Cuando el cuento se pone feo: La hermanastra fea

Ayer, con mis hijos, fuimos al cine a ver la producción noruega La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren; Noruega, 2025), con historia y dirección de Emilie Blichfeldt, y un elenco que bien merece ser nombrado y, como en un concierto magistral, invitado a ponerse de pie para recibir un aplauso individual.

La historia se construye desde dos enfoques. El primero: narrar desde el antagonista, una tendencia actual que ha renovado con éxito relatos mil veces contados. El segundo: recuperar el trasfondo oscuro y sangriento que el guion original de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm planteaba en La Cenicienta (Aschenputtel, en Cuentos de la infancia y del hogar, 1812). La cineasta se apropia de esa veta, tomando como base distintas versiones del cuento, aunque la más difundida proviene de Italia, donde se fijaron los cánones que hasta hoy lo definen como el cuento de hadas por excelencia.

El pasaje dice así: “la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: ‘¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie’. Lo hizo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al príncipe”. Emilie Blichfeldt retoma este horror latente para contarnos una versión posmoderna, poderosa y llena de momentos de estética y contraestética que resultan imborrables.

La joven Lea Myren encarna a Elvira, la hermanastra fea, mientras Thea Sofie Loch Næss interpreta a Agnes, la Cenicienta. Ambas sostienen una rivalidad forzada por los cánones sociales, pero también marcada por la representación de los siete pecados capitales: orgullo, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria. Estos desfilan no solo en las hermanastras —con Flo Fagerli como Alma, la menor—, sino también en la Madrastra Rebekka (Ane Dahl Torp) y en la propia Cenicienta.

Sentado junto a mi hija de 17 años, viví con ella el reflejo del drama adolescente de la presión social, de las comparaciones inevitables y de esa cruel lupa que pesa sobre la apariencia, los gestos y la aceptación.

Me sentí ubicado en el punto intermedio exacto entre Joker (EE. UU., 2019) y The Substance (Reino Unido, EE. UU., Francia, 2024), las dos referencias más recientes y efectivas para entender los enfoques de La hermanastra fea: por un lado, el rescate del antagonista; por otro, el horror corporal como viaje inmediato a los sentimientos que provoca el cuerpo humano expuesto en su carnalidad.

Salí del cine convencido de que La hermanastra fea no es solo una relectura de un clásico, sino también un espejo incómodo y necesario para cuestionar cómo seguimos repitiendo viejas formas de violencia en la vida cotidiana. Al final, lo verdaderamente valioso de esta película fue poder verla con mis hijos: abrir un espacio de diálogo, mirarnos de reojo y reconocer que los cuentos que parecían inocentes todavía nos pueden dar una lección.

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