Nuestra herencia femenina, una recuerdo que perdura
¿De quiénes aprendemos las mujeres a trazar un camino por la vida? De nuestra herencia femenina, las mayores fortalezas, quizás también las debilidades, las hemos aprendido de ellas: madres, abuelas, tías, tías abuelas, primas, cuñadas, hermanas.
Desde lo más alto de un árbol genealógico, aunque sea en la mente vive la historia de una mujer que, increíblemente, dejó huella en sus futuras generaciones. La cocina, los olores, las costuras, los oficios de las mujeres que nos precedieron trascienden todo el tiempo en nuestras vidas y en nuestro alrededor.
Hace poco leí que según una religión oriental lo que hacemos en este mundo terrenal tiene influencia siete generaciones antes y repercute siete generaciones después. A veces se trata de limpiar lo negativo de esas herencias y nuestra influencia posterior, pero en otras, el linaje se vive en esa cadena amorosa que vamos transmitiendo a los demás.
En estas fechas, es difícil no recordar la herencia que rodea las costumbres que, pese a la cotidianidad y la vida moderna siguen presentes. Una parte de la cena de navidad, siempre ha tenido el toque de mis dos abuelas, a pesar de que ellas no están. Sabores, olores y texturas, pero, sobre todo el recuerdo de que eran ellas quienes sabían reunir a toda la familia en Nochebuena.
En esta temporada, y desde tiempo atrás, he recordado a mis abuelas y a mis tías que ya no están. Detalles como el jabón y el talco de mi abuela Laurencia, el montoncito de harina que convertía en una deliciosa masa para preparar tortillas, las mejores y más caseras que he probado.
De Inés, mi otra abuela, recuerdo las macetas en la ventana de su cocina y el patio de baldosas de color rojo, en las mañanas la mermelada y el pan tostado, en las tardes el arroz rojo y el guisado de frijoles, siempre en su cocina cada día de la semana. Su gran ritmo al bailar y su tocador lleno de perfumes, cremas y maquillaje que la hacían ver tan elegante.
Este año dijimos adiós en la distancia a la tía Ana. Ella y su hospitalidad nos permitió conocer el sur del país, nos regaló tardes y noches de licores y risas, nos regaló lazos entre primas, del norte y el sur, que llenaron de paisajes distintos nuestras infancias.
Detrás de ella, están las generaciones de las tías abuelas, que se rodeaban de buñuelos, tamales y carne asada las navidades y días festivos. Que vestían con blusas sesenteras y poco a poco tiñeron sus cabezas de blanco y regalaron sonrisas cándidas a sobrinas, nietos y a toda su herencia familiar.
Las tías y abuelas tenían todas esas bondades femeninas que fueron virtudes históricas: sabían coser, tejer, hacer pasteles y pasársela bien en todas las reuniones. Algunas podían viajar solas por 11 horas y transportarse en autobús en una ciudad que no era su lugar de residencia. Podían caminar por calles muy largas y sobreponerse al calor y al frío cuanto antes.
Hoy, dedico este texto a las tías y abuelas que ya no están, porque las navidades son como las vivimos, porque se recuerdo permanece en nuestra memoria.