Los riesgos del ocio

Una de las cosas que me aterrorizaban más cuando era mamá, era enfermar. Pensar que cualquier gripa, cólico, torcedura, infección, podría quitarme la habilidad de ser madre y convertirme en un zombi producto de cualquier medicamento, desde una aspirina hasta antibiótico, me asustaba. Sabía que, sin importar lo que me recetaran, así fuera el tratamiento más ligero, invariablemente me iba a dar sueño; y me iba a inutilizar, no iba a poder cumplir mis labores cotidianas, sobre todo la que más me apuraba en esos días, que era el cuidado de los hijos.

Con el tiempo, especialmente porque dejé de ser madre, he tratado de superar esa sensación de susto ante la enfermedad. 

Me he dado el gusto de seguir un tratamiento completo la última vez que tuve infección en la garganta; guardé reposo cuando me tocó tener influenza; me contuve y esperé a que dieran de alta mi tobillo fracturado.

Sin embargo, persiste, por el hecho de ser mujer, no le veo otra explicación, ese pequeño espacio lleno del temor a enfermar y convertirme en una carga para los demás. En volverme ese ser que requiere de los cuidados que se supone yo debería proveer al mundo. Hay una especie de pánico femenino en la certeza de que nadie va a poder o a querer atenderte, porque la única capacitada para hacerlo, eres tú.

Hoy me encuentro en espera de resultados de estudios médicos que me tienen detenida. Mi mundo se ha paralizado desde hace tres semanas que comenzamos con consultas, radiografías, ultrasonidos, más consultas y demás. Pero he usado una conjugación verbal en la frase anterior que vuelve importante esta expectación.

No soy yo sola. Poco a poco voy cediendo a la tentación de no solicitar apoyo, de vérmelas sola, de decir “yo puedo, nadie más necesita enterarse” y he convertido este tiempo suspendido en un tiempo suspendido compartido. 

Ya no soy mamá, así que ya no tengo a quién proteger, pero sí merezco estar acompañada y protegida, sin mayor razón. 

No es necesario hacerme la valiente todo el día, no debo fingir que no siento dolor, debo compartir mis sentimientos, miedos y esperanzas, porque es lo justo, porque como mujer también tengo el derecho a enfermarme y a tener quién cuide de mí, de alguien que, de pronto, cuando es necesario, se haga cargo de todo durante el día a día.