Men (2022)

Alex Garland ha resultado un artista por demás interesante desde la publicación de su aplaudida primera novela, The Beach (que se llevó con resultados lamentables a la pantalla en el 2000); pasando al cine, debutando como guionista con 28 Days Later (2002); transformándose en director con la cinta Ex_Machina (2014), que le valió una nominación al Oscar en la categoría de Guión Original; para volver a recibir aplausos, aunque más divisivos, con Annihilation (2018), que produjo para Netflix. Sus trabajos siempre han resultado llamativos, ya sea que se comprendan del todo o no por el público, nunca dejan a la audiencia indiferente. Esto último ha vuelto a suceder, con su tercer proyecto tras las cámaras, que lleva el sencillo título de Men, misma que está programa para estreno en próximas semanas en nuestro país. 

Después de haber explorado la ciencia ficción como género en sus dos trabajos previos, en esta ocasión, de la mano de A24, el director optó por el terror folclórico y psicológico, elevado, como muchas de las cintas de la casa productora, para narrarnos la historia de Harper (Jessie Buckley), una mujer que acaba de enviudar, ya que su marido James (Paapa Essiedu) se suicidó debido a que ella le había pedido el divorcio. Como el hecho ocurrió frente a sus ojos, ella decide tomar unas vacaciones para procesar lo sucedido y alejarse del mundo en un pequeño pueblo, donde renta una casa propiedad de Geoffrey (Rory Kinnear), un hombre un poco extraño, pero amigable, que la recibe de manera cordial, mostrándole la casa e indicándole algunas cosas sobre el pueblo. Una vez que se ha quedado sola y la calma parece reinar, decide caminar por el bosque alrededor de la casa, donde las cosas comienzan a torcerse, ya que una figura masculina la observa desde lejos y comienza a perseguirla, por lo que ella debe regresar a la casa para resguardarse, aunque no sirve de mucho, ya que se ve en la necesidad de hablar a la policía, ya que un hombre completamente desnudo aparece en el jardín. A partir de este momento, una serie de personajes, todos masculinos, comenzaran a acosarla, perseguirla, atacarla y juzgarla durante su estancia, volviéndola una experiencia cada vez más aterradora para la joven que sólo quería alejarse de todo y estar tranquila.

Garland en esta ocasión ha realizado su obra menos intelectual, por llamarla de alguna manera, mas no por eso alejada de su estilo personal. Si en sus trabajos previos los mensajes, simbolismos y referencias que manejaba eran sutiles y de múltiples interpretaciones, en esta ocasión ha optado por un enfoque más directo en su primera capa, más no por eso ajeno al manejo críptico de algunos temas en otras. Esto lo digo por su nada delicada forma de decirnos que “todos los hombres son iguales”, ya que una vez inicia la trama, nos percatamos de que el actor Rory Kinnear interpreta a todos los hombres de la película (salvo al marido suicida), mismos que representan diferentes roles sociales establecidos en una sociedad machista que demuestra lo tóxica que puede llegar a ser.

Desde el propietario de la casa con su trato paternalista, los hombres en el bar con sus platicas básicas, el policía que minimiza el peligro que corre la protagonista, el niño que la insulta y observa de manera lasciva, el sacerdote misógino que la culpa del suicidio de su marido, así como otra serie de personajes que van apareciendo a lo largo de la historia.  Todos ellos forman el presente de una Harper que poco a poco se va viendo acorralada por estos, hasta el grado de no poder salir de la casa; mientras se nos muestran escenas de su pasado, entendiendo los motivos por los que decidió terminar su relación con un hombre manipulador, que llega la grado de la agresión física y verbal al sentirla perdida. Todo presentado de una manera mucho más gráfica y directa en esta ocasión, dejando las sutilezas de lado, para saltar directamente al tema, los hombres estamos dañados debido a una educación y sociedad que replica patrones y adoctrina un comportamiento que viene repitiéndose desde que se tiene memoria.

A la par de este mensaje principal y su interpretación, el director plaga su historia con otros que se relación con este, como el momento en que la protagonista come una manzana que corta directamente de un árbol, una clara referencia al pecado original, recordando la culpa con la que las mujeres vienen cargando desde hace generaciones y que aquí se proyecta en la manera en que Harper sufre la carga que tanto otros como ella han puesto sobre sus hombros por el suicidio de su marido; los dos rostros que se encuentran en la iglesia, el Hombre Verde y la Sheela na Gig, contraponiéndose uno contra la otra, hasta el momento en que el primero se representa de manera corpórea y ella termina representando a la segunda en una lucha por su vida y libertad; hasta esa escena en el tercer acto, cuando todo se sale de control (en el buen sentido) y la historia se adentra en el body horror, con una secuencia que parece sacada del cine de David Cronenberg, donde, nunca mejor dicho, se gesta, se replica un comportamiento y pensamiento que va pasándose de generación en generación, de padres a hijos, de un época a otra. 

Posiblemente esta sea la cinta menos lograda del director en el aspecto narrativo, ya que, a pesar de su intento por analizar y criticar una conducta social, sus metáforas son demasiado obvias en algunos casos y en otros algo vagas, llegando a confundir a un sector de los espectadores que la han podido ver. Aun con lo anterior, no podemos decir que se trate de un producto fallido, todo lo contrario, ya que, si bien antepone la forma sobre el fondo, resulta funcional en su estructura, sobre todo en los primeros dos actos, antes de que todo se vuelva más gráfico y se pierda un poco del misticismo con que inicia la película, lo que hace que ese tercero desentone para conformar un todo homogéneo. 

Hablando ahora sobre los aspectos técnicos utilizados en esta ocasión, los efectos visuales, el maquillaje y la fotografía resaltan, aunque son mucho menos espectaculares que en sus trabajos anteriores porque así se ameritaba, considerándose más como un apoyo que como una distracción como puede ocurrir en determinados casos, ya que no están ahí como mera decoración, sino como recursos que ayudan a sostener la historia. En este sentido, el trabajo de Kinnear, con sus transformaciones físicas, así como la superposición de su rostro en otros cuerpos, deben mucho de su efectividad a estos recursos técnicos que sirven para que el actor pueda desarrollar la cuantiosa cantidad de personajes que interpreta de la mejor manera. De la misma forma, sin el lente y ojo indicado, los escenarios naturales que se nos muestran no hubieran podido proyectar esa belleza y magia que un relato con tintes folclóricos como este necesita para impregnar la pantalla de la esencia y emoción indicada. Si bien es el tercer acto donde hay un mayor despliegue técnico, en este sentido podemos decir que la cinta se encuentra nivelada, ya que en cada una de sus partes los recursos se utilizan de modo más conveniente para que funcione. La música es punto y aparte, ya que se transforma en otro personaje que acompaña a la protagonista en todo momento, enalteciendo las emociones y atmosferas, impregnándolas de la tensión necesaria, pero también de la belleza que acompaña a las potentes imágenes que se nos presentan.

En medio de todas estas interacciones toxicas, de los recursos narrativos, del folclore y el terror, la película tiene en su centro, como principales estandartes a los dos actores protagonistas, que si bien no los únicos que aparecen en pantalla, son los que se apoderan y llevan a cuestas todo el peso de la historia. Paapa Essiedu como el esposo, Gayle Rankin como la amiga preocupada y Sarah Twomey como la policía que si se preocupa por lo que le pasa a la foránea (únicas dos mujeres extras en la historia), hacen bien su trabajo en los pocos minutos que aparecen, pero son Buckley y Kinnear los que, tanto en tiempo como en peso argumental, logran el desarrollo de su personaje por el lado de ella y de la comunidad completa en el de él, con las tablas y talento suficiente para que ella brille como acostumbra hacerlo en los papeles indicados, y él logrando parecer fácil dotar de una vida completamente diferente a cada uno de los miembros de esa sociedad que acecha a Harper. Hasta el momento, posiblemente un par de las mejores actuaciones del año, que merecen más reconocimiento del que han tenido.

Men es una cinta que ha dividido y al verla se entiende la razón, no es cine para todo público. Funcional y ligera si se quedan en el primer plano del guión, pero confusa y criptica si se comienza a profundizar. Una de esas cintas que funcionan mejor en un segundo visionado y que es ideal para charlar una vez que se ha visto, para discutir lo que cada persona ha entendido de ella. En lo personal, ha sido de lo mejor que he podido ver en el año, sin que sea sobresaliente en tu totalidad, pero sin decepcionar. Posiblemente hubiera funcionado mejor dirigida por una mujer, que entiende por lo que pasa la protagonista, aunque Garlan lo hace bien, se luce y parece que quiere pedir una disculpa a todas las mujeres del mundo al ponerse del lado de ellas, juzgando los comportamientos nocivos que nuestro género realiza con suma facilidad, saliendo impunes de dichas acciones. Incomoda por momentos, sobre todo para los hombres, frustrante en otros para las mujeres, pero como dije al inicio, el cine del director no deja a nadie indiferente y esta ocasión pasa lo mismo. Véanla y ustedes mismos juzguen.