Los riesgos del ocio

¿Qué pasa cuando comienzas a romper las reglas establecidas para encontrar en ello, en la rebeldía,  a la persona que realmente eres? Lo primero que sucede, entre otras cosas, es el repudio de aquellos que te rodean, simplemente porque no te entienden y siempre va a existir temor ante las diferencias, no importa que tanto hablemos de inclusión o de la convivencia, el otro, el que no es como yo, es peligroso. Sabemos que es en la adolescencia cuando comenzamos con esas rebeliones, y a muchos chicos logran encasillarlos en los caminos correctos de la sociedad. Otros, muy pocos, logran salvarse.

¿Y luego que sucede? Te vuelves un paria en tu propia familia, en la comunidad que habitas. Una persona creadora, llámese artista o científico, o una persona que se cuestiona el momento y su ser, es el tipo de individuo más propenso a ser llamado  loco, idiota, fuera de la realidad, fracasado, entre muchas otras cosas. Van a querer conseguirte un marido si eres mujer (todavía recuerdo una cita arreglada con un amigo de un primo, pero eso es otra historia), van a castrarte con la obligación de estudiar determinada cosa (como contabilidad cuando querías ser ingeniero), vivir de acuerdo a cierto parámetro (después de tener hijos hay que cortarse el cabello), no tendrás apoyos económicos, sociales o amistosos si te sales del molde.

Vivir así a veces es doloroso, hasta que comienzas a ver las ventajas de no encajar. La tranquilidad de no creer en religiones, el poder enamorarte de quien se te dé la gana, vivir en pecado (aunque no lastimes realmente a nadie), conservar tu forma de vestir así tengas setenta o más años, dejar que tus propios hijos se salgan de los moldes, seguir tu música, entre muchas otras cosas más.

Con el tiempo se da la posibilidad de ir dejando la culpa que se cultiva ante el hecho de no ser el que los demás esperaban de ti; puede ser que la deseches  poco a poco o de sopetón como algunos y te puedas sentar a ver el amanecer, con la consciencia tranquila de que al morir no te sentirás arrepentido de nada. Creo que eso sería una de las cosas más tremendas de la vida: darse cuenta en el lecho de muerte que no se hizo lo que uno hubiera querido, querer regresar el tiempo para tener más sís y menos no, porque…

Ser creador implica soledad. No por el cliché de la soledad creativa, sino porque nadie podrá comprender lo que haces a menos que ese alguien sea un paria como tú. Y no estoy hablando desde el simplismo del face y sus mensajes tipo “te van a criticar de todas formas así que…”, no queridos, estoy hablando de algo con lo que se nace. Ese algo que debemos ocultar por razones prácticas cuando debes trabajar en el mundo real. Eso que nos da angustia guardar en casa, o disfrazar tras una sonrisa, ocultar como si no existiera, para que la sociedad no se entere de que lo tienes. El malestar ante la existencia sobre el cuál no filosofaré aquí, ya que personas con más visión que yo lo han hecho y esto es una simple columna que trata de los dolores cotidianos. 

Esos que te hacen escribir sin esperar nada a cambio.