Where the Crawdads Sing (2022)

Aunque no aparece en ella, el primer nombre que salta al escuchar de esta película es el de Reese Witherspoon. La razón de esto es que ella la produce; aunque primero un poco de contexto. La actriz ha pasado por muchas facetas: promesa juvenil con papeles como el de Cruel Intentios (1999); celebridad del momento, gracias a Legally Blonde (2001); la nueva Ryan, Roberts o Bullock, en comedias románticas como Sweet Home Alabama (2002); actriz ganadora del Oscar con Walk the Line (2005); más comedias románticas como Four Christmases (2008); para luego cometer el peor pecado que una actriz puede realizar, cumplir 35 años, volverse una anciana para la industria, inmersa en un limbo de malos proyectos y papeles insustanciales que casi destruyen su carrera, porque este es un mundo horrible y machista que no acepta que una mujer madure.

A pesar de que siempre mostró inquietud como productora, fundando la compañía Type A Films, no sería hasta crear Pacific Standard en el 2012, para después convertirse en filial de Hello Sunshine en el 2016, que su faceta como productora se dispararía. Gracias a esto, logró tomar las riendas de su carrera, consiguiendo los derechos de historias más interesantes y sustanciosas que le dieron algunos de sus mejores papeles, como Big Little Lies (2017–2019) y The Morning Show (2019–a la fecha) en series de televisión; Little Fires Everywhere (2020) en miniseries; y Wild (2014) en el cine, cinta que le brindaría su segunda nominación al Oscar.

Todo este preámbulo, que puede parecerles eterno e inconexo con el tema, es para llegar al punto en que la productora, quien también es una apasionada lectora, ha adquirido los derechos de algunos Best Sellers con el afán de producirlos, aunque ella no forme parte del reparto, siendo Gone Girl (2014) su éxito más grande hasta el momento. Entonces, y después de parecer que he desvariado como usuario recurrente de cannabis intentando explicar el significado de nuestra existencia, llego al punto que quería, el cual es hablar de Where the Crawdads Sing, la última cinta basada en una novela superventas adquirida por Witherspoon y que acaba de tener estreno comercial en las pantallas mexicanas.

La historia, una clásica trama de misterio, de las que llamo ¿Quién mató a Juanita?, por repetir la estructura que tiende a encumbrar a este tipo de productos en los primeros lugares de ventas literarias, gracias a las amas de casa aburridas que corren a comprarlos, cuenta con todo lo que se espera en este tipo de adaptaciones. Siempre hay un cadáver o un persona desaparecida (la Juanita en cuestión), en una comunidad de tamaño medio o pequeña, un sospechoso demasiado evidente y alguien que investiga el crimen, que por lo general es cometido por alguien cercano que no reúne las características comunes de un asesino a simple vista, mientras se hace evidente el pasado denso, ya sea del sospechoso o el investigador que se ven inmiscuidos en el drama, mismo que tiende a ser un policía, abogado, reportero o escritor, sin reparar en el género del personaje. Algunas de estas historias tienen giros por demás interesantes que las separan del resto, aunque la mayoría sólo cumplen con repetir la formula.

Where the Crawdads Sing cumple con algunas de estas características, empezando con el descubrimiento por parte de unos niños, en 1969, de un cadáver a los pies de una torre de vigilancia en un pantano de Carolina del Norte. Cuando la policía investiga la escena, se descubre que el cuerpo es de un joven llamado Chase Andrews (Harris Dickinson), parte de una de las familias más importantes de la zona, y que al parecer mantenía cierto tipo de relación con Kya (Daisy Edgar-Jones), a quien todos conocen como La Chica Salvaje. Al no encontrar más evidencias, rastros o pruebas en la escena que unas fibras que coinciden con las de una prenda de la joven, automáticamente el juicio público la señala como la responsable, apresándola al instante. Los únicos que creen en su inocencia son Mabel y Jumpin Madison (Michael Hyatt y Sterling Macer Jr. respectivamente), un matrimonio que la conoce desde su infancia, y Tom Milton (David Strathairn), un abogado retirado que decide volver a litigar para defenderla, porque él es muy bueno y justo.

Después de esto la película se transforma en un extenso flashback que nos cuenta la vida de Kya, desde su infancia en 1953, momento en que su madre la abandona debido al maltrato y abuso que sufría bajo los puños de su marido alcohólico y violento. Siguiendo sus pasos, uno a uno, sus hermanos, cuatro en total, van escapando de la casa, al volverse las siguientes victimas del maltrato paterno, por lo que al final la niña queda sola, pero, al ser en extremo inteligente, aprende a no provocar a su padre, logrando incluso mantener una relación de relativa armonía con él. A la par de sus problemas familiares, la vemos enfrentándose a una sociedad que la rechaza debido la manera en que se viste y actúa, al estar acostumbrada a pasar sus días en el pantano, por lo que ni siquiera logra entrar a la escuela, debido a las burlas de otros niños, situación que la mantiene en un estado de analfabetismo, mismo que no es impedimento para que ella aprenda todo lo relacionado con la naturaleza, así como desarrollar su gran talento para el dibujo. Pero como esto es un drama donde a la protagonista debe irle mal, un día, al llegar una carta de su madre, el padre retoma sus actitudes autodestructivas, y como en realidad nunca dejó de ser un patán, una noche decide abandonar él también a la única hija que se había mantenido a su lado, por lo que Kya debe aprender a valerse por si misma, contra toda lógica posible.

Todo este sufrimiento, en ambas épocas, se nos presenta en la primera media hora de la película, ya que en el resto se desentrañan los misterios que llevan a la trama a desembocar en el juicio, mientras vemos aprender  a la niña a sobrevivir, sus primeros acercamientos con el matrimonio Madison (quienes bien pudieron adoptarla y ayudarla más, pero no lo hacen para conveniencias del guión), el encuentro con un niño de la zona de nombre Tate Walker, con quien entabla una amistad que con el tiempo se volverá en amor, ya que él la ayuda en muchos sentidos, la triste separación entre ambos en su juventud, y la futura repetición de patrones heredados de su madre, al relacionarse con el ahora difunto Chase, quien no es tan encantador como parece.

Como no he leído el material en que se basa el guión, no puedo decir que tanto de los puntos fuertes y débiles de este vienen desde ahí, pero después de haber visto la adaptación cinematográfica, puedo decir que su estructura narrativa tiene algunos problemas que terminan por mermar el resultado final. De entrada, esta es una historia de misterio, el principal atractivo debe ser descubrir la verdad sobre la muerte del Juanito en cuestión, pero la guionista Lucy Alibar, quien por cierto tuvo un inicio prometedor al lograr estar nominada al Oscar con su primer trabajo, Beasts of the Southern Wild (2012), en este, su tercer proyecto, no logra que el público se interese del todo en esto, debido a la variedad de géneros y líneas en que la película navega, o naufraga por decirlo de una manera más correcta. Y no es que esté mal utilizar un tema para hablar de otros, pero en este caso parece que la película no logra decidir cual es su principal línea argumental, ya que salta del thriller inicial, al drama de juzgado, al familiar, al romance juvenil, por momentos parece una coming-of-age, luego se transforma en una crítica social donde se habla de clasismo y racismo en menor medida, se adentra en la lucha de géneros, para volverse un proyecto que promociona la importancia de la naturaleza, pero sin terminar de profundizar en ninguno, por lo que el interés se pierde para cuando llega el tercer acto y todo debe comenzarse a cerrarse. Incluso cuando llega la revelación final, el momento se siente anticlimático y hasta predecible para el espectador curtido en este tipo de historias.

Posiblemente, el que esto sea tan notorio, se debe a la inexperiencia de la directora Olivia Newman, ya que este es apenas su segundo trabajo. Y no es que esto sea un factor que en realidad pese en otras ocasiones, pero se nota que tanto la realizadora, como la guionista, no están acostumbradas a este tipo de productos e historias. Venga, no es lo mismo que Gone Girl haya sido adaptada por la misma Gillian Flynn y dirigida por David Fincher, maestro en este tipo de películas, a que de repente quieran que alguno de los directores de la saga Fast & Furiou se haga cargo de otra adaptación de Anna Karenina, aunque podríamos llevarnos sorpresas. 

Tristemente este no es una de esas, ya que la cinta tiene una extensión más larga de lo que debería (2 hr 5 min) y aleja al espectador por momentos, cuando este apenas está comenzando a interesarse en algunas de las tramas que se nos exponen; aunque esto no quiere decir que no tenga puntos a favor, porque si los hay y son varios. El principal vendría a ser el desarrollo del personaje principal, quien se transforma ante nuestros ojos, de una niña asustadiza que no logra encontrar su lugar, para terminar ganándoselo sin perder su esencia, todo esto de una manera lógica, dentro de lo irreal que puede ser la supervivencia de una niña pequeña y sola en medio de un pantano repleto de peligros. Ahora, hablando del ecosistema donde se sitúa la trama, un punto en verdad sobresaliente  es la hermosa fotografía que realiza la fotógrafa Polly Morgan, quien de un par de años para acá ha ido escalando a mejores proyectos, como Lucy in the sky (2019) y A quiet place 2 (2020); a través de sus ojos y cámara, el pantano y la marisma lucen más hermosos que nunca, con bellos encuadres que capturan la luz de una forma tan bella que algunas imágenes se quedan en la mente por mucho más tiempo que la historia misma. La música compuesta por Mychael Danna, quien está más acostumbrado a este tipo de proyectos, funciona con armonía, enalteciendo las secuencias, pero sin llegar a robar protagonismo como puede pasar en productos tambaleantes. 

Pero si hay algo que destacar de la película, y no es que el resto del reparto no este correcto, es la actuación de Daisy Edgar-Jones, que con apenas un puñado de trabajos previos, la mayoría en televisión y con cierta notoriedad ganada por la miniserie Normal People (2020), basada en otro super ventas, logró quedarse con un papel que puede parecer sencillo, pero que tiene tantas capas y daño emocional, que presentar de forma veras la resiliencia de Kya es todo un logro. Si bien con algunas cuestiones ilógicas, aunque eso es culpa de la directora, como su aspecto físico, dotado de una cabellera envidiable, una piel tersa como si fuera una princesa Disney y con una dentadura digna de un panorámico anunciando los resultados y beneficios de la ortodoncia, que vuelven irreal el concepto de “chica salvaje” que tanto se esmeran los demás en utilizar, su interpretación tiene la fuerza suficiente para que olvidemos esos aspectos, ya que con una mueca o mirada te transmite el dolor de la perdida, el rechazo y la injusticia por las que atraviesa su personaje. Puede que esta no sea la película definitiva que la encumbre, pero la actriz, porque lo es, tiene todo el potencial de estrella que veremos en próximos y mejores proyectos, si es que todo resulta como debería.

A pesar de haber tenido un muy buen fin de semana de estreno y una recaudación general decente, Where the Crawdads Sing ha quedado lejos de otros éxitos producidos por Witherspoon, y en definitiva no será de esas películas que la gente recuerde después de un par de años. Una cinta que posiblemente pudo funcionar mejor en televisión y que es muy probable que se relacione más con el escandalo de racismo (el cual arrastro a la mismísima Taylor Swift que canta el tema de la película) en que está inmiscuida la autora de la novela en que se basa. Entretenida a ratos, realizada con muy buenas intenciones, pero que no terminaron de funcionar, posiblemente sea mejor recibida por los fanáticos del material base o un público que solo busca distraerse de la realidad por un par de horas. Para mi gusto, una película que pudo ser mucho más y se queda a medias.