Don’t Worry Darling (2022)

Que si Shia LaBeouf fue despedido de la película por agredir a Florence Pugh; que si él tenía pruebas de que renunció y la directora Olivia Wilde le suplicó que no lo hiciera; que si en realidad todo fue para sustituirlo por Harry Styles; que si Dakota Johnson abandonó el proyecto por problemas de agenda; que si Jason Sudeikis, entonces prometido de la directora, le envió los papeles de custodia de sus hijos en medio de una presentación para la prensa; que si la directora fue la mala en realidad, porque lo engañó con el cantante desde tiempo atrás; que si Florence Pugh tuvo que dirigir algunas escenas, debido a las constantes ausencias en el set de la directora y Harry; que si la protagonista se enemistó, debido a esto, hasta llegar a los gritos con Olivia durante el rodaje; que si Styles le escupió a Chris Pine en una entrevista; que si Florence rechazó participar en la gira de promoción con tal de no toparse con Wilde; que si Harry Styles es un androide creado para controlar a las masas adolescentes; que si Olivia Wilde se bañaba con sangre de bebés cada luna llena durante el rodaje, como sacrificio para lograr éxito en taquilla.  

Ok, salvo los últimos dos puntos (aunque tengo mis dudas sobre el de Harry), el resto son rumores que se filtraron y han acaparado los titulares desde que la película se anunció en el 2019, aumentando en intensidad desde septiembre pasado, debido a su premier en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde al parecer la cinta terminó siendo mucho menos interesante y espectacular que el drama detrás de cámaras, decepcionando a los que pudieron apreciarla. Ahora que los simples mortales pudimos verla en su estreno comercial, es momento de hablar sobre Don’t Worry Darling, dejando los chismes de lado.

Un poco de historia previa. Olivia Wilde, una bella actriz de cierta fama y talento, pero que nunca había logrado despegar del todo en esa faceta, decidió, después de dirigir algunos videos y cortometrajes, lanzarse al ruedo tras las cámaras de su primera película, Booksmart (2019), comedia que fue recibida con (a mi gusto exagerados) aplausos de la crítica y buena recepción del público. Debido a esto, su segundo proyecto como directora fue seguido bajo la lupa de todos los medios desde su anuncio, el cual fue disputado por algunos estudios, terminando bajo la producción de New Line Cinema y Warner Bros. Con un presupuesto de 35 millones de dólares, un reparto llamativo que incluye al cantante más famoso del momento y equipo técnico conformado por múltiples nominados al Oscar, la producción estuvo inflada de expectativas desde el primer minuto en que se supo de ella y casi revienta cuando el primer trailer apareció en internet; como siempre he dicho, estas tienden a jugar en contra de cualquier cinta que tambalee en alguno de los aspectos que la conforman, lo cual ha sucedido en este caso.

¿Qué es lo que ha decepcionado? Pues nada más que su historia, con lo cual coincido. En este caso, la misma fue imaginada por los hermanos Shane y Carey Van Dyke, lo que debió hacer correr a Wilde despavorida en dirección contraria  (o a cualquier otro realizador con un poco de sentido común), ya que ellos son responsables de escribir los guiones de cintas tan malas como Chernobyl Diaries (2012) , The Silence (2019) y un montón de películas directas para video; pero, tal vez al sentirse protegida por su amiga guionista Katie Silberman, una de las cabezas creadoras del guion de su debut como directora, contratada para retocar y mejorar la historia, decidió que esta era la indicada para realizar.

Ahora, hablando en concreto de la película, ¿de qué trata la historia que salió de ese par de mentes de dudosa creatividad y talento? En los años 50, un matrimonio perfecto conformado por Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles), viven en un perfecto mundo suburbano, de nombre Victory Proyect, creado por una perfecta compañía del mismo nombre, propiedad del perfecto Frank (Chris Pine) y su perfecta esposa Shelley (Gemma Chan). Este último ha creado un ambiente perfecto para que en el residan los perfectos empleados de su empresa, todos buenos y rectos hombres trabajadores, en compañía de sus esposas, amas de casa perfectas, los cuales a su vez son vecinos del matrimonio protagonista. Sus días transitan de manera perfecta, con los hombres conduciendo sus perfectos automóviles por las mañanas rumbo a la compañía para trabajar, mientras sus esposas se quedan en casa, luciendo impecables, saliendo a hacer cosas “de mujeres” y realizando las labores domésticas, esperando ansiosas el regreso de sus maridos por la noche, arregladas como perfectos maniquíes de aparador, dispuestas a cumplir cualquier capricho que sus maridos puedan tener.

Como nada puede ser tan perfecto, no tarda mucho tiempo en que se nos presente al personaje de Margaret (KiKi Layne en el papel que interpretaría Johnson), una mujer que vaga por su jardín en camisón, hablando de cosas que para el resto parecen incoherencias y con la mirada perdida, por la muerte de su hijo, debido a que ella se atrevió a adentrarse, en compañía del niño, en la zona que se encuentra entre la compañía y el circuito de viviendas, cosa que no debe hacerse (y que a nadie le parece sospechoso), ya que se trata de la única regla que hay en el lugar, debido a que pueden poner en riesgo su vida, como al parecer pasó con el niño; aunque la madre insiste que le fue arrebatado, como castigo por su transgresión.  Todos los habitantes de Victory, Alice incluida, la observan con un sentimiento mitad pena, mitad critica, por no haber obedecido, ya que eso desmoronó a su familia y puso en peligro el trabajo de su esposo. No es hasta un día en que la protagonista, aburrida al haber terminado sus quehaceres, toma la ruta completa del tranvía que cruza la ciudad, sin otro afán que pasear y tomar el aire cuando, creyendo haber visto un accidente en la zona prohibida y sin encontrar ayuda por parte del chofer, decide bajar para auxiliar a los posibles heridos, sólo para terminar descubriendo lo mismo que llevó a Margaret al estado en el que se encuentra, cimbrando su mundo, sin saber si lo que vio es real o no.

¿Suena interesante? La verdad es que sí, la trama prometía e incluso logra mantener el interés por gran parte del metraje, lo cual es algo vital cuando se plantea un producto de cine comercial. La cuestión negativa se da en la nula originalidad para narrarnos una historia que se ha contado ya tantas veces, en productos mejor logrados o por lo menos imaginativos, que cuando llega el final se ha perdido mucha de la intriga y fuerza que se había logrado crear, con un desenlace que se ve venir apenas ha iniciado el tercer acto. 

Lamentablemente este es uno de esos casos en los que no se puede profundizar en partes cuestionables de la historia sin revelar información que terminaría por echar a perder la experiencia de la parte del público que pueda sorprenderse con su plot twist, pero los mismos relacionados con el proyecto se encargaron de darnos una lista de películas para comparar su historia.  Digamos entonces que tomamos los guiones de The Stepford Wives (1975), The Truman Show (1998), Matrix (1999) e Inception (2010), por mencionar algunas, los metemos en una licuadora, mezclamos, priorizamos el suspenso por sobre el mensaje, dejamos muchas cosas sin explicar, algunas por demás necesarias, teniendo como resultado el guión de Don’t Worry Darling. Esta mezcla que trata de abarcar mucho, sin lograr llegar a un punto en concreto, pierde la oportunidad de volverse un producto critico que pudo tocar de mejor forma temas como el machismo, los privilegios sociales de los hombres sobre las mujeres, la violencia de género, la diferencia de clases, la imposibilidad de muchos por lograr un estilo de vida solvente o el fenómeno social de las Tradwifes que parece estar tomando fuerza. Los temas se nos presentan, pero de forma tan superficial, que al final sólo queda un thriller más, eso sí, envuelto en un bellísimo empaque, aspecto de la producción que no tiene critica alguna o desperdicio, ya que fue realizado de manera impecable.

Y es esta parte de la producción en la cual la directora tiene su mayor acierto, ya que logra, debido al equipo técnico que seleccionó, que esos 35 millones luzcan como el doble (lo cual es de aplaudirse para cualquier realizador), debido a la hermosa y detallada recreación de esos suburbios que ocultan verdades oscuras bajo el colorido decorado de los años 50. Su Victory Proyect está fabricado de manera tan espectacular, que termina transformándose en otro personaje más, uno que luce tan bello que embelesa y asfixia tanto a los personajes, como al espectador, por partes iguales. Cada calle, edificio, automóvil o decorado que la diseñadora de producción Katie Byron y el interiorista Rachael Ferrara idearon para la película, en conjunto con la vestuarista Arianne Phillips, definen las escenas y personalidades de cada uno de los personajes mucho mejor que el guión mismo, así como el lugar que ocupan dentro de esa sociedad prefabricada; todo, capturado con un estilismo digno de catálogo, bajo la mirada del fotógrafo Matthew Libatique, haciendo gala otra vez de su capacidad para hacer lucir bellas las escenas que en otras manos parecerían toxicas, como ya lo demostró con su trabajo en Black Swan (2010). Pocas veces una jaula, metafórica y literalmente hablando, ha llegado a lucir tanto, que las mismas víctimas del cautiverio se sienten tan cómodas dentro de ella, que se vuelve absurdo cualquier intento de escapar de semejante prosperidad y belleza. 

Esa misma disparidad de calidad entre forma y fondo en la cinta parece que infectó al reparto, ya que no todos se encuentran al mismo nivel. Empezando en esta ocasión con la directora misma, que tomó para ella el personade de Bunny, vecina de los protagonistas, aparente líder de las mujeres que radican en ese cul de sac donde fueron posicionados, madre abnegada, esposa amorosa, con un personaje que se acerca por momentos a la Agnes que interpretó  Kathryn Hahn en WandaVision (2021), cumpliendo satisfactoriamente su papel, sin llegar a lucirse del todo; del otro lado Chris Pine, con su enigmático y magnético Frank, el hombre con poder, el creador de todo, haciendo alarde del carisma de superestrella con cada sonrisa que despliega, pero dotando del misterio necesario a su personaje para que esa misma mueca provoque temor al saber que oculta algo bajo su aparente perfección. Ambos cumplidores, haciendo lo que se espera de ellos, pero sin llegar a acercarse al nivel de quien es la reina de la función, el centro interpretativo definitivo, Florence Pugh, quien lleva a cuestas el peso de volver solvente una trama que se desmorona conforme avanzan los minutos, pero que, como siempre, sabe aprovechar cada una de sus escenas al máximo, como esa esposa entregada, pero con dudas, creadas por una curiosidad e inteligencia que es imposible de dominar; su Alice pasa de ser un simple accesorio a un huracán que amenaza con poner en riesgo la aparente perfección que los rodea, deambulando con su interpretación entre capas de profundidad y desarrollo que no le fueron dadas en el libreto, lo que significa un aplauso de pie para Miss Flo, como la llaman sus fanáticos.

Por último, la disparidad en actuaciones, Harry Styles, quien no termina de convencer al faltarle las tablas y experiencia necesarias para cargar un protagónico, ya que no es lo mismo un trabajo coral como el que realizó en Dunkirk (2017), que aguantar el juego cuando tu contraparte en pantalla tiene tanto talento, con escenas que desarrolla de forma conveniente, aunque en la mayoría le faltan fuerza y en otras sobreactúa, debido tal vez a que no hubo una mano guía firme por parte de Wilde para mostrarle el camino; lo mejor y lo peor que pudo pasarle a la película es él, ya que, por su celebridad, es la fuente y raíz de los rumores que la rodean, pero al mismo tiempo, el causante de que ese primer fin de semana tan bueno que tuvo en la taquilla se deba a su arrastre popular, con un 66% de asistencia femenina y un 16% del total perteneciente a jóvenes menores de edad que lo idolatran. 

Esta no es ni la primera, ni será la ultima película que se recordará por los escándalos detrás de cámaras, pero, a diferencia de obras ahora clásicas como What Ever Happened to Baby Jane? (1962), ama y señora en estos temas, en este caso los rumores serán lo único que sobreviva al paso del tiempo. Don’t Worry Darling no es una buena película, pero tampoco es el desastre que nos han hecho creer que es, tan sólo no pudo llenar las traicioneras expectativas que se generaron alrededor de ella. Al final, resulta siendo un divertimento comercial que lograr entretener por gran parte de su duración y con eso debería ser suficiente en otros casos. Perfectamente manufacturada, pero con un guión flojo y trillado, sólo queda pensar que, a diferencia del título, Olivia Wild debió preocuparse más por mantener a flote su proyecto, en lugar de su relación sentimental.