Los tres 10
La estadística es una recopilación de datos que sirven para analizar y entender la realidad. Con base a estas mediciones, se puede actuar con forma más precisa y coherente, sobre lo que se quiere. La estadística ayuda a anticipar lo que pasará. En la antigüedad, los sabios de las matemáticas, como Aristóteles, fueron confundidos con adivinos pues, mediante la aritmética, podían predecir hechos futuros.
En el futbol se dice que los números son fríos y que, por encima de cualquier discusión, están los recuentos, que dan fe incontrovertible del desempeño de un determinado club o jugador. Falso. Una tabla estadística no determina la calidad del jugador. Ayuda a los presidentes de los equipos a decidir sobre las contrataciones, pero no a dar certificados de grandeza.
Termina el Mundial de Qatar 2022 y Argentina se corona. El soberano de la justa es Lionel Messi, indiscutible figura del balompié universal en el nuevo milenio. De inmediato se abre el debate eterno, siempre sabroso, pero de resultados estériles, pues nunca se obtiene una conclusión: ¿quién es el mejor jugador de la historia? Las miradas ahora apuntan a la Pulga porque ha ganado ya todo lo que importa.
Antes, la discusión sobre el monarca del reino estaba en la dupla de Edson Arantes Do Nascimento y Diego Armando Maradona, que tenían como títulos nobiliarios sus campeonatos mundiales. El grupo de los titanes ahora ya se hizo terna, pues Lio tiene un cetro y reclama su lugar entre la realeza. Son tres que han exhibido con esplendor el número 10 de la espalda y que le han dado al balón un trato excepcional y, al juego, una majestad que le da otra dimensión, más allá del deporte, al adicionarle elementos de plástica, inteligencia motriz, valores sociales, interpretaciones antropológicas.
Los especialistas en arte dicen que la belleza se encuentra en el ojo de quien ve, en el oído de quien escucha, en las manos que palpan. No es la obra en sí, la que es magnífica, si no la sensibilidad de quien puede apreciarla. Hay quien puede ver en el mármol de La Piedad, de Miguel Ángel, un pedazo de mineral blanco, muy parecido a las incontables esculturas que se colocan en las tumbas de los cementerios municipales. El ojo minucioso, en cambio, encontrará la perfecta representación de una madre doliente sosteniendo a su hijo masacrado.
Más o menos así funciona con el futbol. Algunos podrán ver en la vitrina de Messi más trofeos que los otros dos, y por eso afirmarán que merece ocupar el trono. La afirmación es muy atrevida y un poco absurda. Es como si afirmaran que el brasileño Dani Alves es el más grande porque es el que ostenta más galardones a nivel de selección y de clubes. Es un buen zaguero, de élite, pero nada extraordinario, pues su paisano Roberto Carlo, de lejos, era mejor, más funcional y espectacular.
El inglés Gary Lineker fue campeón de goleo en el Mundial de México 86. Tiene la bota dorada de esa justa, pero jamás se podrá afirmar que es mejor que otros como Van Basten, Jairzinho, Klinsmann, Romario, Batistuta, que nunca se llevaron ese honor.
Lionel tiene más oros en su vitrina que Edson y Diego. Pero en el concierto de voces que proclaman la verdad, se puede afirmar que, por ejemplo, Maradona capitaneó la nave de esa misma selección, en otro siglo, pero con un liderazgo más firme. Se recuerda que a nivel clubes, el Pelusa no tuvo mucha fortuna. Su paso por Barcelona fue discreto y con el Napoli, su gran amor europeo, tuvo que sacar adelante a todo el equipo para echar al saco un par de scudettos.
Pelé posee tres copas del mundo, un récord que tal vez jamás sea igualado. Además, en todas fue el líder. Pero no tiene mucho más que presumir. Toda su carrera la hizo en el Santos de Brasil. No cuenta su paso por el Cosmos neoyorquino, donde solo fue a cascarear y a cebar la cartera. Jamás jugó en el Viejo Continente, tal vez porque le faltó apetito de proyección. Prefirió asolearse en la playa de Sao Paulo, que vestir la casaca merengue del Real Madrid que, durante años, le puso en la mesa un cheque en blanco que siempre ignoró.
Messi también alcanzó ya estatura de coloso y no solo por su palmarés. Verlo en la cancha da muestra de su genio con IQ de 160 en los empeines. Hay que admirarlo conduciendo la pelota pegada a la bota, con zancadas cortas y rápidas, como ratón escurridizo, imposible de detener. Pero también se pueden exhibir evidencias de talento sobre natural en la imposible capacidad de Maradona para moverse en espacios cortos, y dentro de áreas congestionadas. Pelé, en las repeticiones que a cada momento pasan en todos lados, tiene una rapidez relampagueante y una capacidad para hacer regates y dejar tirados a tres adversarios con un solo movimiento de cintura.
Al final el debate se vuelve inútil, porque no se sacarán conclusiones. Las apreciaciones en el futbol son benditamente subjetivas.
Como en cualquier arte, también aquí la belleza está en lo ojos de quien observa con atención la gambeta.
En paz descanse Pelé…
(Texto publicado en horacero.com.mx, el pasado 26 de diciembre)