Smile 2 (2024)

Hace 2 años, la pequeña cinta de terror Smile (17 millones de dólares de presupuesto) del director debutante Parker Finn, planeada para ser estrenada como parte del catálogo del servicio de streaming Paramount+, gracias a las reacciones positivas en las funciones de prueba, terminó siendo proyectada en salas de cine. Respaldada por una original campaña de marketing, así como un boca a boca y apoyo viral como pocos, la película demostró que no se habían equivocado al confiar en ella, ya que se transformó en un inesperado suceso de taquilla que recaudó más de 200 millones de dólares a nivel mundial, lo que la volvió la más económicamente exitosa del género ese año.

Como era de esperarse, esto no se podía dejar pasar, por lo que se encargó al director transformar su producto en franquicia, solicitando una secuela lo más pronto posible. Con un presupuesto mayor, aunque no inmenso (28 millones), esta segunda parte se ha estrenado en estos días a lo largo y ancho del planeta, despertando la incógnita de si está o no al nivel de su predecesora, ya que la efectividad de esta era uno de sus principales atractivos.

La respuesta a la pregunta es un rotundo sí, ya que Smile 2 cumple su cometido de entretener pero, sobre todo, asustar a la audiencia, como pude constatar en la sala que me tocó ver la película; pero, como casi toda secuela de cine comercial, también cumple con el principal punto a cubrir, que es hacer todo más grande que en la anterior. Por este motivo es que pasamos de tener como protagonista a una psicóloga clase media que trabaja ayudando a pacientes con problemas mentales, a una super estrella de la música que está planeando su gran regreso, tan sólo 6 días después de los acontecimientos de la cinta anterior.  

Con esta base argumental se nos presenta a Skye Riley (una magnifica Naomi Scott que lo da todo), estrella pop que en el pináculo de su carrera se descarrió por el consumo de drogas y alcohol (algo así como si Lady Gaga hubiera sido poseída por Lindsay Lohan justo después de lanzar Born This Way), tratando de recuperar su vida y carrera después de un año alejada de los escenarios debido a un accidente de auto que le ha dejado cicatrices tanto físicas, como emocionales. En ese incidente relacionado con estupefacientes, no sólo murió su novio, el famoso actor Paul Hudson (Ray Nicholson), sino que ella misma tuvo que pasar por un proceso completo de operaciones para salvarle la vida, dejándole dolorosas secuelas físicas que la obligan a comprar clandestinamente medicamentos más fuertes, mismos que no le recetan debido a su adicción, pero que consigue por medio de un amigo de su etapa escolar, Lewis Fregoli (Lukas Gage) quien, por encontrarse en el momento y lugar incorrectos, es portador del parásito sobrenatural que ya conocemos de la primera entrega y que termina contagiando a la protagonista al suicidarse frente a ella.

Los que sabemos de qué va esta entidad, estamos al tanto de que a partir de ese momento Skye tiene el tiempo contado para deshacerse de lo que la persigue si quiere sobrevivir, mientras poco a poco va perdiendo la cordura debido a todo lo que ese ser la hace ver y sentir como verdadero, mientras es observada no sólo por los que la rodean y preocupan por ella, como su madre Elizabeth (otra maravillosa Rosemarie De Witt) quien la presiona al mismo tiempo que desconfía de su hija o el productor de su disquera Darius (Raúl Castillo) que quiere a su mina de oro de vuelta en perfectas condiciones;  sino también por sus fanáticos y el ojo público que están esperando con saña morbosa que recaiga para verla destruirse nuevamente.

Aunque nunca escribí sobre la primera película, el primer pensamiento que vino a mi mente al verla fue que le faltaba originalidad en su mitología, ya que no se trataba de otra cosa que de una versión comercial de la trama de it Follows, sustituyendo las enfermedades venéreas por los traumas no trabajados, porque de eso se trata esta historia, de la salud mental, de las heridas emocionales no procesadas, asimiladas y superadas; las protagonistas de las dos producciones padecen de cuestiones mentales que vienen arrastrando desde tiempo atrás (pero, ¿quién no?), por lo que resultan víctimas fáciles. Testigos de un suceso tan perturbador que desequilibra tu cabeza hasta lograr que te quites la vida; pero al mismo tiempo nos habla de esos daños psicológicos que se pasan de persona a persona, de generación a generación, hasta que alguien decide detener el ciclo y trabajar en su persona para sanar. En esta ocasión, al tema se le ha sumado el peso de la fama, en un año donde la magnífica The Substance ya se encargó de hacernos ver lo que las celebridades padecen debido a la presión pública, parece ser que este será un tema recurrente en futuros proyectos. 

El que yo esté escribiendo esto tan sólo un día después de la muerte del cantante Liam Payne dota de un toque de realismo no buscado y necesidad de hablar del tema que la vuelve demasiado actual. Como este caso muchos se pueden mencionar, como Amy Winehouse, Kurt Cobain o Whitney Houston entre los fallecidos; así como Robert Downey Jr, la ya mencionada Lindsay Lohan o Drew Barrymore como sobrevivientes. En este sentido la historia funciona y lo hace de maravilla, puesto que lo vivido por la protagonista anterior, a pesar de tratarse de lo mismo, se queda corto ante la presión que en esta ocasión se deposita sobre el personaje principal. Todo mientras se nos hace ver que la salud mental es un tema que afecta a todos los estratos sociales por igual y que se debe priorizar.

La escritura del guión, desarrollado de nuevo por el mismo director, logra su cometido (sin profundizar del todo), ya que es difícil dentro del cine comercial cubrir el campo del horror de manera eficaz, mientras se tocan temas más densos bajo el brillo de los reflectores; si esto fuera terror elevado de autor no habría problema para lograrlo, pero estamos ante el producto de una de las majors. En esta ocasión, debido a un maravilloso ritmo que en pocas ocasiones decae, y eso sólo por lo reiterante de algunas cuestiones, que logra el director de la mano del montador Elliot Greenberg, hacen que las más de dos horas de duración no se sientan pesadas para nada. Utilizando los dos flashbacks sobre el momento del accidente de la cantante para dividir los tres actos en que está dividida y apoyándose en un apartado sonoro donde igual sirve un grito que un cristal rompiéndose para crear las elipsis que funcionan perfecto, podemos decir que el realizador no fue un caso de simple suerte, ya que esta historia resulta tan efectiva como la anterior o más, ya que los sustos se han multiplicado y el uso de efectos mejor logrados la posiciona algunos escalones por arriba de la anterior que tendía a ritmos más pausados y tomas más largas.

Acá todo es trepidante, brillante y estridente, pero de forma buscada y utilizada de manera inteligente, todo dentro de el producto comercial del que se trata, y para ejemplo de esto, basta con ver una secuencia que recuerda mucho a los Weeping Angels de la serie Dr Who o al juego infantil del escondite inglés que, sin necesidad de efecto alguno más que la corporalidad de los involucrados es uno de los momentos más escalofriantes de la película.

Pero (siempre hay un pero), si existe algo que criticarle o que pueda restar su efectividad, es el hecho de su mitología misma, la cual ya he dicho que no es del todo original por la mencionada It Follows y otros productos como la miniserie The Outsider (2020), basada a su vez en la novela homónima de Stephen King publicada en el 2018. Posiblemente estos productos hayan permeado al momento de escribir el guión; aunque esto no representa un problema real, ya que el director pudo dotarla de un estilo propio, con esas sonrisas macabras y golpes de efecto que llegan a la audiencia. No, la parte que hace tambalear a la historia es que no se nos ha brindado la mínima información que la enriquezca, incluso cuando aparece el personaje de Morris (Peter Jacobson), quien está al tanto de lo que sucede desde antes de los sucesos de la cinta anterior y parece tener respuestas, al final todo queda en el aire y su presencia solo sirve para dar cierta sensación de seguridad que termina perdiéndose en la nada. 

Otro punto podría ser su final, que si bien cuenta con un largo y planeado plot twist, no deja de ser algo que desde el inicio parece el desenlace lógico y que, de nuevo, la acerca demasiado a It Follows (juro que es la última ocasión que la comparo con esta cinta). El director juega con la mente de su público, como lo hace con la mente de su protagonista, por lo que nos hace dar mil vueltas y despistarnos hasta hacernso creer que lo fácil ya resulta imposible, sólo para al final optar por hacer lo que, por lo menos para mí, era evidente en caso de querer alargar más esta saga.

Sin importar estos puntos que menciono, Smile 2 es una cinta totalmente recomendable para los amantes de los sustos, los de verdad, no el terror introspectivo que se viene manejando en últimos años, donde el miedo es provocado por restregarnos a la cara nuestros traumas y miedos más internos, pero sin que saltemos en la butaca como muchos esperan. Retomando, en The Substance la secuencia más aterradora viene sin diálogos, sólo miradas de autodesprecio ante un espejo, haciéndonos recordar cuantas veces hemos pasado por eso; pero aquí no es así, aquí la tensión aumenta, el sonido favorece y cuando menos lo esperas, o así lo veas venir desde kilómetros, cuando llega el momento, sin poder controlarlo te has estremecido, gritado y contraído el cuerpo por lo que acabas de ver.  Un tipo de cine de terror clásico que, salvo sorpresas, se volverá un éxito como su predecesora, aunque en estos tiempos sea cada día más difícil pronosticar las recaudaciones de películas que años atrás serían éxitos asegurados. En un año que ha resultado excepcional para el terror, Smile 2 destaca y funciona tanto o más que la anterior, y lo hace mientras logra entretener, por lo que se le debe aplaudir, así como a su protagonista Naomi Scott que logra elevar con su actuación la película en general. Una hazaña comercial en todo sentido.

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