The Whale (2022)
La función terminó con un corte abrupto, sin aviso y la sala se mantuvo en silencio total. Más de 3 minutos sin escuchar palabra o que alguno de los presentes nos levantáramos de nuestros asientos, como suele suceder con la mayoría de las películas. Cuando este tipo de situaciones ocurren, es la evidencia de que se acaba de observar un producto que, independientemente de su calidad, ha tocado de diferentes maneras las emociones del espectador. Cuando por fin nos pusimos de pie y salimos de la sala, la misma atmosfera se mantuvo hasta que estuvimos fuera del cine. Eso fue lo que nos provocó The Whale, la última cinta de Darren Aronofsky.
A pesar de que el director nunca ha sido de mis favoritos, tal vez por la manera en que aborda sus proyectos, hay algunas de sus películas, como Black Swan (2010) y The Wrestler (2008), la que considero su mejor trabajo, que he disfrutado de sobremanera, considerando que gozan de una gran calidad. Requiem for a Dream (2000) sería otra que, debido al impacto que tuvo en mi generación, goza de cierto lugar entre las que sus imágenes se han quedado grabadas en mi mente. Aun con esto, siempre he pensado que sus productos se inflan de una pretensión que les lastra valor al final, sin que eso reste crédito al realizador como uno de los mas influyentes de su camada.
Maximillian Cohen, Sara y Harry Goldfarb, Marion Silver, Robin y Stephanie Ramzinski, Nina Sayers; el director nos ha dado una variada galería de personajes dañados, rotos y perdidos a lo largo de su filmografía, a los que hemos visto descender en una espiral de culpa, locura, depresión y autodestrucción como pocos lo han hecho antes. A estos nombres se suma ahora el de Charlie (Brendan Fraser), un hombre gay de más de 250kg, quien ha perdido todo lo que le daba razones para vivir, que ha pasado sus últimos años recluido en su departamento debido a su condición, pero sobre todo a la depresión que lo ha consumido desde tiempo atrás, debido a la culpa que siente por decisiones y acciones tomadas en su pasado. Charlie subsiste económicamente dedicándose a la enseñanza online, manteniendo su físico oculto a sus alumnos, teniendo como único contacto con el mundo exterior a su enfermera y amiga Liz (Hong Chau), quien es la encargada tanto de cuidarlo, como de hacer evidente el precario estado de salud del protagonista.
Aronofsky tardó 5 años para volver a ponerse tras las cámaras de otro producto cinematográfico, desde su último e incomprendido proyecto, Mother! (2017), el cual pudo gustarnos o no, pero representó un fracaso de taquilla enorme y un rechazo al que no estaba acostumbrado el director. Tal vez por lo anterior, es que optó por una historia mucho más sencilla en su planteamiento, más no por eso menos densa en su mensaje. Porque sí, The Whale es una cinta incómoda, pesada y por momentos difícil de ver; aunque mucho más fácil de entender, así como contar con una vena sentimental que logra que conectemos con ella de una manera orgánica, al presentarnos la historia de este hombre que ha decidido destruirse, de manera consciente o no. Una historia sobre la pérdida, la culpa y la depresión que en estos tiempos resulta actual y necesaria ante la insensibilidad que la sociedad tiene para algunas personas, así como las imposiciones sociales, familiares y religiosas que pueden coartar y hasta destruir la vida de algunos seres que no pueden embonar dentro de las duras reglas que se nos imponen.
Si bien las criticas no han sido las mejores (por más que nos quieran hacer creer lo contrario) para esta adaptación que Samuel D. Hunter realizó de su propia obra, del mismo nombre, el recibimiento ha sido más cálido, aunque con comentarios en contra a la manera en que se retrata el problema que sufre el protagonista. Dejando cuestiones sobre percepciones personales de lado, es verdad que la película no es de lo mejor (tampoco lo peor) del director, sobre todo por dos aspectos puntuales que llegan a restarle calidad en su realización como producto independiente de su fuente base. El primero sería el casi nulo uso de recursos cinematográficos en su realización, ya que, al desarrollarse toda la historia dentro de un departamento, uno no puede dejar de sentir que esta contemplando una obra de teatro grabada, cosa que no es de extrañar, pero que otros realizadores han logrado sortear de maneras más eficientes; no un problema como tal, pero se sienten las oportunidades perdidas. El segundo punto es la profundidad con la que se perfilan los personajes y sus conflictos, incluyendo al protagonista; sabemos los problemas que pasan y llegamos a comprender su situación, porque los vemos sufrir las consecuencias, pero las causas de estos apenas y se rozan, por lo que algunos se sienten unidimensionales. Ambos aspectos pueden deberse a que el encargado del guión no tiene mayor experiencia en el cine que un par de trabajos en televisión, por lo que parece que sólo cambió el formato de su texto de un medio al otro, haciendo notorio que el trabajo de dirección no fue lo suficientemente fuerte para lograr dotar de espíritu propio a la cinta, así como ahondar en los conflictos presentados. A estos dos puntos se le puede sumar que algunas escenas pueden resultar demasiado grotescas para el público, aunque esto dependerá del gusto y capacidad que tenga cada uno para soportarlas.
Pero ahora, el punto importante y la razón de que la cinta haya logrado tanta notoriedad, y eso es su protagonista, Brendan Fraser. Porque puede que no sea el único que aparece en pantalla y que todo el reparto este en su punto, ya que Sadie Sink, Samantha Morton, Ty Simpkins y una magnifica Hong Chau, tengan sus momentos de brillo independiente, pero el amo y señor de esta obra es Fraser, en este su regreso después de que todos creímos su carrera acabada. En una situación que me recuerda a la de John Travolta con Pulp Fiction (1994), teníamos casi tres décadas de no presenciar un resurgir tan esperado, aplaudido y publicitado como este. Después de haber iniciado su carrera con proyectos de calidad como Gods and Monsters (1998) y de haberse vuelto una de las celebridades taquilleras de finales de los 90 y principios de la siguiente década, las malas decisiones en sus proyectos, así como el bloqueo de su carrera a manos de productores y personas con poder en Hollywood, terminaron por hundirlo en producciones de ínfima calidad y el olvido casi absoluto de la industria.
Aronofsky, que venía de su propio rechazo, vio algo en Fraser que pocos pudieron haber notado y no se equivocó, ya que lo que hace el histrión en The Whale es un trabajo titánico de interpretación que trasciende los kilos de maquillaje y prótesis que lo transforman en ese hombre que puede resultar repulsivo, como se le llega a gritar en cierta escena de la cinta. Brendan logra lo que pocos, volver esa transformación una herramienta, más no basar su desarrollo de personaje en eso, reto del que otros, como Jared Leto, no han podido salir airosos en algunos proyectos. Por momentos quieres ayudarlo, lo entiendes, te compadeces; en otros, quieres gritarle, te molesta, logra que gires la mirada al ver su comportamiento autodestructivo. El que entendamos su dolor, nos identifiquemos, para luego sentir rabia al saber la verdad, al verlo caminar, en un sentido metafórico, hacia su propia muerte, es algo difícil de lograr; pero él lo consigue, con una de las mejores interpretaciones, no sólo del año, sino de muchos antes de este. Una de esas actuaciones que se recordaran por mucho tiempo y que vale cada uno de los comentarios positivos y esa ovación de pie que se le dio en el pasado Festival de Venecia.
The Whale es una cinta que pudo ser más, que le quedó chica a su protagonista y sale perdiendo si la comparamos ante otras producciones que nos han plasmado en la pantalla las historias de personajes a los que ya no les importa su vida y deambulan rumbo a su destrucción, como es el caso de la magnífica Leaving Las Vegas (1995); pero que al final resulta efectiva de sobra gracias al maravilloso reparto con el que cuenta, el espectacular trabajo de maquillaje y el manejo de las emociones que se mantienen durante todo el metraje. La principal función de una película es transmitir, hacernos sentir algo y mover las emociones del espectador, situación que cumple mucho más que la mayoría y que la vuelve un producto aparte, uno que puede no ser para todos los gustos, pero que no se te olvidará pronto y que, si se tiene la empatía suficiente para darse cuenta del dolor que embarga a los personajes, no te dejará indiferente.