés digitales que resultan irreales y grotescos como cada ocasión se hacen bebés de manera computarizada; pero el mayor fracaso en este sentido se da en la recta final, cuando dos de los cameos (uno que resulta sentimental e hilarante por partes iguales según se esté al tanto de la historia detrás de cámaras) fueron elaborados, sin explicación alguna, en este formato y resultaron lamentables. Se puede notar que se trató de crear un aspecto visual llamativo por parte del departamento de diseño de arte, pero el haberlo realizado de forma digital fue un error monumental. Se agradece que después de este momento se de la escena con mayor carga emocional, ya que logra que olvidemos por minutos lo que acabamos de ver, pero apenas ponemos un pie fuera de la sala las imágenes regresan y es imposible tratar de encontrarles un lado positivo.
Ok, parece que me he ensañado con la película, pero como dije al principio, en mi caso la disfruté bastante y eso es algo que se agradece en cualquier clase de cinta, pero eso no quita que las expectativas sobre The Flash hayan provocado una sensación de decepción generalizada y su consecuente fracaso económico. Pudo ser más, si, en otras manos y con un trabajo más cuidado, aunque nunca sabremos como era la versión original antes de los reshoots, tal vez en unos años salga un director´s cut y todo sea maravilloso, pero por el momento esta versión no ha cumplido, confirmando que el reinicio es necesario y que lo que se viene arrastrando no tiene la calidad que se ha prometido desde el inicio de este universo. Divertida, sí; una buena película, no.