De Uskyldige (2021)
Aunque para mi cualquier clase de niño me parece terrorífico, hay algo de perturbador en las películas en donde los causantes del mal son estos seres que transitan por una etapa en la que la inocencia y la falta de malicia deben ser algunas de sus principales características. The Bad Seed (1956), The Omen (1976), Children of the Corn (1984) y The Good Son (1993) son ejemplos de este tipo de historias en el cine angloparlante; ¿Quién puede matar a un niño? (1976) y Veneno para las hadas (1986), hicieron lo suyo en lo referente al hablado en español. Infantes infames que ya sea de forma natural o sobrenatural, realizan actos de elevada malicia por diferentes motivos. Dentro de esta línea se sitúa la cinta De Uskyldige, titulada The Innocents en Estados Unidos y Juegos Inocentes en México, donde, casi año y medio después de su estreno en otros países, ha logrado por fin verse a partir del pasado fin de semana.
La historia de niños malvados nos cuenta en esta ocasión la vida de la pequeña Ida (Rakel Lenora Petersen Fløttum), quien se ha mudado con su familia a Oslo, en contra de sus deseos, debido a que su hermana un poco mayor, a quien molesta constantemente, Anna (Alva Brynsmo Ramstad), sufre autismo y podrá ser atendida de mejor forma ahí. Al vivir en un complejo de torres departamentales, al poco tiempo Ida entabla amistad con un niño marginado de nombre Ben (Sam Ashraf), parte de un hogar marcado por la violencia, que le confía en secreto que posee algún tipo de poder mental que le permite mover cosas pequeñas con la mente. Al mismo tiempo, Anna, que hasta ese momento ha sido incapaz de comunicarse con nadie por su condición, conoce a Aisha (Mina Yasmin Bremseth Asheim), una niña que también cuenta con habilidades mentales, en su caso, el de escuchar los pensamientos de los demás, por lo que es la única capaz de entender a Anna y saber lo que piensa, descubriendo que esta última también cuenta con las mismas habilidades que Ben. Al notar que al encontrarse juntos sus dones aumentan, se forma un grupo entre los cuatro (a pesar de que Ida no tiene ninguno), entablando amistad y descubriendo los alcances de sus poderes, iniciando con juegos y actos inocentes, para poco a poco dar paso a situaciones más densas que mostrarán el verdadero interior de algunos de ellos, con consecuencias siniestras para todo aquel que se interponga en su camino.
Con esta premisa, Eskil Vogt, quien logró una nominación al Oscar por el guión de la laureada cinta de Joachim Trier, Verdens verste menneske (La peor persona del mundo) hace dos años, se tomó el tiempo de realizar casi a la par este, su segundo trabajo como director, donde también escribió la historia. Aunque la mayoría de la atención le llegó por la película mencionada, eso no impidió que su proyecto sobrenatural recibiera elogios por cuenta propia, cosa que no es de extrañar una vez que la cinta se ha visto y se hace evidente que logró desarrollar una sólida historia que muestra un análisis inteligente sobre la infancia y la violencia, provocada o recibida, que puede darse en esta etapa.
Apoyado en un excelente trabajo de sus cuatro niños protagonistas, el director fue lo suficientemente inteligente para sortear los errores en que han caído otras cintas del tipo, como lo fue el fracaso Brightburn (2019), en el que se creó una historia que nos hace pensar que sucedería en caso de que, en su infancia, alguien con los poderes de Superman decidiera tomar el camino del mal, resultando en esos trabajos que suenan mejor al momento de planificarlos que de realizarlos. Vogt logra evitar, aunque tocando temas comunes en las películas sobre descubrimiento infantil, caer en cuestiones por demás fantasiosas, a pesar del género en que trabaja, ya que los comportamientos de los infantes son de naturaleza realista. En su historia cada uno tiene sus razones para actuar como lo hace, toma decisiones basadas en sus experiencias de vida y a partir de estas es que sus personajes se desarrollan en un universo que es visto a través de los ojos de los niños en su totalidad, donde los adultos ni siquiera tienen un nombre más allá del de papá o mamá. Este es un mundo de niños, cruel y violento, pero de niños al fin y al cabo.
Con una atmosfera austera y ritmo pausado, porque no necesita otro estilo, vemos al inicio como se realizan actos violentos contra animales y otros niños, por el simple placer de hacerlos, lo que puede darnos una falsa ilusión de que nos encontramos ante personajes unidimensionales que realizan maldades sólo porque sí, pero esto cambia una vez que se nos permite ver las realidades en que estos infantes habitan. Tenemos a una niña con el síndrome de hija desplazada por la atención que recibe su hermana enferma, por lo que desahoga su frustración torturándola físicamente al no estar al tanto de lo que siente y piensa la otra. En el caso de Ben, se nos muestra la versión clásica del “violencia genera violencia”, ya que al verse en una situación de poder por primera vez, después de haber sido víctima de abusos por parte de otros niños e incluso su propia madre que desfoga sus frustraciones en su hijo, el niño no sabe reaccionar de otra forma que la que se le ha dado a lo largo de su corta existencia. Por otro lado, está el personaje que trata de hacer lo correcto, a pesar de saber que los adultos le mienten al poder percibir sus pensamientos, estando al tanto del sufrimiento que tratan de ocultarle, por lo que intenta ser la mejor versión de sí misma para no acrecentar ese dolor. Todos ellos en medio de un mundo adulto que los relega de cierta forma, en una etapa en la que se debe poner un mayor énfasis en la educación y cuidado que los niños necesitan.
Vogt no da explicaciones sobre la razón de que estos niños tengan habilidades especiales y no las necesitamos, porque esto es terror o suspenso elevado, lo que nos indica que no es el punto medular de la trama, ya que siempre hay otro tema bajo la superficie en este tipo de realizaciones. Esta es una “coming of age” sobrenatural, sí, pero no deja de ser una narración que nos habla de la transición de una etapa a otra, una que no se toca tanto como la de la adolescencia dando paso la vida adulta, pero que es vital como la otra. Para narrarnos este transitar, el director no se apoya en artificios efectistas, aunque la cinta resulta demasiado funcional para su manufactura casi independiente, ya que salvo un par de recursos técnicos, su uso es casi nulo. Para mostrarnos su universo, tan solo basta el apartado sonoro y una cuidada fotografía para que podamos sentir el miedo que sienten estos niños, ya sea cuando comienzan a enfrentarse unos a otros, como al mismo mundo que no logran comprender del todo y a las figuras de autoridad que deberían brindarles protección y cuidados, pero que en algunos casos no lo hacen.
De Uskyldige es una cinta que posiblemente tenga su mayor “defecto” en esa austeridad que la aleja de volverse memorable, así como no mostrar en realidad nada nuevo sobre el tema, pero es una manera inteligente y lograda de hablarnos de temas como los traumas infantiles que terminan marcando nuestras vidas sin que los adultos sepan el daño o beneficio que causan con sus acciones. Una película recomendable en medio de una temporada en que inician los estrenos ruidosos y pirotécnicos sin contenido que acaparan la cartelera, que vale la pena si te gustan las historias, aparte del espectáculo visual.