Los riesgos del ocio

¿Qué es un amigo, me pregunto mientras clavo mis verdes pupilas en el mensaje de WhatsApp que me acaba de llegar con la sorpresa de mi pasado en una fotografía inesperada? ¿Qué es una amiga si de pronto pueden pasar años sin saber nada de esa persona? ¿Qué pudiera ser si a veces tienes la impresión de que ya no hay vuelta atrás y lo que pasó quedará en recuerdos, que tú como persona sentimental, con toda esta locura emocional que cargas, guardarás en un cajón de la cómoda, junto con las cartas que compartieron, las chifladuras que se inventaron, los dibujos con los que pelearon, los mensajitos mandados en clase, los poemas que no supieron de quién eran, las historias de gusanitos amarillos, las canciones traducidas, las palabras envueltas en terciopelo rosa? 

¿Dónde cabe la palabra amistad? ¿En esas tardes en que se depilaron juntas arrepintiéndose cada segundo mientras con lágrimas de dolor y risa intentaban arrancar la cera de sus piernas, en esas confesiones sobre lo difícil de encajar en un mundo donde no cumplían con las exigencias físicas del momento, en esa admiración por la voz de la una hacia la otra y de la escritura de la otra hacia la una? 

¿Qué tanto es permitido conservar de esas amistades, cuando ya no sabemos más de ellas? ¿Puedo seguir guardando las tardes haciendo tarea de biología con mi mejor amiga, mientras escuchábamos cantar a Dulce, interrumpiendo cada conocimiento de la estructura de las hojas para intercambiar cotilleos sobre quién anda tras de quien, y como ese pretendiente incómodo de la secundaria se estaba convirtiendo en el amigo cómodo de la prepa, y la extrañeza ante el pequeño chispazo de erotismo que provocaba miedo, alegría e inesperada belleza en mi amiga? ¿Es correcto tener en una repisa especial de mi alma aquellas otras tardes, con muchos años de más y tres hijos que formar, junto a la imprevista amistad de otra madre soltera de dos, con los mismos problemas de rebeldía adolescente que teníamos que lidiar, con la misma carga emocional de sentirnos destruidas por los propios lobos que estábamos criando, con el mismo deseo de mandar todo a la chingada y ser nosotras, libres de la servidumbre dejada por esos tipos de los que preferíamos no hablar para concentrarnos en los planes que teníamos a futuro, cuando por fin se fueran esos ingratos a los que por extrañas razones seguíamos proveyendo de alimento y techo? 

¿Puedo seguir conservando esas cartas llegadas de todas partes del país (y del mundo), seguir limpiándolas para evitar bichos que las destruya y de vez en cuando, a solas, volverlas a leer y recordar cómo cada una de esas letras me dio la seguridad de que la amistad es un más allá de todos los clichés de Hollywood y que de verdad existe, aunque ya nos veamos como extraños, aunque las cartas hayan cedido paso a la vida real, a la responsabilidad hacia otros, al olvido? 

¿Una amistad es menos amistad porque ya no existe más? ¿Se puede seguir considerando amigo a aquel recuerdo de las tardes bajo la lluvia riendo como delirantes porque en el desierto no llueve más que unos días al año y vale la pena pescar una gripe mientras corres como niño en el parque Kennedy? ¿Puedes guardar esas noches cuando caminabas de regreso a casa después del ensayo junto a esos jóvenes que raramente vuelves a ver (ahora todos adultos) pero con quienes sentías la seguridad de que nada malo podía pasar y los kilómetros se veían reducidos a planes para el futuro? ¿O se puede seguir siendo amigo del recuerdo de un verano cuando todos aburridos de la adolescencia nos sentimos más identificados que nunca, aunque fue el último verano que fuimos tan unidos como entonces? ¿Se puede considerar amistad la que hubo entre algún adulto y los consejos, los libros prestados, la exigencia en el trabajo y esa adolescente queriendo escribir, queriendo hacer teatro, queriendo salir del pueblo? 

¿Qué tanto un amigo se puede convertir en una pareja durante quince años o más, porque después de la amistad que escucha, que comparte, que apoya y acompaña, surge un amor que se vuelve independencia, individualidades compartidas, respeto de espacios y creación compartida?

Un solo mensaje, una tarde cualquiera, que llega para despertar la esperanza de que la amistad es más allá del momento compartido. Así pasen los años, siempre hay una lucecita en esas antiguas relaciones. 

2 comentarios en «Los riesgos del ocio»

  1. Una buena amistad dura por siempre, aunque estemos ausentes por las circunstancias, y cuando te reencuentras juntos recorremos el baúl de los recuerdos y eso, es un tesoro!!!

Los comentarios están cerrados.