Wonka (2023)
Roald Dahl, por mucho uno de los escritores de literatura infantil más exitosos de la historia, creó obras que se han vuelto clásicos en su género como James and the Giant Peach, The Witches, Matilda y, sobre todo, Charlie and the Chocolate Factory y su secuela Charlie and the Great Glass Elevator (aunque originalmente eran un solo relato que fue dividido en dos partes). Todas, a excepción de la última mencionada, han sido llevadas a la pantalla en manos de diversos directores con buenos comentarios de la crítica, volviéndose en la mayoría de los casos, a pesar de que algunas fueron fracasos enormes de taquilla en sus estrenos, cintas de culto adoradas por muchos. De todas las adaptaciones realizadas, es Willy Wonka & the Chocolate Factory (1971) la que nos atañe en esta ocasión, debido al reciente estreno de su precuela Wonka, del director Paul King.
Como el término lo indica, al ser esta una precuela, la historia se centra en el pasado de Willy Wonka, su juventud para ser exactos, antes de volverse el famoso chocolatero que conocemos. Con un guión totalmente original escrito por el mismo director, de la mano de Simon Farnaby, con quien ya había trabajado en Paddington 2 (2017), así como las 7 canciones que lo complementan (sí, también es un musical), escritas por Neil Hannon, la trama nos muestra la llegada de un inocente Wonka (Timothée Chalamet) a una ciudad ficticia que bien podría ser Paris, donde busca cumplir su sueño infantil de abrir una tienda de chocolates en Galeries Gourmet. Ahí lo vemos enfrentarse a Sr. Slugworth, Sr. Prodnose y Sr. Fickelgruber (Paterson Joseph, Matt Lucas y Mathew Baynton respectivamente), un trio de competidores que conforman una mafia que tratará de impedirle realizar su cometido; así como a la despreciable Sra. Scrubbit (Olivia Colman), quien lo engaña para que trabaje casi esclavizado para ella. Apoyado por un grupo de personajes que se han visto en su misma situación, como la joven Noodle (Calah Lane), Willy buscará los medios para sortear las trabas que le ponen estos villanos, mientras descubrimos el motivo principal que lo motiva a luchar por su meta.
La trama suena sencilla y lo es, lo que no tiene nada de malo si fue pensada así desde el principio; los problemas que puede tener, en caso de considerarlos como tales, vienen en la forma de contradicciones con el material que la antecede y tal vez el tono que se ha decidió para la cinta.
Esta es una precuela de la versión de 1971, lo que hace que la que realizó Tim Burton en el 2005 no se considere dentro del canon, por lo que la línea argumental sobre el padre de Willy no existe, lo que puede considerarse positivo ya que muchos no estuvieron conformes con las libertades creativas que se tomaron en esta segunda adaptación. Aun con esto, hay ciertas cosas que, si hablamos de manera técnica, chocan con la historia de la primera película, como la relación del protagonista con los Oompa Loompas y con alguno de los villanos, puesto que en esta ocasión se nos indican ciertos sucesos que no cuadran con lo ya conocido; como este caso, sin profundizar para no hablar de más, hay otros, algo extraño cuando la película fue pensada como un antes de la protagonizada por Gene Wilder.
Otro aspecto que ha generado comentarios negativos es el tono demasiado infantil que se ha utilizado en esta ocasión, cosa que, como ya he dicho en otras ocasiones, tiene que ver más con el gusto personal que con la calidad argumental de una película. La cuestión aquí es que esto se presenta el mismo año en que la editorial Penguin Random House decidió realizar numerosas modificaciones para las nuevas ediciones de todas las obras del autor, algo que fue reprochado por los lectores, a pesar de que dicho cambio se escudó en el hecho de que las versiones originales podían resultar ofensivas para ciertos sectores. En un tiempo en que se ha criticado mucho este tipo de situaciones, llevando a generar rechazo ante antiguos titanes exitosos como Disney, esta decisión no ha sido bien recibida, sobre todo porque parte del atractivo que ha provocado que estas historias tengan tanto éxito, es precisamente ese tono oscuro, en ocasiones violento, que el escritor plasmaba en sus relatos.
Dejando de lado estos dos puntos y los gustos de cada persona, Wonka tiene varios aspectos a favor que merecen ser mencionados. Visualmente la cinta está muy bien realizada, lo que no debe extrañarnos si tomamos en cuenta que la mente detrás del proyecto es el mismo director que nos regaló las geniales dos (esperando que se realicen más) cintas con el osito Paddington como protagonista. Si bien en esta ocasión el trabajo narrativo final ha quedado un poco por debajo de estas, en la parte técnica se nota la visión de un realizador que sabe muy bien lo que quiere en este sentido. Para lograr este mundo mágico repleto de chocolate se contrató a un equipo creativo que incluye a Nathan Crowley en el diseño de producción y a Lindy Hemming en el de vestuario, posiblemente los dos aspectos en los que más luce este proyecto. Entre ambos logran dotar de personalidad propia a esta película, pero sin traicionar o sentirse ajena a la original, por lo que en este sentido si hay una continuidad orgánica entre ambas.
En esta línea de aciertos, al tratarse de una película musical, el apartado sonoro es de vital importancia en el resultado final, pudiendo decir que este es otro aspecto en que esta propuesta destaca, aunque no logra equiparar las melodías originales. Joby Talbot creó una partitura dulce y mágica que mezclada con las canciones de Neil Hannon logran momentos encantadores, pero que no pueden hacer mucho contra Pure Imagination y Oompa Loompa, las dos canciones que se repiten del musical de los setenta, las cuales se reconocen al instante y demuestran la superioridad en este sentido. Fue notorio el ver salir de la sala a algunos tarareándolas, cosa que no sucedió con ninguna de las originales de esta producción. Uno de esos casos donde las comparaciones pesan y juegan en contra.
Pero si hablamos de comparaciones, quien tenía el trabajo más difícil era el protagonista, ya que la caracterización de Gene Wilder es recordada y alabada por todos los fanáticos de su trabajo. Por esto es bueno que Timothée Chalamet haya logrado alejarse lo suficiente, apoyado por una escritura de guión en donde todavía el personaje no ha madurado o se ha enfrentado a las situaciones que dieron pie a su comportamiento más adulto; su interpretación es realizada enteramente en su estilo, pero podemos imaginarnos que con el tiempo pudiera transformarse en la versión que conocemos. Con una inocencia casi infantil, una dulzura que no se siente melosa y el carisma que caracteriza al actor, Chalamet logra salir airoso, incluso en las escenas de baile y canto, a pesar de no contar con una gran voz. Él es una estrella y aquí lo demuestra en cada encuadre, con el magnetismo que tienden a tener los que entran en esta categoría, sin por eso dejar de lado que también se trata de un excelente actor. Un tipo de interpretación muy diferente a todo lo que le hemos visto, demostrando su versatilidad y sirviendo a los fines de una producción plagada de excelentes actores (aplausos como siempre para Olivia Colman y Hugh Grant robando escena en los pocos momentos que aparece en pantalla), todos haciendo lo suyo para terminar de redondear ese universo mágico que el director quiso plasmar.
Si nos centramos en comparar, Wonka no va a salir bien librada, pero si la vemos como una cinta independiente que busca dar contexto y presentar la historia a las nuevas generaciones más pequeñas, en definitiva cumple su cometido. Una película familiar, linda, bonita, con todo lo que esto conlleva, afín a la temporada del año en que nos encontramos y que cuenta con una muy buena manufactura y actuaciones solventes. No la mejor ni del director ni sus actores, pero un producto agradable y cuidado que se puede disfrutar si tu alma no ha sido devorada por la amargura y llegas dispuesto a dejarte envolver por la, nunca mejor dicho, dulzura es capaz de transmitir. Por todo lo anterior Roald Dahl posiblemente terminaría odiándola, pero él ya no está aquí para saberlo.