The Menú (2022)
El arte se entiende como la capacidad del hombre para crear o recrear, con propósito estético, aspectos de la realidad, así como emociones o sentimientos, utilizando la materia en algunos casos, o imágenes y sonidos en otros. En este sentido, ¿qué es lo que podemos considerar como arte o no? Algunos piensan que si es comercial no lo es, para muchos tampoco debe ser llamado así si las masas pueden consumirlo, si el artista creador se beneficia económicamente se considera que ha vendido su talento y deja de ser visto como un producto artístico para otros. Al mismo tiempo, el arte necesita dinero para ser creado y se espera que recupere la inversión que se usó para su creación, la mayoría de las veces son las elites económicas las únicas que pueden consumirlo, y los artistas se vuelven ricos y famosos por crear algo que supera a la media. Arte y dinero, una simbiosis que muchos no quieren aceptar, pero que en esta época tan materialista tiene una fuerza tan evidente que es imposible de negar. El arte contra el capitalismo, el arte como parte del capitalismo, el arte devorada por el capitalismo.
Con este tenor de fondo, utilizando la culinaria, aunque para muchos no se considere a la par de ramas creativas como la pintura o el teatro, la cinta de la que escribo hoy, The Menu de Mark Mylod, nos adentra al mundo del arte de la cocina conceptual de autor a la que muy pocos tenemos acceso, creando alrededor de esta práctica una historia de suspenso y humor negro que acaba de ser estrenada en las salas de nuestro país y que, nunca mejor dicho, deja un excelente sabor de boca en el espectador.
El director, apoyado en un guión escrito por Will Tracy y Seth Reiss, nos presentan a una serie de personajes que se reúnen en un puerto para abordar el ferry que los llevará a Hawthorne, exclusivo restaurante autosustentable que se encuentra en una isla cercana, donde sólo pueden ingresar los que son aceptados después de pagar la estratosférica suma de 1,250 dólares por persona, propiedad del famoso Chef Slowik (Ralph Fiennes). En dicho lugar se realizan menús temáticos específicos para cada ocasión, por lo que estas son únicas e irrepetibles, motivo del interés de muchos por lograr ser parte de los reducidos grupos que tienen el privilegio de probar la comida que ahí se sirve. Para ese evento, los seleccionados han sido: el acaudalado matrimonio confirmado por Richard (Reed Birney) y Anne (Judith Light), quienes han tenido la suerte de acudir con anterioridad al restaurant debido a su estatus económico; el actor venido a menos George Díaz (John Leguizamo) y su asistente Felicity (Aimee Carrero), interesados en el lugar porque él piensa producir un reality show sobre comida exótica; Soren (Arturo Castro), Bryce (Rob Yang) y Dave (Mark St. Cyr), un trio de nuevos ricos que hicieron su fortuna en el campo de la tecnología, a los que parece interesarles más el estatus del evento que la comida misma; Lillian Bloom (Janet McTeer), critica gastronómica causante de la celebridad del chef, al haberlo descubierto años atrás, acompañada de su editor Ted (Paul Adelstein), quien parece no tener una opinión propia, apoyando cada palabra que sale de la boca de ella; Linda (Rebecca Koon), una misteriosa mujer en evidente estado de ebriedad, única sentada en solitario y que ya se encontraba en el lugar cuando los demás han arribado; y por último, el foodie Tyler (Nicholas Hoult) y Margot (Anya Taylor-Joy), una pareja joven que acude debido al fanatismo del primero para con el chef, mismo que ella no comparte al tratarse de una acompañante de último minuto, después de que la cita original del primero cancelara.
Desde el principio sabemos que no estamos ante una historia que vanaglorie la cultura gastronómica nada más, no, hay algo oculto bajo la aparente civilidad y calma del evento. Desde la actitud de Margot para con otro invitado al inicio, que la pone incómoda al notar su presencia; pasando por el malestar de Elsa (Hong Chau), la parca metre del restaurante y mano derecha del chef, al darse cuenta que Margot no es la persona que aparecía en la lista de invitados; pasando por los comentarios realizados por los miembros del grupo mientras son llevados al restaurante en un tour en el que se les muestra la isla; hasta el evento mismo, donde se hace evidente que la puesta en escena en esta ocasión no es una simple degustación, ya que todos los asistentes han sido seleccionados por el chef (salvo Margot) por diferentes razones, que se van mostrando poco a poco, con el avanzar de los siete tiempos que conforman tanto el menú, como la película misma, la cual se va tornando incómoda, tensa y terrorífica para los asistentes al restaurante, como enigmática y cautivadora para el público de la sala.
The Menu es una cinta que a lo largo de sus 107 minutos de duración plantea una serie de cuestionamientos y críticas sobre el arte, el valor que se le da a esta y a los artistas, las pretensiones, el consumismo y esnobismo, el peso del poder y el dinero, la búsqueda incesante de la perfección, la felicidad y la realización personal. Utilizando la historia de Slowik, la trama explora ese momento en que se le han arrebatado al artista las motivaciones que lo hicieron crear en un principio, esa caída en espiral que han padecido casi todas las artes por la necesidad patológica de los ricos por ser entretenidos y ver cubiertos sus caprichos, succionando hasta la última fibra de creatividad y sensibilidad en seres que alguna vez crearon desde el centro mismo de sus almas, para terminar transformados en meros maquiladores de bellos productos que carecen de amor, tal cual se menciona en cierto momento de la película. De la misma manera, se explora esa búsqueda de estímulos cada vez más grandes, debido a una nula capacidad de asombro y sentir que se ha vuelto constante en cada estrato social, donde lo común ya no tiene cabida o es desechado cuando algo más novedoso llega para entretenernos.
Los creadores detrás de esta cinta nos muestran el momento justo en que la pasión de una persona, tal como puede sucedernos a todos, llega a convertirse en un simple trabajo rutinario como tantos otros. ¿Qué queda del artista, cuál es su propósito cuando ha perdido el amor por lo que realiza? Jugando con esa dualidad entre quien ofrece el producto deseado y quien tiene el capital para comprarlo, el guión lanza varias preguntas al aire. ¿Quién es peor, el creador que se ha vendido a cambio de fama y fortuna, o el poderoso que lo explota, que termina consumiendo el espíritu de quien le ofrece su talento? ¿Es malo esto? ¿Acaso no quisiéramos todos poder vivir realizando las funciones y actividades que amamos? ¿Cuál es el límite para este tipo de situaciones?
La otra ronda de preguntas que se presentan en la película se centra en el concepto mismo del talento. ¿Quién lo tiene y quien no? ¿Quién decide sobre la capacidad y nivel de un artista? ¿Qué le da derecho a alguien para hablar sobre el trabajo de otra persona y juzgarlo como si tuviera la capacidad de hacer algo mejor? En este mismo momento, yo mismo estoy actuando como la crítica gastronómica que se nos presenta en pantalla, buscando el punto para hablar en contra, tal cual hace ella con una salsa supuestamente cortada. Puede que no tenga el poder de crear y destruir carreras con las líneas que escribo, pero realizo un juicio sobre el valor de un producto artístico que alguien más ha creado, ese es el motivo de esta columna y por lo mismo me dispongo a realizarlo a partir de este momento.
The Menu es una película comercial de excelente calidad, que funciona en casi todos los niveles, que mantiene su idea y la realiza de manera funcional en la mayoría de su duración. Casi, en la mayoría, porque siempre hay algo que criticar. Los dos primeros actos son una maravilla, adentrando al espectador en este mundo que se beneficia de una estética gris y sombría que contrasta con la belleza de los vistosos platillos que se van sirviendo a lo largo del evento, fotografiados por Peter Deming, que posiblemente realice aquí su mejor trabajo desde Mulholland Drive (2021), y que logra hacer lucir hasta a un plato de pan, sin pan, suculento y atractivo.
De la misma manera que la comida resalta entre la sobriedad de la decoración y los espacios abiertos en la isla, lo hace Margot entre ese cumulo de seres superfluos y rotos. El casting es atinado y sobrado de talento, Janet McTeer, Hong Chau y Nicholas Hoult (a quien odié más que al chef mismo) tienen verdaderos momentos de lucimiento, pero al final la cinta se sostiene por la tensión generada debido a un duelo interpretativo y de peso argumental entre un Ralph Fiennes que brinda una de sus mejores actuaciones en años y una Anya Taylor-Joy que demuestra porque es posiblemente la actriz joven de la década. El Chef Slowik habla pausado, sus movimientos son medidos y delicados, nunca pierde la compostura y, aun así, resulta terrorífico cuando se acerca a ella, cuando deambula entre los comensales como un depredador que está esperando para atacar o cuando realiza un acto tan básico como aplaudir. Margot es lo opuesto, la única que no mantiene las apariencias a pesar de interpretar un personaje, que se hace preguntas y cuestiona lo que está sucediendo, la causante de las dudas del chef al resistirse a jugar bajo sus reglas, mientras se ve enfrentada de golpe a una realidad que le grita el poco valor que tiene para otros, volviéndola una mercancía más, tal cual lo es la comida que se les está sirviendo. ¿Estás de nuestro lado o del suyo? Le pregunta él en el momento que intenta definir la verdadera historia debajo de las apariencias, ricos contra pobres, explotados contra explotadores.
Y es este aspecto, el cual se presenta en el tercer acto, cuando la cinta tambalea un poco, aunque no lo suficiente para que se pierda el interés. Una vez que la verdad se ha revelado, que la civilidad empieza a abandonar a los presentes, tal cual pasó en obras como El ángel exterminador (1962) y Le charme discret de la bourgeoisie (1972), pareciera que los guionistas no supieron que hacer después de haber llevado a Margot hasta ese momento, ya que su personaje no se desarrolla del todo y las resoluciones tomadas para ella y la cinta misma se sienten anticlimáticos, más no por eso malos. Aspectos como la ciega lealtad y el amor incondicional del staff del restaurante para con el chef tampoco son explicados, ya que la trama se centra siempre del lado de los ricos, dejando sin contexto incluso a la fiel Elsa, de la que no sabemos nada más que está dispuesta a todo por su jefe. Películas como Gosford Park (2001) lograron retratar de mejor manera este eterno duelo de clases al nivelar a la perfección las historias de ambos lados, pero en este caso no ha sucedido, dejando la balanza un poco desnivelada narrativamente hablando.
El resultado final es el de una entrada y cinco platillos muy bien preparados, con un postre que no estuvo al nivel del resto. Situaciones llevadas al límite de lo absurdo, como lo son en la vida real esa clase de eventos, por lo que resulta en extremo realista dentro de su irrealidad. Puede que esta historia no reinvente el generó, pero la forma en que esta realizada roza lo perfecto, ya que al resultar víctima del cine de estudio, se demuestra uno de los puntos principales en que basa su premisa, el arte supeditada ante el capital. The Menu es posiblemente una de las mejores películas comerciales en lo que veremos del año, que funciona por esa dualidad que conecta tanto para quien disfruta del cine de arte como para quien prefiere algo más sencillo, los que consumen comida gourmet o una hamburguesa con queso como sucede en la película.