Los riesgos del ocio

Otra vez día del amor y la amistad. O como alguien comentó esta mañana en el radio: día de la comercialización de los sentimientos.

Lo peor del caso es que hay una lucha extraña desde hace unos pocos años, tratando de definir tanto el amor como la amistad. 

Que si uno es ese sentimiento puro y mágico que nos llena de alegría y deseos de vivir enormes. Que si lo otro es lo que nos da soporte dentro de la cantidad de ilusiones rotas que debemos enfrentar día con día. Que si lo primero se refiere a algo que muy pocos pueden experimentar. Que si lo segundo tiene que ver con tiempos inagotables, con lealtades eternas.

Por otro lado, tenemos la cantidad de palabras que nos ayudan a definir lo que no es eso del amor o la amistad y siempre hay pleito entre fracciones, muchas, que opinan diferente. Un sinfín de: no es egoísmo, ni vanidad, ni tiene que ver con el engaño, ni con el deseo babeante por un cuerpo, tampoco son la traición, o la duda sobre el otro, más bien se refieren a un estar siempre atentos y listos para ser una dupla. Y este estar siempre parece ser el mayor consenso entre las partes que todavía quieren creer la existencia del amor y la amistad.

El punto aquí es que lo mejor sería no pensar en este día. A muchos los pone nerviosos. A todos los deja pensando. El mundo entero se vuelca en las dudas del qué regalar, qué hacer para no notar mi soledad, qué decir para no caer en el lugar común, cómo festejar, cómo evitar gastar una quincena que todavía no cobro, cómo le hago para poder satisfacer a todos los que están esperando algo de mí este día.

Vaya, lo mejor es ignorarlo y seguir viviendo como si no pasara nada. Ya habrá días para reunirse con los amigos, tomar unos vinos, compartir el pan y la sal. Ya tendrás más noches de pasión con tu amado sin la obsesiva necesidad de hacerlo este día en particular que por cierto tocó en martes y mañana hay que levantarse temprano otra vez a perseguir la chuleta. Olvídate del cuarto de motel, de llenar tu casa con pétalos de rosa, de la cena romántica de cuatro tiempos. A menos que tengas toda la posibilidad de no ir el quince a trabajar, de no tener que subir al camión a las seis de la mañana, de no tener la preocupación por comprar el gas que ya se acabó o que no se te exija salir diariamente a las diez de la noche de la oficina.

Y no crean que soy una amargosa, lo que sucede es que quise ir hoy temprano a la farmacia a comprar algo necesario para mi salud, y el centro ya estaba abarrotado de gente tendiendo sus puestos de corazones, chocolates, conejillos esponjosos; lo cual hizo imposible encontrar estacionamiento. Adiós salud, hola barra de caramelo empalagosamente dulce con dedicatoria para el noviecito de secundaria.

Porque no negarán que el día de San Valentín solo era emocionante cuando eras un adolescente esperanzado de dar y recibir. Un chamaco deseoso de demostrar a la dueña de tus suspiros o al dueño de tus sueños y primeros poemas, que pensabas a diario en él/ella, mientras te atrevías a extender tus manos con un regalo que compraste expresamente para él/ella. ¡Ah, inocente Día del amor!

Aquellos días ya no volverán. Pero nos queda tiempo para seguir sintiendo el hogar cada vez que abres la puerta de tu casa; suspirar de contento cada vez que reposas tu cabeza en el cuello de tu amado; mirar a los ojos a esas personas que hacen especial cada día; y saber que, aunque no haya un consenso definitorio, el amor también es eso que alarga tu sonrisa y elimina cualquier duda.