A Different Man (2024)

Los que me conocen saben que The Substance ha sido mi película favorita hasta este momento del año (no digo que sea la mejor, sólo mi favorita), por lo que, cuando leí en repetidos encabezados que A Different Man del director Aaron Schimberg y producida por A24, era una versión masculina de esta, no dude en darle una oportunidad.

La cinta en cuestión tuvo su primera proyección en el Sundance Film Festival en enero de este año, para luego entrar en competición en el 74th Berlin International Film Festival, donde se llevó el premio Silver Bear a la mejor actuación protagonista masculina para Sebastian Stan. Con un estreno comercial limitado el 20 de septiembre en el mercado anglosajón, con éxito moderado, la cinta no ha dejado de cosechar premios como el de Guión recibido en el Sitges Film Festival y un par de nominaciones pendientes de resultado para los Gotham Awards (quienes inauguran en forma la temporada de premios). Uno de esos casos donde una cinta diminuta va ganando notoriedad con el tiempo debido al boca a boca, provocando que incluso se haya programado para estreno en nuestro país dentro de un par de semanas, el 5 de diciembre para ser exacto, algo extraño teniendo en cuenta la dura competencia que tendrá con enormes monstruos del sistema de estudios.

Sobre la trama y las razones de las comparaciones, esta gira alrededor de tres personajes: Edward (Sebastian Stan bajo toneladas de maquillaje los primeros 40 minutos de metraje) un actor que sufre neurofibromatosis, por lo que su rostro se ha ido deformando con el paso del tiempo debido a los tumores que crecen en él; su atractiva vecina Ingrid (Renate Reinsve) objeto del afecto del protagonista y una aspirante a dramaturga que busca la inspiración para escribir su primera obra, la cual encuentra en su vecino; y por último Oswald (Adam Pearson quien sufre de dicha condición en la vida real), un simpático (aunque desesperante y molesto en ocasiones) personaje que viene a representar todo lo que Edward nunca pudo ser.

La razón del porque han saltado las comparaciones, es porque el personaje principal se somete a un procedimiento experimental (mucho más cuidado y explicado que en The Substance) que parece poder curar el mal físico que aqueja al protagonista, cosa que se logra con éxito, ya que su rostro queda libre de su afectación y de un día para otro despierta luciendo las bellas facciones del protagonista, por lo que cambia su nombre por el de Guy Moratz (después de inventar que Edward se ha quitado la vida), consigue un mejor trabajo, cambia su residencia, logra tener amigos y un papel (utilizando unas mascara para interpretarlo) en la obra de teatro que su vecina ha escrito sobre Edward, sin saber que se trata de la misma persona. Esto, que supondría la solución a todos sus pesares y una mejora en su vida, como siempre lo ha pensado, abre ante él otra serie de conflictos que lo hacen ver que el problema siempre ha estado dentro de él (aunque la sociedad no le ayudara mucho a sentirse cómodo con su apariencia), sobre todo con la llegada de Oswald, un ser libre que ha aceptado su realidad y que por lo mismo es recibido con gusto y sin juzgar por todo su alrededor, incluso logrando las cosas por las que Edward tanto ha luchado, despertando en este sentimientos tan oscuros que nublan su reciente lograda felicidad. Todo esto, mientras se critica la manera en que la industria del entretenimiento sea cual sea su modalidad, lucra con las historias de las personas, creyendo conocer lo que estas sienten, por haber visto tan sólo una parte de sus personalidades.

Es un poco complicado hablar de esta película, ya que su guión cuenta con demasiadas capas, lo que hace difícil escoger alguna como la principal. Su tono, de la misma manera, navega desde un drama inicial al humor negro y la sátira conforme se van desarrollando los personajes y los vamos conociendo. Un poco de gore, algunas escenas de body horror, comedia y algo de suspenso conforman el universo que el director ha querido mostrarnos en este, su tercer largometraje, para hablar del rechazo que se genera para todo aquel que ha nacido del lado contrario al de la hegemonía. Con el antecedente de que el realizador nació con un problema de severo de paladar hendido que lo volvió el blanco de miradas y burlas, ha tomado este aspecto como tema para sus dos últimos proyectos, haciendo hincapié en la manera en que los demás nos observan por ser diferentes, pero, sobre todo, como nos vemos a nosotros mismos a través de la visión social que se nos ha impuesto.

Si en The Substance se juega con la idea del envejecimiento, algo completamente natural, volviéndose un problema una vez que la misoginia y el machismo entran en el juego, acá la razón del sufrimiento del protagonista se vuelve mayor al haber nacido como cualquier otro niño (el director nos lo hace ver en una fotografía), para ver como su condición lo transforma en algo monstruoso para los demás. Esto, que pudo quedarse en un simple drama sobre la aceptación personal, utiliza recursos del cine de ciencia ficción y el absurdo para plasmarnos precisamente lo contrario, la falta de esta. Al inicio vemos a un Edward triste, deprimido, frustrado y meditabundo, al que le basta el extraño interés de su, en apariencia, adorable vecina para someterse a un procedimiento que igual le puede costar la vida que mejorarla. Entonces. ¿Por qué motivo el protagonista parece igual de infeliz aun teniendo su nuevo, mejorado y hermoso rostro? Ese es el principal punto estructural de esta película, que primero nos hace compadecernos de él porque, debido a su enfermedad, en automático pensamos que se trata de una buena persona, de un ser cándido y encantador que sufre y hay que compadecerlo; pero una vez que ha cambiado, que tiene todo con lo que ha soñado, descubrimos que nunca lo fue, puede que no sea malo, pero su interior está vacío y se desprecia tanto que no hay mejora alguna que lo salve de eso. ¿Culpa personal o de la sociedad? Cualquier opción es válida, pero la inconformidad sigue latente en él aunque ya no tenga un motivo para sentirla.

La forma en que el director y también guionista va mostrándonos la verdadera cara de cada uno de sus tres personajes nos reitera el hecho de que le hemos dado demasiada importancia a la manera en la que lucimos por sobre el interior. Un interés en apariencia inocente de su vecina puede terminar mostrando un enorme narcisismo y oportunismo, una mujer que no teme mentir sobre la historia que ha escrito, que habla del personaje central de su obra sin saber que la sarta de mentiras que dispara está siendo escuchadas por el objeto de su creatividad. La envidia y los celos que provoca Oswald en Edward/Guy es el colmo de la ironía, al haber conseguido todo lo que el no pudo, mostrando una seguridad que viene desde el interior, no de su apariencia.

La escena del karaoke es el punto máximo en que el protagonista siente hervir la sangre al ver como aquel hombre que luce como él lo hacía es aceptado y querido por todos, a diferencia de él. Al desvanecerse poco a poco lo ganado y hundirse en una espiral de autodesprecio, Guy pierde la conciencia hasta las consecuencias más aterradoras. Todo esto, en una historia que se acerca por momentos al cine de Woddy Allen, para luego pintar la pantalla con un poco de terror y luego burlarse de todo, porque esto es una comedia, oscura, pero lo es, y se debe contemplar teniendo esto en mente. 

 A Different Man es un producto impecable, apoyado sobre todo por su carismático trio de protagonistas, con un Sebastian Stan que parece haber decidido este año demostrar de lo que es capaz (estrenó también The Apprentice, biopic sobre Donald Trump por la que cosechó aplausos), luciendo ya sea bajo cantidades enormes de maquillaje o con esa mirada vacía y gris cuando la belleza ha aflorado; por mucho, una de las mejores actuaciones masculinas del año y la mejor de su carrera. Renate Reinsve es otra que se transforma en pantalla, sin necesidad de ningún cambio físico más allá de un corte de cabello, pasando de la candidez a la frivolidad más representativa de un mundo donde para conseguir lo que deseas debes pasar por sobre quien se tenga que pasar; un proyecto y desarrollo de personaje que nos recuerda porque la amamos tanto en Verdens verste menneske (2021) y que la espera por verla de nuevo ha valido la pena.

Pero si hay alguien que roba cámara (aunque manteniendo un equilibrio perfecto entre los tres) apenas aparece, ese es Adam Pearson, actor fetiche del director y el cual irradia un carisma y magnetismo que ya quisieran celebridades con esos rostros perfectos, ya sea naturales o esculpidos en el quirófano. Un trio que trabaja como reloj en las manos de un director que supo que hacer con cada uno de ellos, brindándoles unos diálogos cargados de emoción y emotividad. 

En el aspecto técnico, la fotografía granulosa en 16mm que seleccionó el cinematógrafo Wyatt Garfield resulta ideal para remarcar la triste y patética realidad en la que vive el personaje al inicio; pero que al mismo tiempo enmarca a la perfección el vació emocional que padece el personaje central cuando su cambio físico se ha realizado. Esto, sumado al exacto trabajo de la diseñadora de producción Anna Kathleen, que inicia con ese departamento en ruinas, atiborrado de muebles viejos y desgastados, que será cambiado por el espacioso y casi vacío (como la personalidad del personaje central) departamento que se nos muestra en el segundo acto, así como el departamento de Ingrid o el teatro donde se lleva a cabo la obra, logran que entendamos aún mejor a los personajes que ya de por si fueron escritos con maestría. Para cerrar este apartado, los prostéticos diseñados por el dos veces nominado al Oscar, Michael Marino, resultan creíbles y sirven como una herramienta más que funcional para la interpretación de Stan, sin opacar su actuación en ningún momento. Una cinta pequeña y modesta donde se supo aprovechar cada centavo en beneficio de la historia que se quiere contar.

A Different Man es otra de esas cintas que divide a la audiencia, aunque nunca se arriesga tanto en el apartado visual como la mencionada The Substance, por lo que la conversación a su alrededor no puede compararse; pero escarba profundo al incomodarnos, sabiendo que muchas veces hemos sido ese par de ojos que juzga y observa a los que son físicamente diferentes o porque hemos sido víctimas de la dismorfia que nos hace nunca estar conformes. Una cinta que habla de la importancia del interior por sobre el exterior, de lo imposible que resulta arreglar un problema con un cambio físico, si este está enraizado en nuestra mente. Con una duración aceptable y disfrutable si se sabe lo que se va a contemplar, esta comedia negra es una pequeña y oscura maravilla en medio del brillo de los grandes estrenos que se avecinan, por lo que posiblemente se vea eclipsada por ellos, pero que si se tiene la oportunidad, no se debe dejar pasar la oportunidad de verla.

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