A la hora del café
Menos mal que conocí el ballet
Siempre que paso por la academia de danza que está cerca de mi casa, me invade la añoranza, sobre todo cuando se escuchan los adagios y el golpe de las zapatillas en la duela. Siempre quise volver al ballet.
No fue una disciplina a la que llegué desde niña como muchas mujeres. Al ballet llegué grande, después de la universidad. Pero guardo en mi memoria emocional, aquellas clases en el centro de iniciación artística al poniente de la ciudad, en donde sí, qué afortunadas éramos: tomábamos clase de ballet con una maestra que tocaba el piano en vivo.
Nunca tuve que pagar tanto dinero por estudiar ballet. Participaba en un programa educativo que después se convirtió en una licenciatura, dirigido por el maestro Jaime Hinojosa. Pero tampoco eran clases convencionales, pues para tomar ballet también tenías que estudiar técnica contemporánea. Qué época más feliz.
Quizás por eso me provocó gracia que la candidata Xóchitl Gálvez se burlara de Claudia Sheinbaum en el último debate previo a las elecciones, porque mientras ella practicaba ballet Xóchitl tenía que trabajar vendiendo gelatinas.
Es cierto que la práctica de ballet se ha considerado por mucho tiempo elitista, a la que sólo podían acceder niñas de clase acomodada. Estaba relacionada con un estatus económico y una idea de desarrollar un “porte” en las jóvenes.
La realidad es que existen países como Cuba donde el ballet es una profesión seria y no elitista, tan valorada como cualquier otra actividad formativa. También en México hoy en día es posible estudiar ballet en academias a costos accesibles y lograr una formación profesional dancística en escuelas y en universidades públicas.
Pero más allá del elitismo que puede caracterizar al ballet como a la música clásica, su práctica aporta un valor físico y emocional que no tiene precio.
La danza clásica o contemporánea te permite reconocer tu cuerpo, formarte en una disciplina, respetarla, es cultivar el amor propio, pero sobre todo una experiencia expresiva e interpretativa que difícilmente se borrará de la memoria.
La danza o el ballet ayudan a las personas con algunas condiciones especiales a adquirir mayores habilidades, a tener confianza en el espacio y en el tiempo, a sentirse parte de un disfrute sensorial.
Es, ante todo, una gran experiencia estética.
¡Gracias a todas las personas que cultivan al ballet!
Twitter @Lavargasadri
Adriana, que emotivo mensaje para las y los niños (y sus progenitoras) para que puedan despertar esa chispa interior que mucho nos ayudará en la vida adulta.