Los riesgos del ocio

A veces creo que la historia de Hamlet no es sino la típica historia del jovencito (bueno, en el caso del príncipe, ni tan pequeño) influido por un abuelo o un padre ausente o por vayan ustedes a saber qué mecanismos del machismo (ausente, sobre todo) que lo convencieron de que su madre es un ente viejo, condenado al polvo y al olvido y no merecedor de los placeres del sexo o las satisfacciones del amor, todo depende de lo que prefiera la Gertrudis de la que hablamos.

Tal vez debiera disculparme con Shakespeare por pensar lo anterior, pero, en fin, que va a saber él si según sus biógrafos fue capaz de dejar sola a su mujer, llena de hijos, lejos, pero cerca de las prohibiciones que le impedían gozar de los orgasmos que es posible él haya disfrutado con alguna jovencita o algún joven, no lo sabremos nunca ya que todas esas tradiciones de cama históricas se encuentran condenadas a la discreción.

Ojalá la señora Shakespeare, de quien no conocemos detalles de su vida, no se haya privado de los placeres de la carne o del cariño de nadie mientras parecía ser un ejemplo más de las mujeres sumisas, fieles, abandonadas que tanto gustan en la literatura, la historia y sobre todo en la vida de los hombres ilustres (y de los no tan insignes).

Se puede hablar de generaciones de mujeres privadas del goce justo en el momento de comenzar “esa etapa” de la que tampoco se quiere hablar. Sin embargo, es momento de gritarlo, porque deben saber que ya tengo más de cincuenta maravillosos años, que la vida es más fácil ahora y que el sexo no tiene ninguna atadura, ningún compromiso. Lo malo es que igual se sigue considerando algo prohibido para nosotras. ¿Por qué? Porque somos viejas, pintamos canas, tenemos arrugas y celulitis y flacideces que no se irán, por mucho ejercicio que se haga, panzas que permanecerán con nosotras hasta el final, estrías. Y eso no se perdona. 

Además, algunas ya fuimos madres. Debemos sentarnos en la mecedora a esperar a los nietos, jugar con ellos, cuidarlos, y cuando se van, extrañarlos hasta su regreso como parte del proceso que se nos ha inventado. Vaya qué excitante, huy sí, como estar enterrada en vida. 

Pero sigamos cambiando el panorama. Lo de hoy es tener cincuenta o más y compartir un buen encame sin compromisos. Salir con las amigas sin importar el qué dirán. Vestir como te venga en gana, ya que, de todas formas, te vas a ver vieja, gorda, ridícula ante a sociedad que quiere seguir decidiendo por nosotras.

Los hombres de nuestra edad, aquellos que con la mano en la cintura nos dejaron criando niños, están demasiado ocupados buscando validarse ante la sociedad en manos de jovencitas; y los que intentaron seducirnos cuando nosotras éramos las jovencitas ya solo buscan enfermera vitalicia; así que vayamos nosotras a encontrar y no soltar ese placer que significa estar vivas: en un orgasmo, en una carrera por el bosque, en un proyecto artístico o en tantas y más cosas que se postergaron.

Solas, con compañías fugaces o con esos amigos que retomamos del pasado.