Queer (2024)
Después del éxito de su cinta Challengers estrenada el pasado abril, el director Luca Guadagnino regresa para presentarnos su segunda película de este año, Queer, basada en la novela corta homónima del escritor William S. Burroughs, estelarizada por Daniel Craig. Con comentarios mayormente positivos, mas no sobresalientes, desde su estreno en la edición 81 del Festival Internacional de Cine de Venecia, como suele suceder con la filmografía del director, la cinta ha generado conversación sobre la actuación de su protagonista, los temas que trata, la manera que son retratados y el tono seleccionado para realizarla. Ahora que hemos podido verla en México, es momento de hablar sobre ella.
La historia sigue a un expatriado estadounidense de nombre William Lee (Craig) que reside en la Ciudad de México de los años 50s, pasando sus días saltando de bar en bar en compañía de su amigo Joe Guidry (Jason Schwartzman), sosteniendo encuentros sexuales intrascendentes con hombres que conoce por las noches, hasta que descubre a Eugene Allerton (Drew Starkey) un joven del que cae enamorado (u obsesionado). Después de un inicio dubitativo sobre el tono de su relación y a pesar de la aparente química entre ambos, la relación se torna lejana, conflictiva y termina llevándolos en un viaje, en el sentido físico y emocional, en la búsqueda en Sudamérica del yagé, una supuesta planta capaz de permitir la telepatía a las personas, cosa que interesa al protagonista. Esta travesía provocará que ambos descubran partes de la personalidad del otro y de sí mismos que se mantenía oculta, sin poder volver a ser lo que eran antes de cruzarse en la vida del otro.
Antes de profundizar en la cinta y hablar de ciertos aspectos de esta, se debe mencionar que Queer en su formato de novela es una secuela de su obra Junkie, escrita 32 años antes y en donde narra los acontecimientos que lo llevaron a terminar en México. Ambas historias representan una suerte de autobiografía del escritor, por lo que varias situaciones que suceden en la cinta cobran más sentido si se está al tanto de su historia previa a su llegada a nuestro país, a donde huyó después de tener problemas con la ley por sus adicciones y el tráfico de sustancias. Él, junto a su esposa, porque el escritor era bisexual, se refugiaron en este país en compañía de sus hijos, para terminar en un final trágico cuando mató a su mujer de un tiro, de forma que se supone accidental, después de tratar de disparar a un vaso que esta tenía sobre la cabeza. Con estos acontecimientos marcando su vida, es que se desarrolló Junkie, tardando más de 3 décadas en escribir los sucesos que ocurrieron después de esto, como su viaje a Sudamérica en busca de la mencionada planta y su regreso a Estados Unidos.
Guadagnino, junto al guionista Justin Kuritzkes, han decidido dejar todo esto de lado, incluso borrando las pocas líneas que se dedican a la ex mujer del protagonista en la novela, en las que se explica que lo ha abandonado, llevándose a sus hijos con él; en su lugar, nos presenta un personaje por completo homosexual que cuenta el rechazo inicial que el mismo sentía para su persona al darse cuenta de su orientación, misma que ha superado con el tiempo. Esto, que simplifica hasta cierto punto la línea argumental, termina dejando otros cabos sueltos que nunca explica, aunque pueden llegar a entenderse, como el hecho de que siempre cargue un arma consigo, lo que en los libros tiene sentido al saber su pasado, pero en la cinta se deja a la interpretación del espectador. De igual manera, su insistencia por encontrar la planta no termina por definirse, ya que el contexto sobre sus creencias místicas se deja de lado por completo.
Aun con estas omisiones, la cinta funciona sin problema como una historia sobre adicciones y los vacíos que queremos llenar con ellas, sobre inconformidad con la vida, soledad y codependencia, también es una historia sobre el poder que ejercen algunas personas sobre otras y los fantasmas internos de los que queremos escapar. Todo esto queda claro y enmarcado por un México bellamente retratado que roza con el realismo mágico, uno que posiblemente no existió nunca por la libertad con la que se mueven los personajes y su interacción con una sociedad que sabemos era en extremo conservadora en aquella época, por lo que la atmosfera, acompañada por ciertos toques anacrónicos, se siente como un cuento donde los aspectos realistas y fantásticos se mezclan por momentos.
Y hablando de este aspecto visual, se puede decir que Queer es la más bellamente filmada en la filmografía del realizador, esto gracias al trabajo conjunto de un equipo que, salvo los encargados del diseño de producción y decorados, repiten casi por completo de su cinta anterior. En esta ocasión los encuadres realizados por Sayombhu Mukdeeprom son bellísimos y cuidados al extremo, haciendo lucir todo tan mágico que logra suavizar lo denso de la historia que se nos cuenta; igual que la música compuesta por los todoterreno Trent Reznor y Atticus Ross que no hace más que elevar esta estética que, aunque por momentos luce artificial, en esta ocasión sirve para que se refleje el espíritu que buscaba el director.
Queer es una obra que parece haber sido realizada con sumo cuidado, pero que encuentra su principal problema en su modelo narrativo. Separada en 3 episodios y un epílogo, dejando de lado las cuestiones argumentales que ya mencioné, toma demasiados riesgos, algunos no tan logrados como otros. Marco Costa vuelve a cumplir en la edición, pero es el director quien ha escogido el tono para cada uno de los fragmentos de su obra, dejando una sensación extraña en el espectador que evita que este conecte del todo con su trabajo. Tomando como ejemplo Poor Things del año pasado, donde cada capítulo era estéticamente diferente al anterior, pero manteniendo el ritmo narrativo para unificarlos, en Queer los dos primeros logran conectarse y tienden al drama, aunque con algunas diferencias estéticas, pero es llegando el tercero cuando pareciera que estamos viendo otra cinta que incluso llega a sacar risas en el público, cosa que se repite y acentúa con un cierre que parece acercarse a David Lynch con un aspecto más metafórico. Esto vuelve cansado el relato en su recta final, sumado a una serie de decisiones creativas que, si bien son recursos válidos, no favorecen al producto final.
Se aplaude cuando un director se arriesga y experimenta, aunque esto no siempre salga como se esperaba, como es el caso; pero aun así se debe agradecer que nos haya dado el mejor trabajo de un Daniel Craig en muchos años, ya que lo da todo en su personaje (es posible que lo veamos nominado al Oscar este año) y un Drew Starkey que no se deja ensombrecer saliendo al quite sin problema. Bella mente filmada, con grandes actuaciones, Queer es una buena película, pero si tuviera que escoger entre los dos trabajos que el director nos ha dado este año, sin dudarlo seleccionaría Challengers, la cual me parece más lograda y redonda.