Los riesgos del ocio

“Parecemos tontos sin papá”.

No recuerdo haber pronunciado esa frase que cuenta mi madre dije en algún momento de mi primera infancia. Sin embargo, me parece lógico haber exclamado algo así mientras veía cómo los padres de mis compañeros los llevaban a la escuela, iban a los festivales o simplemente llegaban a comer todos los días a sus casas. Yo no tenía eso.

Era difícil no saber, primero, y luego no entender por qué mi padre tenía que irse, por qué no podía conseguir un trabajo en la misma ciudad donde vivíamos, por qué tenía que viajar tanto y no llevarnos. Aprendí a leer muy pequeña y cuando veía letreros solicitando empleado en cualquier lugar, fantaseaba con la idea de que papá quisiera trabajar ahí, para tenerlo más cerca de casa. Ser niña es difícil, sobre todo si eres de imaginación exacerbada.

Con el tiempo he entendido que, por supuesto mi padre jamás iba a hacer eso. A veces podemos ver el hipotético presente que tendríamos todos en la familia si él se hubiera conformado con trabajar en una farmacia de dependiente teniendo todas las oportunidades que tuvo de aprender, conocer, crear y formar un patrimonio y un futuro que ahora gozamos todos. Hoy en día tiene mucho sentido esa frase de “si me voy no es por mí, sino por ustedes”. Aunque sé que amaba su trabajo. 

No todo fue ausencia. Atesoro el recuerdo de aquellos raros fines de semana de tres días de asueto, cuando íbamos al campo, a la alameda, a visitar a Doña Consuelo con mi padre; las veces que nos aventó a la alberca, las idas a la playa; el sonido de la guitarra y su canto.

Ha sido difícil conocer y aceptar a mi padre. Su ausencia física los primeros años, lo convirtió en un ser mitológico, mitad Charles Atlas, mitad super héroe de la construcción. 

Durante mi adolescencia pudimos volver a estar en la misma casa, como una familia completa, y eso ya no era un anhelo cumplido, sino un problema. ¿Cómo hacer lo que se te de la regalada gana a los trece o catorce años si está el señor que te va a poner reglas? ¿Cómo aceptar esas reglas de un hombre al que apenas estás conociendo? Por supuesto que vinieron las tragedias tipo “no te quiero”, “no tienes derecho a decirme nada”, hasta llegar al telenovelesco “te odio”. 

Fue en aquella adolescencia donde descubrí al hombre espléndido que siempre ha sido mi padre, ese que da sin pedir nada, que está al pendiente de que no falte y si se puede, que haya de más para que no se sienta la carencia. Lo curioso es que, en esa época, me caía gordo. Con los años he logrado comprender lo difícil que fue para él expresar sentimientos. La frase “que necesitas” era su manera de envolverte en un abrazo que ya está dando con más frecuencia, pero que al principio de nuestra relación le era difícil. 

Mi padre es un hombre sano, bebe un tequila diario, sale a caminar, lee el periódico completo cumpliendo un propósito de jubilación que tenía muy claro, cuida de su hermana mayor, disfruta su hogar, sus idas al café con los excompañeros de trabajo.  

Mi padre es ahora ese padre que deseaba de niña, el que necesité de adolescente. No puede jugar conmigo a las muñecas, porque yo tampoco lo hago. Ahora conversamos, disfruto mucho del placer con el que habla de su trabajo, descubro la fuerza que me fue heredada, el carácter parecido, la necesidad de seguir aprendiendo, y, sobre todo, el goce de la vida. 

Dos momentos guardo en mi cajita especial: (uno) cada vez que dice que deseaba que su hijo mayor fuera niña (yo), y (dos) el día en que llegué a su casa donde me iba a recuperar de mi cirugía (cuando me quitaron el cáncer), y verlo afuera de la reja, esperándonos, listo para ayudar y para avisarle a todo mundo que ya el peligro había pasado. 

Mi padre dice que lo tiene todo, y a alguien así, nunca sabes qué regalarle. Ese es el problema de que hayan inventado un día como éste. 

3 comentarios en «Los riesgos del ocio»

  1. Ay, me identifico tanto! Aprendí a quererlo como se debe cuando fui madre…
    Hablando de tu padre, cuida de su familia, de sus hermanos, de sus cuñadas…, aman como pueden, con lo que recibieron de niños y queriendo darnos todo. Gracias, gracias, gracias

  2. Me encantas, Teresa Muñoz. Tienes las palabras precisas ante esos sentimientos que están enredados en mi corazón. Gracias por compartir tus líneas.

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