The Exorcism (2024)

Años atrás, 25 para ser exacto, Russell Crowe era el actor del momento, el ídolo taquillero, el sex simbol, el rostro que estaba en todos lados gracias a la multipremiada cinta L.A. Confidential (1997), causante de que Hollywood posara su destructiva mirada sobre el actor. Ya con toda una maquinaria empeñada en volverlo una super estrella, no tardaría en lograr su primera de tres nominaciones consecutivas al Oscar, todas como protagonista, por The Insider (1999), Gladiator (2000) y A Beautiful Mind (2001), por lo que la prensa, a la que le encanta poner etiquetas que luego resultan un peso para los actores, lo llamó el nuevo Marlon Brando. Y si, Crowe es un actor más que solvente, pero estábamos hablando de palabras mayores. 

El histrión terminaría ganando por la segunda (y a mi gusto más floja) de sus menciones, debido sobre todo por haber perdido antes y estelarizar la cinta más taquillera de las que competían; pero, sobre todo, por el impacto mediático que aquella producción despertó. Gladiator fue todo un éxito, la película que provocó que toda una generación de heterosexuales tuviera el héroe con el cual identificarse (aunque muchos no se levantaban del sillón ni para buscar otra cerveza en el refrigerador) y que muchísimas mujeres (y algunos hombres) fantasearan con el Maximus que interpretaba el actor. Después de eso, y a pesar de que los papeles le llovieron y su fama aumentaba, el actor no volvió a tener el éxito de esas producciones en ninguna cinta estelarizada por él, ya que, incluso con los buenos comentarios por Master and Commander: The Far Side of the World (2003) y Cindirella Man (2005), ambas fracasaron en la taquilla. 

A diferencia de otros actores de su generación como Brad Pitt, Robert Downey Jr. o Keanu Reeves, que han pasado por momentos bajos en sus carreras, Crowe no ha logrado volver a levantar, a pesar de haberlo intentando con Robin Hood (2010) o Noah (2014), trabajando con directores de renombre. Mientras otros contemporáneos han logrado retomar el camino, como Nicolas Cage que se encuentra en su mejor momento en años, Russell parece aceptar lo primero que le llega, tal vez por el miedo a no volver a trabajar o porque sabe que sus mejores épocas han quedado atrás y la industria lo ha dejado de lado. Prueba de esto fueron las desastrosas The Pope’s Exorcist (2023) y Sleeping Dogs (2024) que, comparadas con la película de la que hablo en esta ocasión, The Exorcism, parecen obras maestras del séptimo arte. 

La cosa podría terminar aquí, ya que es evidente que pienso que esta película es un desperdicio de tiempo y dinero, pero hablemos un poco de ella. ¿De qué trata? En la ciudad de New York se está grabando un refrito de The Exorcist y en una de las primeras noches de grabación, con el set ya vacío, Tom (Adrian Pasdar), quien interpreta a la nueva versión del Padre Merrin, se encuentra ensayando en la recreación de la casa donde todo ocurre, cuando cosas extrañas que sólo nosotros sabemos comienzan a suceder, terminando con la muerte del actor. Debido a esto, como si en Hollywood tendieran a los riesgos, el director decide ofrecer el papel a un actor problemático y exadicto que ha visto sus mejores épocas pasar (emulando a la realidad) de nombre Anthony Miller (Crowe), quien ve en esa cinta su gran oportunidad para volver a brillar. A la par de esto, su hija rebelde Lee (Ryan Simpkins), que lo odia porque ella y su madre, antes de que esta falleciera de cáncer, tuvieron que soportar el infierno que les hizo pasar con sus adicciones, ha sido suspendida de la escuela y se ve obligada a vivir con él. El rechazo de la joven es evidente, por lo que él le ofrece ser su asistente para tratar de acercarse a ella, cosa que parece funcionar, hasta el momento en que se vuelve evidente que algo sobrenatural sucede en el set, infectando al protagonista que no sólo debe enfrentarse a sus demonios internos y traumas del pasado (en los que no se profundiza de verdad), sino a algo que lo acosa y parece que no descansará hasta lograr apoderarse de él a toda costa. 

Tomando en cuenta la cantidad de rumores sobrenaturales y leyendas urbanas en torno a las grabaciones de películas clásicas de terror como Rosemary’s Baby (1968), The Exorcist (1973), The Omen (1976), The Shining (1980) o Poltergeist (1982), no es de extrañar que a alguien se le haya ocurrido usar este contexto como base para desarrollar su trama, lo cual en papel pudo haber sonado interesante y original, posiblemente lo fue en algún momento, el problema es que el casi debutante director Joshua John Miller, de la mano de su colaborador en la escritura, M.A. Fortin, optaron por todos los lugares comunes y clichés que pudieron acumular en una sola historia. Sumado a esto, pecaron de lo peor que puede pasarle a una cinta, que es resultar aburrida, lo cual llama la atención ya que hace 9 años debutaron con el ingenioso, inteligente y divertido guión de la cinta de terror cómico The Final Girls (2015), dirigida por Todd Strauss-Schulson, único trabajo previo a sus espaldas si no contamos los 62 episodios para Queen of the South que escribieron en conjunto. Tal vez fue demasiado tiempo entre una escritura y otra, tal vez aquel manuscrito se llevó toda su creatividad o simplemente el primero se enfrentó a la realidad de que escribir no es lo mismo que dirigir (sí Guillermo Arriaga, te hablo a ti). Como sea, en esta ocasión han fallado rotundamente al tratar de darnos algo memorable como lo que lograron en su debut como escritores. 

Si tengo que ser completamente objetivo y dejo de gritar que quiero mi dinero de vuelta, el primer acto logra funcionar hasta cierto punto, cumpliendo con presentar de manera correcta a sus personajes y sus personalidades para que comprendamos el conflicto y nos interesemos medianamente en lo que vemos; el problema llega cuando el segundo no despega y se alarga demasiado con subtramas innecesarias, ya que las situaciones escritas en este no llevan a ningún lado o tienen un verdadero peso argumental que de complejidad a unos personajes unidimensionales a los que se les intentó desarrollar una personalidad que termina sin resultar interesante; por lo que, al momento de que el tercero busca cerrar la historia y dar un golpe de efecto, este nunca llega y al público ya no le importa lo que sucede en la pantalla, sin importar lo desesperado de las situaciones, los sacrificios realizados y el intento infructuoso de los actores por hacer algo medianamente digno con las líneas insulsas o exageradas que les han obligado a memorizar. 

Y ya que he regresado al tema de los actores, si la presencia de Crowe en este proyecto resulta penosa, tenemos que mencionar que no es el único que parece tener deudas de juego y está aceptando cualquier cosa con tal de trabajar. Otro miembro del reparto es Sam Worthington, a quien le toca interpretar a Joe, el actor que en la trama es contratado para interpretar a algo así como el Padre Karras de esa adaptación. Puede que muchos no lo identifiquen por su nombre, lo que no es de extrañar ya que el nunca despegó como lo hizo Russell, ni fue nominado a ningún premio, pero es nada más y nada menos que el protagonista de las dos cintas Avatar de James Cameron, a quien también se intentó descaradamente volver estrella produciéndole Terminator Salvation (209), Clash of the Titans (2010) y su secuela, así como hacerlo estelarizar múltiples cintas de acción, porque el era el futuro de Hollywood, aunque esto nunca pasó, porque o tienes madera de estrella o no, y su carrera habla por si sola. Por lo menos el tiene contrato para las dos siguientes Avatars, por lo que le quedan años de trabajo asegurado. Sobre Chloe Bailey no hablaré porque su personaje es técnicamente decorativo, pero por lo menos no despertó la avalancha de odio que su hermana Halle vivió al estelarizar The Little Mermaid (2023); parece que lo suyo es manejar un perfil más bajo hasta que le llegue su momento, si es que eso ocurre.

En The Exorcism no hay mucho que rescatar, siendo amable con la producción. No es efectiva, no asusta, no entretiene, se siente del doble de su duración, los actores o sobreactúan como Crowe o parece que están siendo forzados a punta de pistola a interpretar sus personajes. Una pena total tomando en cuanta las posibilidades de la idea si hubieran caído en otras manos, donde se pudo crear algo por lo menos funcional, con una atmosfera adecuada y un ritmo más acorde al tipo de historia. Si termina el año y esta no resulta la peor cinta del género, va a dar mucha pelea a quien le quiera quitar su deshonroso logro, puesto que resultó de mayor interés hablar del ascenso y caída de sus actores, que de la película misma. Alguien rescate a Russel Crowe por favor.