The Zone of Interest (2023)
En 1963, la socióloga Hannah Arendt publicó su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, el cual se basa en la experiencia que vivió como corresponsal de The New Yorker al momento de cubrir el juicio por crímenes de guerra y contra la humanidad que se realizó a Adolf Eichmann. En dicho texto la autora analiza lo que para ella representó la actitud y personalidad del funcionario nazi, describiéndolo más como un burócrata o empleado gubernamental que como un monstruo antisemita. Sin defenderlo ni restarle culpa hace hincapié en el hecho de que, en sus testimonios, Eichmann parecía ser un hombre que buscaba, si bien con un alto grado de deshumanización, mejorar su posición laboral siguiendo las leyes alemanas y acatando las órdenes de sus superiores.
Dicho texto ha sido criticado y estudiado desde diferentes ángulos, algunos a favor y otros en contra, creando una conversación sobre el tema que se extiende hasta nuestros días. Con un acercamiento similar a esta teoría, el director Jonathan Glazer nos presenta una de las ultimas cintas de la casa A24 y la cuarta de su filmografía, The Zone of Interest, basada libremente en la novela del mismo nombre del recién fallecido Martin Amis.
Los personajes centrales de esta historia llevan por nombre Rudolf (Christian Friedel) y Hedwig (Sandra Hüller), un matrimonio alemán con 5 hijos, que viven en una bella casa en Oświęcim, Polonia. La pareja lucha por salir adelante, tratando de mantener el buen nivel de vida que han logrado, mientras educan a sus hijos y se enfrentan a los problemas comunes de la vida familiar, tales como las presiones laborales en el caso del marido, y el cuidado del hogar y sus tareas en el caso de la esposa. Esto no representaría ningún problema o llamaría la atención de muchos, si no fuera porque el apellido de dicha familia en apariencia normal es Hoss y el trabajo que desempeña el patriarca es el de comandante del campo de concentración nazi de Auschwitz, principal centro de exterminio judío donde se estima que bajo sus órdenes se ejecutaron 1.1 millones de personas, tan sólo en el centro de reclusión principal, de los casi 50 que existieron en la zona.
El Holocausto es por mucho una de las tragedias, barbaries y episodios más oscuros que nos indican los niveles de crueldad y maldad a los que puede llegar el ser humano, a pesar de que algunos sigan negando que sucedió, por lo que no es de extrañar que el cine de variadas nacionalidades lo haya utilizado como inspiración para contar diversas historias, algunas basadas en hechos reales y otras tantas ficticias, pero la mayoría mostrando las desgarradoras y perturbadoras recreaciones de las imágenes que pudieron haber sucedido o en algunos casos copiándolas de registros para lograr mayor fidelidad. En la cúspide de estas producciones se encuentra Schindler’s List (1993) de Steven Spielberg, una obra maestra que utiliza todo recurso a su alcance para mostrar las torturas y padecimientos de los judíos a manos de los Nazis; pero al mismo tiempo, se vuelven las herramientas para una manipulación de la audiencia a grandes niveles, donde los violines repican de una manera que podría hacer sentir culpable a los nazis mismos. Esto no lo digo de forma peyorativa, el cine debe movernos emocionalmente, conectar con nosotros para que resulte funcional, por lo que es común que este periodo histórico sea presentado bajo ese formato y en esas condiciones.
The Zone of Interest se encuentra en el otro extremo y esa es su principal virtud, ya que logra incomodar de una forma perturbadora a pesar de que nunca vemos en pantalla ninguno de los horrores con los que otras producciones te abofetean. Aquí todo se supone, se intuye, sabes que está ahí a lo lejos, afuera de los muros que franquean la hermosa casa que se encuentra a pocos metros del infierno que se vive tras la muralla. Todos sabemos la historia, lo que sucedió, por lo que el director no necesita más que un par de encuadres, algunos recursos como el humo que escapa por lejanas chimeneas, el sordo eco de los disparos que se mezclan con las risas de los niños de la familia y los ladridos de su perro, un hombre vestido con uniforme de recluso haciendo trabajos para la familia mientras dentro de la casa la esposa recibe a sus amigas con las que habla de trivialidades, algunos gritos desgarradores a lo lejos mientras se explica todo lo realizado para que el jardín de la propiedad luzca tan hermoso. No hay necesidad de lo gráfico para que sientas un golpe en el estómago, para que notes que bajo esa apariencia de normalidad se esconden seres que han perdido la perspectiva debido a la alienación de una visión enferma de la realidad.
Para que esto se pueda lograr fue vital la visión de un director que está acostumbrado, a pesar de su escasa filmografía, a crear lenguajes que llegan a lo más profundo, que incomodan y calan, por lo que en esta ocasión no es de extrañarse que nos presente a sus personajes sin permitirnos acercarnos a ellos, sin ningún tipo de proximidad extrema en sus encuadres, sin movimientos de cámara más allá de algunos en línea recta en exteriores, porque lo que quiere y logra es que observemos todo como en un reality show, un documental, que los contemplemos en su hábitat natural con la ayuda de cámaras ocultas que los retratan desde diferentes ángulos, para que podamos verlos moverse con naturalidad sin saberse observados, para así contemplarlos sin que puedan pretender.
El director fue los suficientemente inteligente para permitirle a sus actores, si bien ensayando sus escenas, un acercamiento más teatral a sus personajes, sin siquiera decirles donde se encontraban las cámaras para que estos pudieran moverse sin presión en largas secuencias que después serian montadas para que siempre pudiéramos observar su mejor plano. Eso permitió que Christian Friedel desarrolle con maestría a su siempre tranquilo Rudolf, ese hombre entregado en cuerpo y alma a la causa, con todas las contradicciones y capas que el ser humano tiene, desde el momento en que se hincha de orgullo al verse recompensado por sus logros laborales, ser un padre amoroso, realizar labores cotidianas como apagar la luz de su casa al final del día, mostrar la culpa al haber mantenido relaciones con una judía, pasando por los momentos de tensión domestica con su esposa, todo con esa voz neutral y tenue, como el hombre de familia que es, sin que perdamos la perspectiva de lo que es capaz, de lo que esconde bajo esa apariencia; pero es Sandra Hüller, posiblemente en el mejor año de su carrera, la que se lleva las mejores escenas con su maligna Hedwig, quien sabiendo la manera en que ha logrado todo lo que posee la vemos presumiendo lo que tiene ante su madre, disfrutando de los bienes confiscados a los judíos asesinados, como la escena del abrigo de piel que resulta difícil de ver si se comprende cómo ha terminado en sus manos, todo mientras demuestra ser un ama de casa perfecta que sonríe por pequeños triunfos domésticos y se frustra ante circunstancias mínimas a comparación de lo que sucede en el mundo, para luego verla volverse una de esas esposas tiranas que tratan a sus empleados como si valieran menos, sabiendo que en este caso si los percibía de esa manera, amenazándolos con mandarlos calcinar por su marido al haber cometido un error mínimo, siendo ella la que muestra por instantes fugaces la verdadera naturaleza del matrimonio.
Pero aun con estas efímeras muestras de maldad, Glazer demuestra su maestría en la escritura de un guión, posiblemente entre las mejores adaptaciones del cine reciente, que logra evitar por completo mostrar xenofobia o racismo para con los judíos, puesto que en ningún momento escuchamos el mínimo adjetivo que pueda denotar un pensamiento antisemita, no hay una sola línea en la que se pueda escuchar el fanatismo a la superioridad racial o cuestiones del estilo. Las conversaciones van de los problemas del día a día, hasta situaciones de gran banalidad, lo que termina por volver más terribles a esos seres que hablan de números, de la carga que ingresará a los hornos, del logro que simboliza el haber aumentado la productividad del lugar a su cargo, como si no se trataran de personas, lo que hace que todo parezca más terrorífico, ya que si algo puede ser peor que el odio en estos casos es la indiferencia para las víctimas de sus acciones. El director no necesita mostrar ni un solo ápice de violencia gráfica para aterrar a una audiencia que termina cautiva gracias a una historia que, si bien cuenta con un preciso apartado técnico en general, logra en la insidiosa música escrita por Mica Levi y en su escalofriante diseño de sonido sus principales apoyos, sin los cuales el efecto de malestar que provoca la cinta no sería el mismo.
The Zone of Interest no es una película fácil de ver, en definitiva, no es para todos los gustos y tal vez algunos no perciban lo que está sucediendo en la pantalla, pero eso no le quita el valor de ser una de las cintas más logradas del año y de otros recientes. Es más que probable que el próximo 10 de marzo termine alzándose con el Oscar dedicado a las cintas en lengua diferente al inglés y esto será totalmente merecido, pero si la vida fuera justa también lo haría en la de Guion Adaptado y Sonido, cosa que es más que probable no suceda. Esto no importará, porque su impacto y calidad no se minimizarán por esto, ya que esta es una de esas películas que se te queda en la mente por mucho, mucho tiempo después de haberla visto y eso vale más que todos los premios juntos.