Death on the Nile (2021)

Por segunda semana consecutiva hablo de una película dirigida por Kenneth Branagh, ambas con su respectiva notoriedad, aunque por motivos muy diferentes, siendo en este caso por cuestiones que no tienen relación con la calidad de la cinta. Por esto empezaré con el elefante en la habitación, la polémica alrededor de la que es, posiblemente, la película más difícil de vender y promocionar en lo que llevamos de este siglo. 

Porque sí, Death on the Nile será recordada más por sus retrasos para estrenarse y los problemas que tuvo debido a daños en la imagen pública de tres de sus actores, que por su calidad o éxito comercial.  Con fecha original de estreno para diciembre del 2019, fue reprogramada para octubre del 2020 por problemas con su producción, para volver a ser movida a diciembre del mismo año, al notar la pobre taquilla de Tenet debido a la pandemia, aunque esto no se cumpliría y volvería a ser programada, para septiembre del 2021, cosa que tampoco sucedería, ya que su fecha final terminó siendo en febrero 2022. 

En medio de todos estos cambios de calendario, tres de los miembros del reparto se verían envueltos en escándalos personales de diferentes magnitudes: el primero fue Armie Hammer, hundido en medio de polémicas de índole sexual, por mensajes filtrados de sus ex parejas y acusaciones de abuso que lo llevaron a estar recluido en rehabilitación por meses; a este le seguiría la novia del mundo, Gal Gadot, al realizar una publicación en Twitter sobre el conflicto entre Israel y Palestina, del que parece haber salido bien librada, pero que generó rechazo en su momento; por último, Letitia Wright, con sus declaraciones anti vacunas que casi le cuestan su lugar dentro del universo de Marvel y contrato con la productora Disney. Una pesadilla de relaciones publicas que casi provoca el estreno directo en streaming para la cinta.

Escándalos de lado y pasando a lo que es la película como tal, un poco de contexto. En el 2017 Branagh dirigió una adaptación de la famosa novela de Agatha Christie, Murder on the Orient Express que, si bien no emocionó a la crítica, resultó un sorpresivo éxito de taquilla que ingresó más de 350 millones de dólares a nivel mundial. Sabemos cómo son las cosas, así que una secuela del universo encabezado por el detective Hercule Poirot fue autorizada en automático, esperando con esto la creación de una redituable franquicia. Teniendo treinta y tres novelas estelarizadas por él, el material para escoger es mucho, pero se optó por producir Death on the Nile debido al éxito y conocimiento general que se tiene sobre ella. Cosa que juega tanto a favor como en contra de la cinta, pero que se entiende si se observa desde el lado comercial.

Debido a esto último, no hay mucha necesidad de explicar la trama, pero en general va de esta manera: La historia abre con dos prólogos, el primero nos muestra en un cuidado blanco y negro, con un excelente efecto rejuvenecedor en CGI, los tiempos de Hercule durante la Primera Guerra Mundial, donde su ingenio característico ayudó al triunfo casi imposible de su tropa contra sus enemigos en un enfrentamiento, pero con un inconveniente final que nos explica las razones, tanto de su bigote, como de algunos rasgos de su comportamiento; el segundo se adelanta hasta el presente del detective, en 1937, donde tiene el primer contacto con cinco de los personajes que se verán involucrados en el misterio de la cinta más adelante y donde se da el conflicto que desencadenará los hechos. 

Después de esto, se da un salto de seis meses, donde Poirot se encuentra de vacaciones, encontrándose con su amigo Bouc (Tom Bateman, único del reparto, a excepción del protagonista, que repite su papel de la entrega anterior), quien lo invita a conocer a su madre Euphemia (Annette Bening) y al hotel donde se hospedan, lo que da pie a que el detective comience su interacción con los recién casados Linnet Ridgeway (Gal Gadot)  y Simon Doyle (Armie Hammer), quienes le piden investigar a la ex prometida de él y ex mejor amiga de ella, Jacqueline de Bellefort (Emma Mackey) que los ha estado acosando durante todo su viaje de luna de miel. Después de ciertos descubrimientos, el variado grupo de invitados, por decisión de los recién casados, inician una travesía sobre el barco Karnak, donde en teoría deben estar seguros y lejos del acoso de la resentida mujer. Al percatarse de que esto no fue verdad, ya que el motivo de sus miedos abordó en la primera escala que hacen, deciden cancelar el resto del viaje, cosa que resulta imposible cuando se comete el asesinato alrededor del que gira la trama, lo que impide que puedan abandonar el barco, al resultar evidente que el asesino es uno de los miembros del grupo que se encuentra en este. 

La película, o el material en que se basa, cumple con todo lo que se requiere en una historia perteneciente al género Whodunit (¿quién lo hizo?): un crimen a investigar, un variado grupo de sospechosos, un lugar específico en el que se encuentran concentrados todos los involucrados, secretos y motivos ocultos que dificultan descubrir al culpable; pero con las adecuaciones necesarias para transportar con éxito la novela al lenguaje cinematográfico. Esta ocasión, el guionista Michael Green (repitiendo de la entrega pasada), realiza cambios puntuales y agrega capas a ciertos personajes, posiblemente para diferenciar, dentro de lo posible, el guión del material base y/o pensando en la posibilidad de una saga. 

Por esto, entre las diferencias que se encuentran entre ambas historias, el prólogo inicial que se escribió especialmente para la película, en el que se cuenta el pasado de Poirot, sirve para dar una mayor profundidad y desarrollo al personaje, dotándolo de un pasado que lo humaniza mucho más rápido de lo que sucede en las novelas. La inclusión de su amigo Bouc, otro de los cambios que la diferencian de la novela, sirve para ambas cuestiones mencionadas, ya que une las dos tramas y les da continuidad, y sirve para desarrollar lazos emocionales mucho más robustos entre el detective y el resto de los personajes. Algunos aspectos narrativos se cambiaron en pro de un mayor lucimiento y efectismo visual, como el collar de Linnet, que pasó de perlas a diamantes y se utiliza en uno de los arcos narrativos nuevos, y la puesta en escena del segundo asesinato, que es presentado de una forma mucho más gráfica que en la novela.

Lamentablemente, aunque los cambios funcionan para que el protagonista tenga mayor lucimiento, el resto de los personajes, aunque con algunos cambios para modernizar la historia, no reciben el mismo trato, ya que se mantienen casi unidimensionales y con el mero propósito de volverse sospechosos ante el agudo ojo del detective. Aun así, el reparto funciona con corrección, a pesar de las características y nacionalidades tan dispares, los métodos y capacidades interpretativas variadas, y el peso o tiempo en pantalla. 

Empezando por orden de importancia y celebridad, Kenneth Branagh ha hecho suyo el personaje, si bien un poco exagerado en su interpretación, los cambios mencionados lo separan de la caricaturesca representación de la película previa, cuestiones que el interprete y director aprovechan al máximo, pero eso a nadie debería extrañarle; siguiendo con los pesos pesados del reparto, que en esta ocasión resultaron los artífices de la casi destrucción de la película, Gal Gadot siendo Gal Gadot, es decir, luciendo maravillosa en cada escena, devorándolas  con ese carisma desbordante que ya ha demostrado antes y que nivela las escenas en las que le llega a faltar poder interpretativo, porque, si bien mejor que en otras de sus películas, sabemos que su fuerte no es ser una gran actriz, pero lo compensa con ese magnetismo que solo las grandes super estrellas tienen, y en ese sentido no hay queja alguna, cumple cuando debe y esta sobrada de encanto en cada minuto que aparece en escena, eclipsando a todo el que intente hacerle sombra, lo quiera o no, porque cuando tienes ese brillo, no puedes ocultarlo aunque lo desees; Armie Hammer en la que posiblemente sea su ultima participación en una producción de este calibre, cumpliendo como el actor correcto y eficaz que ya ha demostrado ser, con uno de los personajes de mayor peso, pero ensombrecido sobre todo por sus compañeras de reparto; Emma Mackey, salida de la serie Sex Education, siendo la única que logra destacar al lado de Gadot, demostrándonos que si es bien manejada, tiene la madera para transformarse en una celebridad, pero a diferencia de su compañera de reparto, con escenas de lucimiento interpretativo; Letitia Wright, la otra polémica participante, que si bien hasta el momento no termina de convencerme, recibiendo uno de los roles modificados para esta versión, impregnándolo de una fuerza que no termina de tenerla en papel; Sophie Okonedo, con otro personaje con cambios, al transformarlo de novelista a cantante, con el peso de ser el interés amoroso de Poirot y quien puede ver a través de las barreras de este, correcta como siempre; y por ultimo una desaprovechada Annette Bening y su hijo en la ficción Tom Bateman quienes, aunque con mayor tiempo y desarrollo, con líneas argumentales originales, se sienten reactivos ante los otros personajes, mas nunca con vida propia. 

Del resto no hay mucho que decir, porque el guión no lo permite: Jennifer Saunders con un amalgama de personajes que concentraron en uno para reducirlos y dar mayor desarrollo a las historias nuevas, junto a Dawn French en una línea que no se maneja en la novela;  un irreconocible Russell Brand en la que es su actuación más propia y contenida hasta el momento; y por ultimo Rose Leslie, un poco desaparecida desde Game of Thrones, cuya presencia sirve únicamente para un fin, pero lo realiza de forma digna. 

La película cuenta con todo lo que una secuela debe tener: más estrellas en el reparto, mayor numero de muertes en pantalla, presupuesto superior y un despliegue técnico que sobrepasa a la primera, siendo este ultimo punto uno de los atractivos de la cinta, pero que debido al uso excesivo de CGI no termina de servir a la historia, ya que por instantes hace lucir lo que vemos en pantalla de forma plástica. 

El equipo técnico regresa en su mayoría, como en otros proyectos del director, por lo que ya son más amigos trabajando juntos que simples compañeros de producción, aunque en esta ocasión el resultado sea un tanto dispar. Haris Zambarloukos cumple en la fotografía, así como Patrick Doyle en la parte musical, Jim Clay en lo referente al diseño de producción, incluso Paco Delgado que se estrena junto a ellos realiza un trabajo por demás funcional en cuanto al vestuario se refiere; pero todo se siente falso por momentos, debido a las decisiones tomadas para crear el ambiente de la cinta.

El veredicto es que estamos ante una producción que se nota realizada por encargo, pero con la calidad necesaria para que el pago del boleto valga la pena. Una cinta que, a diferencia de los productos actuales, se toma el tiempo de crear una situación antes de saltar directamente al conflicto principal, lo que puede resultar positivo o negativo dependiendo los gustos, pero que se agradece. No será recordada por el público masivo y en definitiva no es lo mejor del director, pero no por eso deja de ser lo suficientemente divertida para pasar un buen rato, sobre todo si te gustan las películas donde un desfile de carismáticas estrellas interactúa bajo la mano de un realizador que sabe lo que hace sin importar el género y función de su proyecto. Es posible que este sea el fin de la franquicia, pero no deja de ser cine comercial bien realizado, sin la mayor aspiración que entretener al espectador, y que ya encontró su lugar en la lista de las producciones malditas de Hollywood.