Oppenheimer (2023)
6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos realiza los infames lanzamientos, sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki respectivamente, de las primeras y únicas bombas atómicas utilizadas en un conflicto bélico. Las imágenes de aquellos inmensos hongos radiactivos que mataron al instante a más de 100 mil personas se volverían parte de la historia, quedando grabadas en el colectivo mental sin importar el tiempo que haya transcurrido desde el suceso. Todos estamos al tanto de lo que aconteció en esas fechas, las consecuencias en todo ámbito y la paranoia que nació a partir de este suceso; lo que pocos sabían era la vida privada e historia del hombre que estuvo en el centro de El Proyecto Manhattan, como se conoció al programa secreto estadounidense para la investigación del uranio como fuente de energía y su posible uso para la realización de bombas, Julius Robert Oppenheimer.
Basada en el libro biográfico, American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, el director de culto Christopher Nolan decidió que fuera precisamente la vida del físico estadounidense el centro de su cinta número 13, escribiendo también el guión de esta y contando con un cuantioso numero de estrellas en su reparto. Tratando de dejar atrás el relativo fracaso (parte culpa de la pandemia, parte culpa de su ego) de su anterior proyecto, Tenet (2020), el director no escatimó en recursos para dar vida a su proyecto, mismo que se estrenó hace un par de semanas, resultando en la fecha más esperada del verano, siendo la otra mitad del fenómeno Barbieheimer. Ahora, aunque un poco tarde, con la cinta vista por fin, así como la euforia y expectativas más calmadas, es momento de escribir sobre ella.
Lo primero es explicar cómo está estructurada la historia, ya que, a pesar de tratarse de una cinta biográfica, poco se nos muestra de su juventud y nada de su infancia. La cinta tiene tres épocas como ejes centrales, mismas que se entrelazan para dar forma al relato, con un ritmo que no decae en ningún momento debido al esplendido trabajo de la editora Jennifer Lame, quien ya trabajó con Nolan en su cinta anterior, la más difícil y notoria en este apartado, por lo que a nadie debe sorprenderle que en este sentido esta película esté por demás lograda y que evite que las tres horas de duración se sientan pesadas o cansadas. Dejando de lado la parte donde se nos narra un poco de su vida de estudiante y sus inicios en la docencia, las tres etapas que se nos muestran son el momento en que es reclutado por el ejército para dirigir El Proyecto Manhattan, así como el desarrollo a través del tiempo del mismo, hasta el momento en que la bomba es detonada y las consecuencias mentales y emocionales que dicho acto tuvo en el físico; el segundo punto es la audiencia de seguridad de Oppenheimer en 1954, un ardid político, maquillado como parte del macartismo, ideado para mermar la imagen de este y alejarlo de la vida política del país, que provocó la revocación de la autorización gubernamental que le permitía tener acceso a cierta información clasificada y terminó con toda relación entre este y el gobierno estadounidense; por último la audiencia de confirmación de Lewis Strauss (Robert Downey Jr) al Senado, misma que terminó siendo rechazada.
A la par de estos tres sucesos históricos, vemos parte de la vida privada de Oppenheimer, como lo son algunos encuentros con Albert Einstein (Tom Conti) o las relaciones que entabló con Jean Tatlock (Florence Pugh) una explosiva y algo inestable mujer comunista con la que mantuvo un romance intermitente, mismo que terminó con el embarazo de la que se volvería su esposa, la bióloga Katherine Puening (Emily Blunt), quien también había pertenecido al partido comunista en el pasado. Sumado al proceso de desarrollo del programa clasificado que dirigió, así como al reclutamiento que realizo personalmente con cada miembro del equipo que le permitió lograr la creación exitosa de la bomba, el guión, aderezado con potentes frases y cuestionamientos morales sobre diversos temas (algunos criticados por ciertos sectores), nos permite profundizar en la mente de uno de los hombres más inteligentes en su área, pero también ver ese lado humano en el que le resultaba más difícil desarrollarse. Nolan se encarga de que cada uno de los personajes que orbitan alrededor del protagonista sirvan para darle otros matices a un protagonista que resultaría frio y distante si no fuera por el resto. A pesar de que para algunos la cinta resulta más complicada de lo que debería, la verdad es que estamos ante uno de los guiones de mayor sencilles (más no simplicidad) que ha escrito el director, posiblemente sólo comparable con el de Dunkirk (2017), su única otra producción histórica, esto debido a que, aunque se esmera en que las mismas sean atractivas para el espectador, logrando la tensión y tono indicado para que no se pierda la atención y el interés, estas no necesitan mayor complejidad en su estructura narrativa, ya que se trata de contarnos un suceso verídico, no una intrincada historia de ciencia ficción o juegos mentales como ocurrió con Memento (2000). Entretenida y muy lograda en su estructura, sí, pero dentro de lo que es este tipo de producción más clásica en su forma.
Todo en Oppenheimer está cuidado al extremo, cosa que no es novedad en la filmografía de Nolan, por lo que posiblemente esto resulte en contra para algunos, ya que al acostumbrarnos a grandes y notorios despliegues técnicos, una cinta como esta, si bien sumamente lograda en cada apartado, no es tan llamativa o memorable como otras del realizador, sin que esto deba ser tomado como un punto negativo, ya que resulta en una de esas cinta que parece imposible criticar ya que no hay un aspecto que en verdad lastre su calidad, pero que será muy raro escucharla como referencia de su trabajo en décadas futuras.
En este sentido, a la par del montaje ya mencionado, la complementaria música de Ludwig Göransson acompaña a cada escena para magnificar lo que acontece en el guión, enalteciendo cada emoción que se buscaba provocar; la división por épocas de una grandiosa fotografía que varía en tonalidades, granos y filtros de Hoyte Van Hoytema, hace que percibas a la perfección cuando se dan los saltos de una época a otra, para evitar perderse en caso de que por momentos algún espectador pueda confundirse con la trama; el detallado vestuario de Ellen Mirojnick y el preciso diseño de producción de Ruth De Jong hacen lo suyo en este mismo sentido, desde los años veinte, transitando por varias décadas más; así como el logrado maquillaje a cargo de un numeroso departamento que tuvo que hacer notar el paso del tiempo en cada uno de los personajes sin que resultaran evidentes las capas del mismo o las prótesis que se utilizaron, incluyendo al transformación de un Gary Oldman casi irreconocible como Harry Truman. Todo perfecto, estéticamente maravilloso, espectacular, pero tan fino que no se nota, como debe suceder cuando algo esta bien realizado, sin plasticidades o exageraciones, puesto que se busca un fin que en esta ocasión se ha logrado con creces y de sobra.
Pero que sería de todo esto sin los actores indicados para interpretar a estos personajes de la vida real. En este sentido y sin temor a exagerar, Cillian Murphy recibió el papel de su vida con Oppenheimer, y no es que no tenga actuaciones sobresalientes de sobra, pero este es uno de esos personajes que, en su caso, si será mencionado cuando se hable de él en el futuro, ya que se vuelve y transforma sin necesidad de mayor cambio físico que su actuación; complicado, humano, frío, aunque emotivo cuando se necesita, el actor lo da todo en cada escena y se nota, posiblemente en la mejor actuación masculina protagonista en lo que va del año. El resto del reparto está ahí como complemento, catalizadores y detonadores en algunos casos, pero todos dando en el punto, sobre todo un Robert Downey Jr. a quien se odia como Lewis Strauss, con una actuación como las que teníamos mucho de no verle; Emily Blunt con sólo un par de escenas de lucimiento, pero de esas que se quedan en la mente al final de la película porque ella las aprovecha al máximo, con ese talento que le conocemos de sobra; Matt Damon como el general Leslie Groves, con un papel maduro que gracias a su interpretación vuelve creíble el lazo emocional entre él y el protagonista. Todos los demás aparecen poco tiempo, incluidos Florence Pugh y Josh Hartnett, por lo que es difícil que fueran definidos del todo, pero aparecen y se hacen notar, en ese mar de celebridades que desfilan en la pantalla, como son Casey Affleck, Gary Oldman, Rami Malek, Kenneth Branagh, Jack Quaid, Josh Peck, Jason Clarke, James D’Arcy, Matthew Modine y un largo etcétera que vuelve a esta cinta una con los mejores castings del año y muchos otros. Otro aspecto que enaltece esta producción donde nada sobra y todo funciona como se debe.
Tal vez suene exagerada la comparación, pero este tipo de producciones, en este tipo de cineasta, me hace recordar al momento en que Spielberg comenzó a acercarse al género histórico dramático. Christopher Nolan es uno de esos casos extraños, seguido por hordas de fanáticos por su particular visión del cine, pero sin perder su estilo, lo que lo vuelve en un fenómeno mitad culto, mitad mainstream, como lo fue en su momento el director de Schindler’s List. La madurez en su trabajo se nota y eso hace a esta cinta tan maravillosa, a pesar de sus detractores. Como dije, posiblemente no se vuelva un referente en su filmografía, ganará una cantidad inmensa de premios, claro, sólo que todavía no ha llegado su película dramática indiscutible, pero sin duda el director nos ha dado, si no la, una de las mejores cintas de este 2023. Si Barbie es la película del verano, esta no se queda atrás, ya que a pesar de su clasificación, duración y tema, los números registrados sin magníficos. Más fines de semana como el Barbieheimer es lo que necesita el cine de estudio para no extinguirse y nosotros como espectadores para seguir acudiendo a las salas. Aplausos para este trabajo de Nolan.