La gitana que eligió ser un ángel

  • Reseña del libro «La música de Florentina» de Arturo Meza

En su libro Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente, Régis Debray nos recuerda que:

«El symbolon, de symballein, reunir, poner junto, acercar, significa en su origen una tessera de hospitalidad, un fragmento de copa o escudilla partido en dos y repartido entre huéspedes que transmiten los trozos a sus hijos para que un día puedan establecer las mismas relaciones de confianza juntando y ajustando los fragmentos. Era un signo de reconocimiento, destinado a reparar una separación o salvar una distancia. El símbolo es un objeto de convención que tiene como razón de ser el acuerdo de los espíritus y la reunión de los objetos. Más que una cosa, es una operación y una ceremonia: no la del adiós, sino la del reencuentro (entre viejos amigos que se han perdido de vista). Simbólico y fraternal son sinónimos: no se fraterniza sin tener algo que compartir, no se simboliza sin unir lo que era extraño. En griego, el antónimo exacto del símbolo es el diablo: el que separa. Dia-bólico es todo lo que divide, sim-bólico todo lo que acerca».

A partir de este concepto, podríamos decir que la Argentina es un país diabólico en el sentido etimológico de la palabra. Es una nación productora de grietas, de lo que hoy conocemos como polarización: civilización y barbarie; federales y unitarios; la Conquista del Desierto y el exterminio de pueblos originarios, y al mismo tiempo, la europeización masiva, el blanqueamiento racial, cultural e intelectual; gorilas versus el campo nacional y popular; chetos contra negros de mierda.

“Del éxtasis a la agonía, oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor o también lo peor con la misma facilidad”, dice la Bersuit Vergarabat en su icónica La argentinidad al palo.

La música de Florentina (2024), de Arturo Meza, es una novela narrada desde la muerte. Está ambientada en la Buenos Aires de los años treinta, es decir, en plena Década Infame (1930-1943), posteriormente se desarrolla en el período de surgimiento, ascenso y caída del peronismo (1943-1955), y concluye en los albores de la Revolución Libertadora. Dependiendo de la mirada historiográfica y el sesgo ideológico de quien las aborde, estos capítulos son consideradas como dos o tres de las seis dictaduras que atravesaron a la Argentina en el siglo XX.

Esta obra es una evocación en clave neorrealista a esa ciudad que hervía de extranjeros y en donde, como nos dice Martín Caparrós en Boquita: “En sus calles se oían gritos en todas las lenguas y sonaban, mal tocadas, todas las músicas del mundo. El melting pot, el puchero de razas”.

Una trama en donde la música tiene un papel protagónico como catalizador de las emociones, los miedos, las aspiraciones, los sueños, las perversiones, el erotismo, el amor y la libertad. Florentina, hija de un gitano y una italiana que viajan desde Génova a Quilmes, es la última reencarnación de un mundo antiguo, luminoso y vibrante que parece extinguirse o bien, autodestruirse. Es el claroscuro donde nacen los monstruos del que hablaba Gramsci.

La idea de la música como instrumento del Diablo –o de Dios–, pensada como un ente que perdura más allá de muerte: “La música es maestría sanadora, pero será utilizada por los dueños de las tinieblas para ennegrecer con ella. Trastocarán en sentido adverso su vibración y enfermarán más las mentes al adueñarse de ellas. Vendrá una música violada, una música prostituida, una música tristemente basura”.

En ese sentido, Florentina es una suerte de Doctor Fausto seducida por un Mefistófeles en forma de cuadrilátero con fuelle: el bandoneón, instrumento creado en Alemania para servicios religiosos y que en el Río de la Plata es el telón de fondo de inmigrantes, prostíbulos, conventillos, compadritos y poetas. Porque el acordeón y los órganos son de los ángeles y el bandoneón es del diablo, es una bestia triste que no te pide que la domes, sino que seas ella.

Florentina, es decir, Florencia y Argentina, es el summum del Viejo Continente y el Nuevo Mundo, narrado a través de la piel de una gitana universal sin patria, sin dios y sin tierra que no tiene cordones ni ataduras físicas o intelectuales, pero sobre todo es una mujer que no teme a la muerte, porque nada muere. Es una profunda convencida de que algunas personas deberían temerle más a la vida, porque la muerte es inefable.

El personaje principal de esta novela está inspirado, posiblemente, en Paquita Bernardo, conocida como La Flor de Villa Crespo, compositora de tangos y primera bandoneonista profesional en la Argentina de principios de siglo XX, quien seguramente debió escandalizar a la sociedad higienista de la época con aquello de abrir y cerrar las piernas al momento de su ejecución. Una postal profundamente erótica únicamente para entendidos en códigos porteños.

Paquita Bernardo (1900-1925) desafió todas las convenciones sociaales de la época y se convirtió en la primera bandoneonista argentina, además de compositora y directora de una orquesta integrada en su totalidad por hombres.

La música de Florentina es también un relato de redención familiar, de identidad, de migraciones, de vínculos rotos, de lazos fuertes y de símbolos que hunden sus raíces en lo más profundo de la humanidad, el conocimiento y la espiritualidad. Una historia en donde abundan las referencias culturales y se cruzan desde Augusto Berto, Borges, Dante Alighieri, Perón, Bach y Ginastera, pasando por Beethoven, Evita, Nikola Tesla, Krishnamurti, Stravinski, Goebbels y Blavatsky, hasta Piazzolla, Troilo, Gurdjieff, Mussolini, la teosofía, sociedades secretas y los cátaros.

Es un libro que dialoga con el presente de una manera escalofriante, en virtud de algunos paralelismos que se pueden advertir con la llegada al poder de Hitler en 1933, confrontado con los actuales discursos de odio, estigmatización y discriminación de personajes de la política como Donald Trump, Giorgia Meloni, Viktor Orbán, Javier Milei, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele.

El maestro Arturo Meza nos cuenta a través de Florentina que en la Argentina existía un cierto tipo de personas que odiaban a los inmigrantes del año 1930, algunos pertenecían a familias que habían llegado al país desde 1880 y eran muy intolerantes con los extranjeros recientes. El arte de la humildad y la sencillez reconstruirá a la Argentina. Parece una sentencia tan lejana en el presente y mucho menos en el futuro próximo.

El filósofo italiano Bifo Berardi, señala que vivimos en tiempos de demencia masiva, producto de las mutaciones de la dominación capitalista, el sufrimiento psíquico, la tenaza tecnológica, las prácticas artísticas, los procesos de subjetivación, las psicopatologías de la comunicación, los neofascismos, la clausura del futuro, la sensibilidad, la amistad y la guerra.

El pasado 16 de junio se cumplieron 70 años del tristemente célebre bombardeo a la Plaza de Mayo, es decir, argentinos matando argentinos. De nuevo, la grieta. Es un hecho histórico del que una parte de la sociedad prefiere no hablar. En cambio, “garpa” más recordar una y otra vez los atentados terroristas sufridos en la Embajada de Israel en Argentina en 1992 y en la Asociación Mutual Israelí Argentina (AMIA) en 1994. Al final, sionismo y nazismo no son tan distintos en su visión del mundo.

Uno de los rasgos más seductores de La música de Florentina es la reivindicación de la figura de Juan Domingo Perón, un personaje crucial para entender la segunda mitad del siglo XX en el país albiceleste, y más en estos tiempos liberal-libertarios y de criptomonedas. Por otra parte, también conmueve la muerte de Eva Perón, Evita, como metáfora de la sangre derramada en la Argentina. Y por supuesto, el inicio de la ceguera de Borges, el hijo predilecto del barrio de Palermo; ese genio que tenía un profundo fervor por Buenos Aires.

El recientemente fallecido Jorge Lanata (1960-2024), cuenta en su libro 56. Cuarenta años de periodismo y algo de vida personal que:

Después del derrocamiento de Perón se produjo un idilio callejero: alegría, emoción y banderas. Pero no duró ni una semana. A los pocos días habían surgido unos veinte diarios de oposición con títulos inmensos: GOBIERNO DE TRAICIÓN, NUEVA DICTADURA, DIGNIDAD O MUERTE, BASTA DE OPROBIO. Al cabo de tres meses el pobre general Aramburu, el presidente, no contaba siquiera con el diez por ciento de sus partidarios. Cuando después Frondizi fue elegido por aplastante mayoría, otra vez la alegría… y al cabo de unos meses nuevamente: “traidor”, “vendido”, “tirano”.

¿Es Argentina lo indefinido? Argentina es, aún, una pelea inconclusa. Confundida entre lo que es y lo que quiere ser… La melancolía del imperio que nunca fue, es parte de un problema cultural y la vez un signo de su idiosincrasia.

La música de Florentina es un relato profundo y conmovedor de una nación que posee una dualidad inquebrantable: idolatría y autodestrucción. No es de extrañar que el tango surgió en sus márgenes, en el puerto, ahí donde el Eros y el Tánatos, tuvieron el romance más épico, devastador, inspirador e irreparable de la historia. Hay quienes sostienen que la Argentina fue un experimento social. Al parecer, está condenada al eterno retorno.

*Este texto fue leído durante la presentación del libro La música de Florentina (2024), de Arturo Meza, en Casa La Morelos en Torreón, Coahuila, México; el 8 de agosto de 2025.

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