Los riesgos del ocio

Son muchos los autores que han creado textos sobre la imposibilidad de escribir, entre otros, Josefina Vicens, cuya obra breve tiene una intensidad que deja huella profunda en la literatura mexicana, así, sin ponerle el adjetivo “femenina”.

Pero sin ánimos de emular a la Vicens (quién soy yo para pretender eso) solo quiero hacer un  texto  acerca de ese momento en que te acomodas con tu pluma, lápiz, hojas, cuaderno, laptop, o cualquiera que sea tu instrumento de trabajo, y nada más no puedes concretar las ideas que sí tienes, pero que como enloquecidas van de un lado a otro sin definir; mucho de ese torbellino viene del exceso de información, de haber observado tantas cosas en tan poco tiempo o de que la vida de pronto se complicó y resulta que las necesidades primarias que se tenían cubiertas, ya no se encuentran a salvo.

Y entonces me pregunto ¿sobre qué escribo? Podría ser sobre cómo uno no es indispensable en los trabajos y por más que te esfuerces, por más que hagas lo que debes y un poquito más allá, por más que tengas nuevas ideas, por más que (aquí se puede agregar cualquier cosa) de todas formas, con la mano en la cintura, sin medir consecuencias (porque al fin y al cabo los que lo hacen tienen asegurado su sustento) te eliminan. 

O podría escribir sobre las nuevas feministas y sus grupos que son chiquitos y de solo amigas, y cómo han sabido eliminar a las que no piensan exacta y totalmente como ellas. Y no hablo solo en términos de escritoras feministas, sino en general de esta nueva mujer consciente de las violencias sufridas y de los espacios negados, pero que, nuevamente, con gran facilidad y dejando la famosa “sororidad!” de lado, le niegan espacios a otras mujeres, ya sea porque no tienen pensamientos semejantes, por haber sobrepasado  la edad correcta (entre veinte y treinta y tantos años) o por preferir espacios de igual a igual con los hombres.

O podría hablar de esa necesidad que tienen las mujeres mayores de cuarenta y tantos de expresar todas esas ideas que se les han obligado a callar y lo mucho que me sorprendió que pese a sus años de silencio, muchas de estas mujeres a quienes volví a ver en un Café Literario, tengan ideas claras sobre lo que debe ser la vida y los esfuerzos que hacen para retomar sus libertades, justo donde las dejaron.

O escribir sobre el problema del agua, que cada vez nos lleva más cerca de la película de terror setentera; o los feminicidios, que no cesan y las autoridades indiferentes al grado de negarlos; o la falta de un plan cultural en el pueblo donde vivo, y cuya oferta se limita a permitir un tianguis los domingos y ¡ah, sí!, un curso de verano; o la sorpresa que me provocan algunas personas queriendo, todavía, convertir a este mismo pueblo en una “Coyoacán lagunera”; o sobre los sueldos cada vez más míseros que ofrecen las universidades privadas de la región, con horarios de esclavo que trabaja de lunes a domingo y si bien te va es posible que descanses un sábado del mes;  o en fin, tantos otros temas que se me han juntado en estos días de asueto, pero que, a la manera de José García, tengo la esperanza de “pasar en limpio” una vez que mi complicada mente encuentre el descanso adecuado.