Nightmare Alley (2021)

Esta ocasión, antes de empezar, diré dos cosas: la primera es que no he leído la novela homónima de William Lindsay Gresham en la que se basa la película; la segunda es que no he visto la primera adaptación de la historia que dirigió Edmund Goulding en 1947. Hablo de esto, para dejar en claro que llegué a la sala con conocimiento nulo de lo que vería, más allá de lo observado en el trailer semanas atrás, y que la verdad sea dicha, no devela mucho sobre la trama de la cinta. Explicado esto, empiezo.

Cuando uno ve una película de Guillermo del Toro, sepa o no que se encuentra detrás de la misma, es imposible no saber que se trata de una producción ligada a él, ya sea como director o productor, y este caso reitera dicha situación. Al igual que el cine de Tarantino, Nolan y otros realizadores, Del Toro tiene un estilo muy particular para desarrollar sus proyectos y crear universos con un sello propio. 

Independientemente de sus ambientes y atmósferas, las historias seleccionadas o escritas por él siempre están plagadas de una oscuridad característica que se percibe en cada línea, encuadre o personaje. Con esto no me refiero únicamente a la impecable fotografía que ha enmarcado su filmografía, ni a los seres sobrenaturales y monstruos que aparecen en ella, sino a la oscuridad que habita en nosotros y que el director ha sabido transmitir en cada una de sus películas. De nuevo, una situación que en esta ocasión se presenta, mostrándonos las penumbras internas de la peor monstruosidad que puede existir: el ser humano y los excesos a los que es capaz de llegar bajo ciertas circunstancias.

La historia de Nightmare Alley cubre un periodo de dos años, entre 1939 y 1941, una época que por sí misma, debido a la Segunda Guerra Mundial, es por demás aterradora. Durante este bienio, se nos cuenta la historia del surgimiento, auge y caída del personaje Stanton Carlisle (Bradley Cooper), un errante que huye tanto del pasado como de ciertas acciones que lo atormentan, quien encuentra su lugar como parte de un variopinto grupo de feriantes, debido al ofrecimiento del siniestro dueño de la compañía, Clem (Willem Dafoe), que le brinda techo y comida al notar la necesidad del joven por encontrar un lugar del que formar parte. A partir de esto la historia se divide en los tres estados/actos por los que transita el protagonista: surgimiento, en la primera parte de la historia, con su incorporación a la feria, como un hombre que por fin ha encontrado su sitio, por lo menos en apariencia, entablando lazos con todos los “fenómenos” que viven protegidos por los límites del espectáculo ambulante, sobre todo con Zeena (Toni Collette) y Pete (David Strathairn), médium fraudulenta y mentalista manipulador, respectivamente, que se ganan la vida con un efectivo acto de espiritismo basado en un código que ellos mismos crearon y que resulta por demás atractivo para el protagonista; auge, con el afianzamiento de su posición dentro del grupo, el desarrollo de su propio estilo como mentalista bajo las enseñanzas de Pete, el inicio de su relación con la feriante de espectáculo eléctrico Molly (Rooney Mara) de quien había sentido atracción desde el primer momento en que la conoció,  la eventual partida de ambos en busca de un futuro más próspero ajeno al mundo de los nómadas, el éxito logrado por la pareja gracias a su propio espectáculo de mentalismo en New York, que es donde comienzan a mostrarse los primeros indicios de una codicia desmedía por parte de Stanton; por último, la caída, misma que comienza una vez que hace su aparición la psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett), una femme fatale que rivaliza al principio con Stan, para con el tiempo, generar una atracción entre ellos que lo lleva a crear la máxima estafa, así como deambular por las zonas más oscuras de la mente humana, una vez que el mundo de los ricos y poderosos se ha abierto para él gracias a información proporcionada por la terapeuta sobre ciertos personajes de las altas esferas de la ciudad. El resto de la trama, los conflictos, misterios y vueltas de tuerca deben ser descubiertos por el espectador mismo. 

Tomando en cuenta que una cosa es lo que vemos en pantalla, las penas y glorias que viven los personajes en cada narración, y otra son los temas de fondo que trata una historia, sea el medio que sea, ¿de qué trata en realidad Nightmare Alley? Lo fuerte de Del Toro nunca ha sido la sutileza, y en este caso tampoco lo es, puede que sea debido al material base o no, pero las metáforas que usa se te escupen en la cara sin dar espacio a la interpretación o a apelar a un sentido implícito de las cosas, lo cual no es malo, ya que ese es su estilo y nadie espera falsos simbolismos velados como en los pretensiosos productos de su compatriota Iñarritu. Del Toro es directo y lo hace notorio en cada uno de los temas que toca en esta ocasión. 

El primer aspecto narrativo que sobresale, son los monstruos mismos, los cuales brillan por su ausencia en el sentido físico, para dar lugar a seres oscuros, ocultos detrás de bellos rostros y cuerpos. Por más que la primera mitad de la película transcurre dentro de un carnaval ambulante, salvo el personaje interpretado por Mark Povinelli, que sufre de enanismo, el resto de los miembros de la feria entran en el concepto de normalidad física, pero navegan, aunque a diferentes niveles, en las turbulentas aguas de la inmoralidad. A diferencia de otras cintas del director, aquí no hay creaturas mágicas, demonios o fantasmas, el verdadero mal reside dentro de los seres humanos, algunos que han cedido ante ella y otros que luchan por mantenerla encerrada. Está, por ejemplo, la pareja conformada por Zenna y Pete, que viven de manipular los sentimientos de su audiencia para sacar beneficio económico, pero con ciertos límites morales autoimpuestos; y Clem, el inescrupuloso encargado de la atracción principal de la feria, que sale cada determinado tiempo a la caza del candidato ideal para crear al monstruo que exhibe como un animal, en los callejones que dan título a la película. Pero aún en medio de estos seres, es en la segunda parte de la historia, cuando Stan y Molly han logrado avanzar económicamente, donde hacen su aparición las verdaderas aberraciones, ataviadas con ropas lujosas, pieles, joyas y viviendo en casas de ensueño. Como dictaba la frase del asesino serial The Carver en la serie Nip/Tuck: “la belleza es una maldición sobre el mundo, ya que nos impide ver quiénes son los verdaderos monstruos”. 

En medio de todos ellos un, en apariencia normal, Bradley Cooper, digno representante de la belleza hegemónica, con secretos a cuestas y levantando murallas a su alrededor para alejar a los demás, mismas que son creadas más para contener lo que lleva dentro, que para protegerse del exterior. El protagonista está consciente de la oscuridad que habita dentro de él, por lo que hace lo imposible por mantenerla contenida, evitando cualquier cosa que le facilite ser liberada. Su reiterada negatividad a tomar alcohol es una muestra de ellos. Y puede que esta bebida y las drogas sean mostradas en la película como catalizadores para permitir al ser humano denigrarse y perder todo atisbo de humanidad, como se explica en cierto momento, pero son el dinero y el poder los alicientes que terminan embriagando de avaricia al protagonista, iniciando un descenso a su infierno personal, y que dan pie al segundo punto de fondo que se trata en la historia.

La película, o el texto en el que se basa, debido a la época en que fue escrito, son una crítica al capitalismo y esa necesidad humana, casi patológica, por medrar. Elevarnos en la escala social, cueste lo que cueste y pasando por sobre quien se tenga que pasar. La novela base fue escrita pocos años después de la Segunda Guerra, por lo que las toneladas de publicidad hacían creer a la sociedad que todo estaba bien, la vida mejoraría y esto se daría de mejor manera entre más consumiéramos. Aunque la trama se sitúa años antes, en pleno conflicto bélico, los pensamientos sobre lo que sucedió después se dejan ver. No es gratuito que el protagonista comience a perder su humanidad una vez que entra en contacto con la misteriosa Lilith Ritter, quien le muestra un mundo que había permanecido ajeno a él, mismo que lo mastica y engulle sin piedad, hasta llevarlo a cometer actos moralmente reprochables para lograr sus fines, que lo hacen exponer, sin marcha atrás, la oscuridad que tanto había luchado por controlar. El monstruo liberado que toma el control de la persona.

Del Toro utiliza este trio de estados vividos por el personaje central para exponernos como algunas decisiones tomadas puedan cambiar, para bien o para mal, el rumbo de nuestra vida, llegando a momentos en que nos es imposible regresar a lo que éramos. Esta tercia de divisiones se repetirá a lo largo del metraje en dos cuestiones extras que marcan el ritmo. La primera, lo sepamos o no al inicio, es la muerte, ya que son tres de ellas las que provocan los cambios que va sufriendo el protagonista. Una realizada por gusto, otra que nunca se define si fue accidental o no, y la última por necesidad, pero, al fin y al cabo, muertes que marcan la vida de Stan. El otro aspecto dividido en tres, son las mujeres que aparecen en la película y que sirven para llenar aspectos emocionales del personaje central. Zenna, tal vez la más difícil de definir, ya que, aunque al inicio funge como amante, una vez que su relación se desarrolla, pasa a ocupar el lugar de una madre que, junto con Pete, guían a Stan en el mundo de la feria, lo instruyen y alientan a desarrollar su potencial, al mismo tiempo que, como progenitores espirituales, advierten de los peligros que conlleva dejarse llevar por ese lado oscuro que al parecer notan en él; la segunda mujer es Molly, el amor y el deseo, la inocencia de su personaje logra despertar sentimientos puros en el protagonista que calman por momentos sus demonios, lo hacen desear una vida mejor con ella, aunque con esto él pavimente el camino para su perdición; al final, Lilith Ritter, con su enigmática personalidad, la mujer fatal de manual que parece embonar a la perfección con ese lado que Stan trata por evitar, la que provoca el caos y la ruina definitiva, culpable de abrir la jaula donde se había mantenido  encerrada a la bestia interna de Stan, pero que carga consigo un pasado propio que la ha dejado marcada y con cicatrices, tanto fiscas como emocionales. 

Tres actos, estados, muertes y mujeres, que se presentan en un proyecto que se encuentra visual y temáticamente dividió en dos partes principales, la feria y New York, con su respectivo apartado técnico apoyando estas diferencias. Porque esta es una película de Del Toro, y si hay algo en que se destacan todos sus proyectos, es en lograr que ese aspecto estético tan suyo transmita el emocional, y en este caso, es precisamente la parte visual la que se percibe mucho más lograda que una historia de unas, posiblemente excesivas, dos horas y media que se llegan a sentir cansadas y un poco torpes por momentos, al tratar de hacer fluir un ritmo que tropieza de repente. La música compuesta en esta ocasión por Nathan Johnson es magnífica, cambia según lo hacen los personajes y situaciones, pero por instantes rebasa a la trama misma, que se queda corta al momento de querer lograr una evolución fluida en sus personajes; la dirección de arte de Tamara Deverell  y Shane Vieau es por mucho lo más destacado de la cinta, mejor definida y construida que algunas situaciones, dotando de personalidad y peso narrativo a cada escenario por donde transitan los atormentados seres de esta historia, convirtiéndose en un personaje más; lo mismo pasa con el vestuario diseñado por Luis Sequeira que perfila a la perfección las personalidades de todos los que aparecen en pantalla, sobre todo en los casos de Molly y  Lilith, con sus colores y diseños que acentúan sus personalidades; y la fotografía de Dan Laustsen, que cambia de género como lo hace la cinta, brincando del día a la noche, de los exteriores a interiores, del drama al noir, con una maestría que sobrepasa por mucho a la escritura de esta historia.

Para el final dejé al reparto, parte importante del lucimiento de la cinta, pero en el que muchos son desaprovechados por un guión que se queda corto en algunos aspectos. Ron Perlman, Mary Steenburgen, Mark Povinelli y Jim Beaver tienen tan poco tiempo en pantalla y diálogos que sus personajes en algunos casos son en realidad cameos; David Strathairn se luce como el mentor del protagonista, luchando con sus propios demonios que terminan por alcanzarlo, pero su personaje no logra definirse del todo ante el espectador cuando ya ha desaparecido; Willem Dafoe es otro que, si bien no decepciona, porque él nunca lo hace, pareciera desesperado por buscar el máximo lucimiento en los pocos minutos que tiene, a pesar de su peso argumental; el último de los personajes de apoyo, es posiblemente el mejor logrado, interpretado por un, sin necesidad de maquillaje, irreconocible Richard Jenkins, obsesionado con el pasado y la culpa, en una transformación que logra dar miedo con una simple mueca, una entonación de palabras o incluso sus silencios. Luego esta Bradley Cooper, quien despliega todo el talento que posee para mostrarnos los miedos y vulnerabilidades que se esconden bajo la fachada de seguridad de su personaje, con una excelente interpretación que nos recuerda a los galanes clásicos del cine hollywoodense, pero que se queda corta debido a la poca empatía y falta de carisma que se le brindó en el papel a su Stanton; porque si vas a definir un antihéroe, lo más importante es que el espectador no lo perciba sólo como alguien despreciable, sino como un ser humano con defectos y virtudes con el que pueda identificarse, situación que tarda mucho en llegar, y cuando lo hace es demasiado tarde. Es obvio que dejé al trio de reinas para el final, porque en definitiva son lo mejor de la función: Toni Collette demostrando sus alcances en un papel que si bien ocupa el tiempo suficiente en pantalla, no se le brinda el desarrollo necesario, sin que por eso ella desaproveche cada instante en el que aparece; Rooney Mara, la voz de la razón, la conciencia del filme, sin encontrar su lugar, sin pertenecer a ninguno de los dos mundos, mostrando una fragilidad que al final sucumbe contra la fuerza que su personaje va demostrando con los minutos, pero que se siente abandonada por el director en cuanto a momentos de verdadero lucimiento se refiere; y por último, Cate Blanchett, impregnando de una sensualidad que no le habíamos visto a su maquiavélica villana, si es que su personaje puede ser etiquetada como una, con un personaje que al igual que Stan se ha visto en el pasado enfrentada a situaciones que la hicieron mutar internamente, adaptándose, viviendo de destruir todo lo que se interponga en su camino, aunque todo este bagaje se quede en meras especulaciones, ya que el guion no le da el sustento necesario para desarrollarlo y al final se siente unidimensional. 

En definitiva, Nightmare Alley no es lo mejor del director, demasiado larga, lenta por momentos, personajes que no terminan por definirse y un acto final con un desenlace que uno imagina desde mucho antes de que llegue; pero aún con esto, las actuaciones y el desborde de talento en el campo técnico, así como algunos momentos en verdad logrados, la hacen un producto digno de ver. Porque vamos a ser sinceros, podemos amar o no el cine del Del Toro, pero dejando fanatismo y nacionalismo de lado, una película media de él tiende a ser mejor que la mayoría de las películas que se encuentran ahora en cartelera.