Belfast (2021)

Aprovechando las recientes nominaciones al Oscar y su próximo estreno en salas laguneras, es buen momento para hablar de una de las mejores películas del año pasado, la bellísima Belfast, carta de amor del director norirlandés Kenneth Branagh  para su ciudad natal.

A primera vista, Belfast puede desentonar si la comparamos con la filmografía del también actor y guionista, ya que no se parece a nada que haya hecho con anterioridad. Primero, Branagh es un apellido que se relacionaba en automático a Shakespeare, de quien adaptó cinco de sus obras a la gran pantalla (sus versiones de Henry V y Hamlet son monumentales); pero de unos años para acá, el 2011 para ser exactos, con su trabajo detrás de la cinta Thor, pasó a transformarse en un director de lucrativos blockbusters, posiblemente debido a un todavía más lucrativo contrato con los estudios Disney, para quienes ha dirigido también Cinderella (2015), Murder on the Orient Express (2017), Artemis Fowl (2020) y la casi enlatada, debido a controversias con su reparto, Death on the Nile, que por fin verá la luz en estos días. Como puede notarse, su carrera se ha dividido entre dos vertientes en las que difícilmente podría embonar una película con las características de la que hoy hablo, pero eso no ha impedido que ya sean muchos los que la consideren su película más cercana y personal. 

Lo anterior se debe a que, si bien no se trata de la historia del director como tal, la cinta funciona como una narración semi biográfica donde el personaje central, el pequeño Buddy (Jude Hill), representa un alter ego cinematográfico que experimenta muchas de las situaciones que el realizador vivió en su infancia. Siendo el mismo Branagh el escritor del guión, se abre ante el público para mostrarnos sus recuerdos de la etapa previa a que su familia tuviera que abandonar su ciudad y país natales, debido a los conflictos sociales que se nos presentan en la película. La trama toma como fondo a “Los Problemas”, forma en que fue bautizado el enfrentamiento entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, mismo que dejó un gran número de muertos en sus casi treinta años de duración, retratándolo a través de la mirada inocente de un niño en los años sesenta, que no comprende lo que sucede, pero está al tanto de que su mundo se va transformando sin que pueda evitarlo. 

Este entrañable relato mezcla con éxito problemáticas socioculturales con el proceso de crecimiento de un pequeño que se enfrenta a situaciones propias de su edad como son el primer amor, la importancia del núcleo familiar, la muerte y la amistad. A la par, el realizador muestra los conflictos adultos de un matrimonio que debe sobrellevar las cuestiones que hacen tambalear los cimientos tanto de su relación sentimental, la que mantienen con sus familiares y la que han creado con los miembros de una comunidad que se rehúsan a abandonar, pero que están al tanto, aunque con renuencia inicial, de que deben hacerlo si piensan sobrevivir en todo sentido que la palabra pueda ser utilizada.

Antes de continuar, debo dejar claro que este tipo de historia no busca innovar en cuanto a estructuras o planteamientos, el utilizar la mirada infantil para retratar un conflicto social no es nada nuevo y se ha utilizado ya en cintas como Nuovo Cinema Paradiso (1988), La vita è bella (1997), The Boy in the Striped Pyjamas (2008) y recientemente, Jojo Rabbit (2019), todas con la Segunda Guerra Mundial de fondo, ya sea antes, durante o después del conflicto; incluso nuestra cinematografía nacional, en una coproducción con España, hizo lo suyo en este campo con la cinta El niño y el muro (1965), del director Ismael Rodríguez, centrando su historia en la división de Alemania y la amistad que nace entre dos niños, uno en cada extremo del muro de Berlín. Como puede verse, estas cintas lo que buscaban es conectar con el espectador en un sentido emocional, cosa que han cumplido, sin importar la calidad de estas, sin problema alguno. Las lagrimas brotan, en algunos casos las risas se escapan y todos salen con los sentimientos revueltos de la sala, cumpliendo con una de las principales razones por las que uno acude al cine, que es lograr esa conexión con el producto que se contempla.

A diferencia de la última del listado mencionado anteriormente, Jojo Rabbit, que apostó por la comedia y el humor en ocasiones un poco oscuro, podríamos decir entonces que Belfast es de un producto clásico, tal vez un poco obsoleto para la mirada cínica del espectador actual, que apuesta por los sentimientos y la nostalgia; pero, debido a la calidad de su manufactura e historia, se vuelve tan atemporal que se facilita el abrazo por parte del público, quien la recibe como el producto agradable y reconfortante que es. Es imposible ver la película sin sonreír y ver tus sentimientos afectados por las situaciones vividas por el personaje central que, a pesar de saber que se encuentra rodeado de violencia y tensión durante toda la proyección, se mantiene a salvo gracias a una familia que intenta protegerlo del peligro que los rodea, pero sin dejarlo excluido de una realidad que saben lo alcanzara. 

Debido a que la familia es uno de los pilares argumentales de la cinta, la selección de tan acertado ensamble actoral para interpretar a los miembros de esta es una de las mayores bazas que tiene a su favor. Hablando a manera de árbol genealógico, empezaré con los abuelos, interpretados magníficamente por Ciarán Hinds y Judi Dench (ambos nominados al Oscar en esta edición): él haciendo las veces de padre sustituto en las largas temporadas de ausencia del verdadero, guiando y aconsejando, tal vez no de la mejor forma, pero con las mejores intenciones, a Buddy en sus primeros pasos dentro del temible terreno del amor y la vida misma; ella, que aunque aparece menos tiempo en pantalla y pareciera que su peso es menor, brilla en tres momentos de simbolismo narrativo: el baile entre ambos abuelos, la escena en el cine contemplando Chitty Chitty Bang Bang con la inocencia de un niño, y esa secuencia final, mirando por la ventana como su vida no volverá a ser la misma una vez que su familia se ha separado por un bien mayor. 

Los padres del protagonista son la siguiente rama, con los rostros de Jamie Dornan y Caitriona Balfe en los que son sus mejores papeles hasta la fecha: él, por fin dejando atrás al Christian Grey que casi lo encasilla, como el hombre que tiene que alejarse de su familia en busca de un mejor porvenir, atormentado por no poder estar con ellos cuando el peligro los acecha; pero si hay alguien de quien se deba hablar, protagonista aparte, es Balfe, verdadera ausencia dolorosa en las nominaciones de este año, que brilla como la gran actriz que tiene tiempo demostrando ser en la serie Outlander, como la madre que debe cubrir ambos roles, proteger a su familia y la que tarda más en aceptar que el alejarse de todo lo que conoce es la única manera de no perder lo que más ama. Al final, la rama nueva, el vástago menor de la familia, un verdadero acierto de casting en la forma de Jude Hill, emanando inocencia, ternura, malestar y dolor con suma naturalidad, volviéndose en automático la promesa infantil (empatado con Roman Griffin Davis) del cine anglosajón. Todos brillando, apoyando la actuación del otro, como lo haría, o debería, una familia verdadera.

Pero si los aplausos deben recaer en alguien, sin demeritar a los actores, es en el talentoso Kenneth Branagh, amo y señor detrás del desarrollo total de la película, al realizar la triple función de director, guionista y productor (nominado en cada una de estas facetas en la edición de este año del Oscar), plasmando el gran amor que siente no sólo para la ciudad que da nombre a la película, sino al cine mismo, con un tino que, si bien busca lo sentimental, no cae en el sentimentalismo. 

Cada encuadre, momento y situación hacen evidente la maestría de un hombre que tiene décadas trabajando en lo que ama, utilizando cada recurso a su disposición para demostrarlo. Desde la secuencia inicial a color de la actual Belfast, pasando por cada instante mágicamente fotografiado en blanco y negro por su compañero de aventuras en ocho proyectos ya, Haris Zambarloukos, la película nos envuelve con esa magia que únicamente lo hecho con pasión puede lograr. Los enfrentamientos entre las dos facciones, los momentos en los que Buddy es únicamente un niño, las escenas donde el dramatismo de la pérdida desgarra a los personajes, o incluso secuencias que podrían resultar fuera de lugar, como el momento musical donde Jamie Dornan canta Everlasting Love para declarar su amor a una Caitriona Balfe que termina bailando ante semejante muestra de afecto, son presentados con maestría, sin que nada se sienta forzado, y todo esto es gracias al realizador.

Si buscamos problemas en la cinta se pueden encontrar, porque ninguna película es perfecta. Demasiado corta, carente de un verdadero momento de impacto, muy sentimental, siempre habrá algo que atacar si buscas demasiado, pero no creo que en este caso importe. Belfas es una película sencilla, amable, bonita, tres términos que deberíamos dejar de usar de manera peyorativa, porque de repente es necesario un cine así. Si llegan a verla se van a conmover, posiblemente rían, algunos tal vez lloren, pero todos van a salir con un sentimiento positivo después de verla. Puede que no vaya a poder hacer nada contra The Power of the Dog, pero definitivamente esta película merece cada uno de sus premios y nominaciones.