Los riesgos del ocio

Mis pocos lectores sabrán que esta no es una columna de quejas (para eso está el face, donde nadie te hace caso pero igual te desahogas), pero por más que me contengo todas las mañanas, no puedo evitar pensar en escribir sobre esto que me molesta, ya no puedo contener este reclamo (que disfrazaré de comentario) por más tiempo. 

Primero la pregunta, ¿cuándo comenzamos a hacer fila, cola, línea?, como sea que ustedes llamen al acto de esperar formados el turno para acceder a algo. 

Creo que desde que entra uno al jardín de niños, donde hay un cierto orden (salvo los chiquillos que te empujan, o los payasos que nunca faltan) y una persona que te acomoda y decide cuándo y cómo avanzar. 

Luego, debido a que fue una obligación de las infancias de antes de los balazos, nos tocaron las anárquicas colas de las tortillerías, en donde, si te descuidabas, cualquier señora se metía a empujones,  haciendo como que no veía tu cuerpecillo de niña de siete o nueve años (que además ni bulto hacía). ¿Recuerdan? Era en esa fila donde uno aprendía a defenderse del mundo, donde adquirimos el valor de decirle a la mujer “fórmese, yo estoy primero”. 

Si no se logra sacar esa voz para proteger tus derechos en los primeros años de la infancia, serás siempre una víctima de los gandallas que con la tonta creencia que tienen de ser los más listos, se meten en todas las filas.

Ese tipo de ente, el prepotente que es de lo  más abundante en el universo mexicano, es lo que me hace renegar el día de hoy. Todos los laguneros sabemos que nuestros puentes para pasar de un Estado a otro han sido y seguirán tomados por tiempo indefinido, entonces ¿cuándo comprenderá el abusón que la mejor manera de acelerar el tráfico será haciendo una sola fila? No es metiéndose a la brava la mejor manera como se llega de Durango a Coahuila y viceversa, sino esperando pacientemente en una cola (que además avanza mucho más rápido) a cruzar cualquier acceso.

Mi lloriqueo quedará así, como berrinche de señora, como llanto de amargada, como petición de nada. Pero al menos ya me desahogué, y dije lo que he pensado desde hace tantos años cuando comenzó este calvario del traslado diario de Torreón a Lerdo. Ya nada es como la canción, ya la vida dejó de ser tan sencilla y segura como un corrido en el tranvía. Pero por lo menos, se puede uno atrever a usar la lógica, pensar matemáticamente y decidir que aligerar una fila tiene todavía que ver con el orden y la sensatez. ¿O no?