A la hora del café
La extraña sensación de que podría llover
Tenía días revisando y deslizando con el dedo la página del clima en mi celular. Mayo fue atroz, inaguantable, con temperaturas de 38 a 40 grados durante varios días seguidos. Parte del mes de junio así fue. Pero en julio la noticia en un diario local ha sido apabullante: nuestra ciudad ya lleva 33 días con temperaturas máximas de 40 grados, algo que no se había vivido desde el 2011.
Hace algunas semanas, la sensación de que podría comenzar a llover, nos tenía con la cabeza vuelta loca a los habitantes del desierto.
¿En qué parte del mundo llovía? En esos infernales días, busqué los estados del clima en varias ciudades. Llegó a llover hasta en Monterrey, solo un poco. Llovió en Durango y también en la Ciudad de México. Me recordé embarazada en un cuarto sin aire acondicionado, ese día en que le pedí a mi padre las llaves de su casa cuando estaba de viaje, para irme a refrescar frente a su mini split.
Recordé cuando, en un día de verano tomamos el auto y nos fuimos a donde estuviera nublado. A donde pudiera llevar un chal un saquito en la mano. Llegamos a León Guanajuato. Otro verano, tomamos carretera a Zacatecas. Era agosto, esa noche bajó la temperatura a 16 grados. Mi hijo y yo estábamos en short, nos reímos de nosotros mismos por sentir frío en las piernas.
Si algo he disfrutado en estos días de calor, es esa sensación de salir del baño después de una ducha con agua fría y sentir, por escasos minutos, un poco de frío en el cuerpo. A las 6:45 am me echaba en la cama con otra toalla encima, para perpetrar la sensación de tener frío.
Así transcurrieron los días, subiéndome al automóvil con climas de 42 grados, para llegar a casa aventando la ropa mojada, hasta que el día después del solsticio de verano, cayó por mi rumbo una lluvia de diez minutos que nos regaló una tarde nublada. Salí a tomar fotografías de los charcos en el pavimento y del paisaje nublado cuyo horizonte traspasaba el asfalto. En mis historias de Instagram, recibí corazones y caras felices. ¿Nos pone muy feliz que llueva? ¿Por qué?
Porque no es una sensación que podamos vivir a menudo en Torreón, en La Laguna y en el desierto. En algunos días de junio hubo lluvias puntuales, pero que no llegaron a provocar ni siquiera pequeños encharcamientos. Se pronosticaron tormentas eléctricas, aire, polvo. Pero ya es julio y recuerdo en que en otros años hubo días enteros nublados con algunos chubascos, lo suficiente para hacer el verano un poco más soportable.
Y ¿en dónde llovía aquellos días nublados? En muchos estados de país, según la Conagua. Incluso en Coahuila, también en Sonora, Jalisco, Guerrero, Campeche, Durango, Chihuahua, Zacatecas, Ciudad de México, Aguascalientes, Guanajuato y Estado de México.
¿Por qué es tan difícil que llueva en La Laguna? Dicen que añoramos lo que no somos, mi postal favorita es tomar café y ver llover por una ventana, sé que es romántico y quizás un cliché. La lluvia tranquiliza, no en todas partes y no a todas las personas. También ha sido la causante de un caos, hundimientos, accidentes y en una ocasión la lluvia de Torreón inundó mi coche en el centro de la ciudad.
Pero si llueve, siento, sentimos que algo se renueva en nosotros. Que algo puede ser distinto, una promesa, un aliento. Esperemos pues aquí, a que llegue otra vez ese nostálgico día de lluvia.
Twitter @Lavargasadri