One Battle After Another (2025)

Puedo decir sin dudar que Paul Thomas Anderson es uno de mis cinco directores favoritos desde que tuve mi primer acercamiento con su trabajo en 1997, gracias a Boogie Nights, su segunda película y la encargada de posicionarlo como una de las jóvenes promesas del cine “independiente” de los noventa, con tan solo 27 años.

Desde entonces he procurado ver cada una de sus películas, incluida su ópera prima Hard Eight / Sydney (1996), algo que no siempre fue sencillo, ya que a pesar del respeto hacia su filmografía, muchas de sus cintas no atraían al público masivo o desaparecían pronto de las carteleras.

Como esa época en la que su cine era considerado ajeno a Hollywood ha quedado muchos años atrás, y como suele suceder con la mayoría de los directores que van ganando renombre, con el pasar del tiempo fueron más los que se enteraron del director, más las estrellas que quisieron aparecer en sus películas y mucho más el presupuesto que se le autorizó para producir sus obras. Eso nos trae hasta este momento, con la cinta que nos corresponde reseñar el día de hoy, One Battle After Another, su décima realización como director de largometrajes, con un presupuesto que se estima entre los 115 y 175 millones de dólares (más que los combinados de sus últimas cuatro producciones) y contando nada más y nada menos que con Leonardo DiCaprio en el papel protagónico, así como con otros nombres conocidos que lo acompañan.

Pero no se dejen engañar por quien interpreta el personaje estelar, porque así como Killers of the Flower Moon y el resto de sus colaboraciones con el director se sabía que eran cintas de Scorsese, así como que Once Upon a Time in Hollywood era una de Tarantino, en esta ocasión ocurre exactamente lo mismo: Leonardo es el protagonista, pero esta es una película de Paul Thomas Anderson, con todo lo que esto significa.

Primero hablemos de la trama, que en esta ocasión es una adaptación libre, muy libre, de la novela Vineland de Thomas Pynchon, mismo escritor del material base en que basó Inherent Vice (2014). En esta adaptación, Anderson nos cuenta las andanzas de un grupo revolucionario llamado French 75, centrándose en una pareja formada por la que viene siendo la imagen y principal portavoz del grupo, Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), y «Ghetto» Pat Calhoun (Leonardo DiCaprio), encargado de los explosivos. Desde un inicio se nota que es ella quien está realmente inmersa en la lucha contra las injusticias sociales, como se ve desde la secuencia inicial en la que los vemos liberar a un grupo de inmigrantes de un campo de detención, lugar donde ella tiene su primera interacción con el comandante Steven Lockjaw (Sean Penn), a quien humilla provocando los acontecimientos que desencadenan la historia que se nos presentará.

De la relación de los dos revolucionarios nace una niña, misma que Perfidia, a pesar de querer, ve como un obstáculo para su lucha social, por lo que decide retomar sus actividades, provocando un suceso que no contaré aquí, pero que desencadena una serie de problemas que obligan a Pat y su bebé a huir, escondiéndose en una ciudad santuario de nombre Baktan Cross, cambiando sus nombres por los de Bob y Willa Ferguson.

Dieciséis años después es cuando la historia comienza de verdad, con el ahora llamado Bob, padre soltero, hundido en una espiral de adicciones, autocompasión y hastío al haber dejado mejores épocas atrás, con una hija (interpretada por Chase Infiniti) con la que no conecta y parece ser perfecta en todo sentido. Su orgullo como padre, pero uno con el que no logra compaginar debido a su paranoia y antiguos ideales todavía regresando de vez en cuando. Es en esta etapa en la que su aparente vida tranquila da un giro cuando Lockjaw logra dar con su paradero y, por otros motivos que no mencionaré aquí, los busca con las peores intenciones, ya que de eso depende que él pueda formar parte de un grupo de supremacistas blancos que se autonombran Christmas Adventurers Club.

Esto es, a grandes rasgos, de lo que trata la película y se entiende por qué la campaña de marketing no ahondó en mostrarnos más en los tráileres tan confusos que proyectaban en las salas, ya que esta es una experiencia que el espectador debe vivir por cuenta propia, llegando con la menor cantidad de información posible.

Ahora, con la trama definida y una introducción realizada, ¿es la película tan buena como nos han hecho creer? Sí, se nota que Anderson ha puesto en esta producción todo lo aprendido en su carrera y ha aprovechado cada dólar invertido para darnos una de las mejores películas hasta lo que va del año, aunque quedan muchas por estrenar y solo el tiempo podrá decirnos si se mantiene en su pedestal. ¿Es la obra maestra del director? No, es una gran obra, pero por lo menos hay un par que la superarán en calidad. ¿Me gustó en el plano personal? Muchísimo; la disfruté de principio a fin, aunque un par de temas me hicieron ruido en la cabeza.

One Battle After Another es una de esas películas donde, dentro de su manufactura, todo está en el lugar que debe y cada aspecto ha sido medido a detalle, y no le sobra nada, ni siquiera los minutos que algunos han llegado a mencionar como excesivos. La cinta, aunque batalla un poco al inicio para encontrar su tono, solo va en aumento en sátira, acción y tensión, provocando que no podamos apartar los ojos de la pantalla. Claro, hay momentos en que este ritmo baja por el bien de la historia, pero son pocos y luego retoma el nivel, hasta que se eleva a un punto caótico (no dicho de forma peyorativa) en que ya no hay forma de volver a relajar la respiración.

Los causantes de que todo funcione tan bien, a la par del director, son tres encargados específicos de aspectos técnicos. Primero tenemos al montador Andy Jurgensen, quien ya ha participado en varias producciones del director, logrando en esta el trabajo más frenético y dinámico de sus colaboraciones hasta el momento; que el ritmo funcione y nunca decaiga es su logro, uno que posiblemente le otorgue una avalancha de premios. El segundo es Jonny Greenwood (sí, el de Radiohead) trabajando por sexta ocasión con Anderson, en lo que posiblemente sea la banda sonora que más se acerca a su estilo personal, pero la más alejada a lo que ha realizado para cine hasta ahora; apoyando la edición de la cinta, esa montaña rusa emocional que nos presentan se amolda a la perfección. Por último, la fotografía de Michael Bauman, grabada con las recién resucitadas cámaras VistaVision, es el acabado ideal que termina por perfeccionar ese triángulo de calidad que nos regaló el director. Entre ellos logran que pasemos de la risa a la incomodidad, a la tensión y al dramatismo, alcanzando su punto máximo en esa secuencia de la que tanto se ha hablado, en una carretera en el último acto de la película, una que por sí sola ya vale decenas de premios técnicos que posiblemente acumule la cinta.

Dejando en claro que estamos ante un producto que técnicamente tiene un acabado impecable, sobre todo para una cinta que no pertenece a un género en el que los aspectos de este estilo sean su prioridad, así como que Anderson vuelve a demostrar maestría en su oficio, podemos hablar de los puntos que tienden a ser los principales dentro del cine de autor, sobre todo de uno tan aplaudido al que se le ha catalogado dentro de las historias de carácter personal, es decir, su guión y el aprovechamiento de sus actores, así como sus interpretaciones.

Empezaré hablando de las interpretaciones masculinas, ya que son los nombres más conocidos y los que posiblemente atraigan al público a las salas. En primer plano son obvias las presencias de DiCaprio y Sean Penn, a quienes Anderson escribió personajes que saben explotar al máximo. El primero como el padre que ha visto pasar su época y no puede comprender la actual, navegando entre lo ridículo y entrañable, en lo que es posiblemente la mejor actuación del actor en muchos años; el segundo hace algo parecido, un personaje que brinca entre lo patético y lo temible de un instante a otro, un actor en total estado de gracia demostrando la capacidad que se había desaprovechado en sus últimos trabajos. Dos trabajos que serán escuchados en muchos de los premios que se entregarán esta temporada y que, si no hubieran sido oscarizados ya, es muy posible que repitieran el triunfo.

Como favorito personal hago mención del personaje de Benicio del Toro como Sergio St. Carlos, puesto que él es la calma y voz de la razón en medio de todo el estruendo que es esta cinta. Que logre destacar con un personaje menos llamativo y con muchas menos escenas le da créditos extra, ya que se luce incluso en aquellas en donde no habla, como el momento en que es detenido por oficiales por conducir a exceso de velocidad.

Pero si decidí hablar de ellos primero, fue para dejar a las intérpretes femeninas para el final, ya que a mi gusto son la verdadera alma de la película. Anderson ha logrado escribir grandes personajes femeninos a lo largo de su carrera, como los interpretados por Julianne Moore, y en esta ocasión repite, pero, a mi parecer, pudo haberlos escrito mejor. Las actrices realizan un trabajo soberbio, de eso no hay la mínima duda, iniciando con Teyana Taylor, a quien identificaba como cantante, pero desconocía su carrera de actriz; ella es una fuerza de la naturaleza, desde su primera escena roba cámara y hace explotar la pantalla, su manejo corporal y de la puesta en escena es evidente por su trabajo como directora de videos, se apropia del set y lo vuelve su escenario, razón por la cual tal vez me moleste un poco el tratamiento que se le dio a su personaje y sus acciones. Enaltecer un personaje, que si bien se sabe inestable, para luego destruirlo y no volver a saber nada de él, es algo que pudo haberse manejado de otra manera, aunque comprendo que hubo una mejora a su versión en la novela y que sus actitudes vienen así desde el material base. Se entiende que ella es el personaje pivote; sus acciones son necesarias, pero no dejan de ser estereotípicas tomando en cuenta su origen étnico.

Lo cual me lleva a hablar de una de las mejores actrices afroamericanas de la actualidad, pero de las más desaprovechadas, Regina Hall, como la verdadera revolucionaria, la que no necesita de gritos y fuegos pirotécnicos para seguir en la lucha. Ella es el alma del movimiento y la que nunca se da por vencida, a pesar de tener todo en contra. Opacada por su compañera, pero más fiel a sus ideales, realiza una actuación contenida y matizada de la que debería estarse hablando más, cosa que no sucede porque las audiencias tienden a aplaudir la estridencia antes que la sutileza. Aun así, aplausos para ella y espero que no sea dejada de lado en la temporada.

Por último, pero no menos importante, la novata Chase Infiniti como la hija de la revolución y mezcla perfecta de las personalidades de ambos padres. Ella es el centro de todo lo que sucede y carga ese peso sin problema alguno, compartiendo cámara con casi todo el reparto sin permitirse ser opacada. Sin duda la revelación del año y una a la que espero se le abran las puertas que tanto se cierran para las actrices de color. Sin duda, una selección por demás atinada por parte del director para su personaje.

Después de todo lo escrito, solo me queda decir que One Battle After Another merece cada uno de los aplausos que ha recibido. Es una gran película que toca temas actuales, es necesaria y se atreve a cosas (desde la seguridad que da el nombre de su creador, claro) que en este momento no se pueden mencionar. No es un producto fácil, a pesar de ser la más digerible del director, por lo que para algunos puede no ser de su agrado; pero nada de esto hará que se reste valía a la que es, sin duda, la mejor película de estudio del año hasta este momento. Grande Anderson, grandes sus actores y su revolución.

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