West Side Story (2021)

Puede o no (como es mi caso) gustarte el cine de Steven Spielberg, pero es imposible negar su talento como uno de los mejores y más creativos directores en la historia del cine. De la misma forma, puedes amar o no (nuevamente mi caso) el teatro musical, pero lo que hicieron Arthur Laurents, Leonard Bernstein y Stephen Sondheim con West Side Story es brillante. Ahora, puede que te guste, que no, o que ni siquiera la hayas visto, pero la adaptación al cine de esta obra, realizada por Robert Wise y Jerome Robbins en 1961, es un clásico con todas sus letras, emblema de un género que agonizaba y uno de los últimos grandes musicales de Hollywood. Una de esas películas que deslumbra por sí misma a pesar del tiempo y que no se deben tocar. Porque un clásico es eso, algo que vemos al girar la mirada al pasado y recordar lo que nos hizo sentir, la grandeza que proyectaba en su momento y el impacto que provocó en su época.

En el 2014, Spielberg hizo lo impensable, casi una blasfemia, dejar ver sus intenciones de realizar un remake de dicha película. Y no es que se dudara de su capacidad, pero la simple idea de rehacer cualquier producción que ahora se considera mítica, es una apuesta que puede explotarte en la cara (Gus Van Sant lo aprendió a la mala, en 1998, con su versión de Psycho), sobre todo cuando esta pertenece a un género en el que nunca has trabajado. Ahora, en el 2021, la cinta ha sido terminada y vista en las pantallas de todo el mundo, con un único pensamiento en la mente del espectador: nunca debimos dudar. El director supo volverla propia, adaptarla, actualizarla, sin perder un ápice del espíritu que encumbró a la original. Un triunfo total, por lo menos en lo referente a la calidad de su propuesta. Por tal motivo, es que en esta ocasión mi reseña, en lugar de desmenuzar los pros y contras de la película, decidí centrarla en las diferencias entre ambas producciones, así como los puntos a resaltar en la actual.

Antes de continuar, y en caso de que exista alguien que no sepa de que va la trama de esta historia desarrollada hace 60 años, la obra toma como base libre a Romeo y Julieta, adaptando los personajes y situaciones a la década en que fue producida. Las familias Montesco y Capuleto son sustituidas por dos bandas que pelean un territorio en New York, del que están a un paso de ser echados, debido a la futura construcción del Lincoln Center; estas bandas son los Jets (anglosajones) y los Sharks (puertorriqueños). Tal cual sucede en la obra de Shakespeare, un miembro de cada grupo, Tony y Maria, caen rendidos ante el otro bajo el hechizo de un amor prohibido que termina en tragedia. Todo esto, elevado y decorado por las ahora emblemáticas canciones, elaborados números musicales, y mucho color y espectacularidad.

Spielberg, junto al guionista Tony Kushner (con quien ya había trabajado previamente en Munich y Lincoln), estaban al tanto que no se trataba únicamente de realizar una copia de la versión anterior, ya que, si bien debían mantenerse fiel al material base, la historia sobre dos grupos raciales enfrentados, puede llegar a considerarse más actual en este momento que en la década misma en que se escribió. Las cosas han cambiado desde los cincuenta, por lo que parece que el cineasta vio en esto un aspecto para, si no mejorar, separar su versión de la previa. Cambios desde la secuencia de apertura como la vandalización de un mural con la bandera puertorriqueña y las represalias del grupo latino al perforar con un clavo el oído de un miembro de los Jets, sirven para indicarnos que nos encontramos ante un producto más realista y mucho menos inocente que la película anterior.

El primer aspecto por destacar en esta versión es la nivelación entre los dos grupos principales y el desarrollo tanto de los personajes como de la trama. Mientras en la original se decantaban por el grupo anglosajón, en esta la importancia entre ambas bandas se encuentra en punto medio, al igual que las razones por las que el malestar u odio se genera. Por un lado, los residentes blancos que se sienten despojados de un territorio que anteriormente les pertenecía; por otro, los inmigrantes que buscan su lugar en un país donde se han refugiado en busca de un mejor porvenir. En palabras del personaje interpretado por Corey Stoll, las bandas luchan sin sentido, ya que al final ambas perderán el territorio, comparten las mismas condiciones y son aquejadas por circunstancias similares: los únicos blancos que continúan en el barrio porque no fueron capaces de avanzar, junto a los extranjeros que no tienen otro lugar al que moverse.

Dejando el conflicto cultural de lado, porque esto es una historia de amor juvenil, se encuentran los protagonistas Tony (Ansel Elgort) y Maria (Rachel Zegler) quienes, tal cual sucede en todas las versiones, se enamoran apenas han cruzado miradas. Aquí es cuando surge otro cambio, ya que, aunque todo sucede en el mismo baile al que acuden las dos bandas, en esta ocasión el encuentro entre los protagonistas se da en solitario, detrás de unas gradas, lo que da mayor sentido al malestar de Bernardo (David Alvarez), el hermano mayor de la joven, al verla salir acompañada de uno de los miembros de la banda rival. Y es en la interacción entre los hermanos donde se da otro de los cambios acertados de esta versión, ya que a diferencia de la anterior, donde los padres están presentes, pero fuera de escena, en esta ocasión se explica la sobreprotección de un hermano mayor que debe velar por la seguridad de su hermana, mientras su padre se encuentra aún en Puerto Rico. De la misma manera, Tony no cuenta con padres de los que su amigo y mala influencia Riff hable con aprecio, no, en esta versión es un huérfano, por lo menos eso parece, que vive protegido bajo el brazo cálido de Valentina, una mujer latina, escrita especialmente para esta versión y para lo cual tengo que hablar de uno de los mayores puntos a favor de esta versión: el reparto.

El director sabía lo que buscaba al momento de realizar el casting, estaba consciente de no repetir los mismos errores que sus predecesores. Y no es que el reparto original haya sido un error como tal, pero como ya dije, los tiempos cambian y con ello la percepción de las cosas. Natalie Wood fue una actriz más que capaz, con tres nominaciones al Oscar a sus espaldas, pero como cantante no era sobresaliente, por decirlo de alguna manera, por lo que sus canciones tuvieron que ser interpretadas por Marni Nixon (misma que dobló a Audrey Hepburn en My Fair Lady), y su piel tuvo que ser oscurecida para interpretar a un personaje de ascendencia latina (ella era rusa); ambas cosas no aceptables en la actualidad.

En esta ocasión, y salvo Ansel Elgort que goza de cierta celebridad, Spielberg optó por un grupo de casi desconocidos, pero que dieran el tipo y contaran con el talento necesario para interpretar tan recordados personajes, tal vez, precisamente, para evitar comparaciones debido a la fama. Así pues, su elección de Rachel Zegler (de ascendencia colombiana), una total desconocida sin trabajos previos resultó acertada al dotar de frescura y candidez a un personaje que lo exuda y sustenta sus acciones en esa ingenuidad y anhelo de amor que termina por enfrentarla a la realidad de la peor manera; David Alvarez (de origen Cubano, a diferencia del griego de George Chakiris), otro novato en el cine, aunque con experiencia en Broadway, brinda la fuerza que se requiere para interpretar a Bernardo, el hermano protector y líder de los Sharks como si llevara años frente a las cámaras; Mike Faist, quien logra ser odiado por momentos, para entender su frustración por perder lo único a lo que le queda aferrarse en otros, como el amigo del protagonista que no le permite alejarse de su anterior vida y se vuelve el causante de la tragedia, logra robarse por momentos las escenas. Pero ninguno de ellos tuvo que enfrentarse al reto que significaba interpretar al personaje más emblemático de la película, porque si hay algo que todos recordamos de la versión del 61, es precisamente la Anita de Rita Moreno, su fuerza, temple, carisma y personalidad que le valieron el Oscar y que ha trascendido como una de las mejores interpretaciones en la historia del cine.

La seleccionada para hacerlo en esta ocasión, fue la actriz de teatro de ascendencia afro puertorriqueña Ariana DeBose, quien vuelve a opacar a todos a su alrededor en cada una de las escenas en las que aparece, brillando con luz propia, repitiendo la potencia que Moreno plasmó, pero haciendo suyo el personaje, volviéndose una fuerza imparable y por mucho la mejor actuación de la cinta. Y en medio de todos ellos, en el que es quizás el mayor homenaje y guiño a la producción original, la mismísima Rita Moreno, quien regresa para esta versión interpretando a Valentina, la viuda de Doc de la versión original, como una extranjera entre ambos grupos, al haber (en palabras de la nueva Anita) traicionado a los suyos al casarse con un estadounidense, motivo por el que es aceptada a media por ambos grupos, pero que observa todo, sabiendo lo que va a suceder sin poder hacer nada para evitarlo, y brindando la protección y cariño del que no goza el personaje del ya mencionado Ansel Elgort, músculo principal de los Jets, pero con un gran corazón que sólo busca su felicidad y salir adelante en un mundo que no le ha dado las oportunidades para lograrlo.  Nostalgia pura en las mejores manos.

Todos ellos, cantando, bailando, luchando, riendo y llorando, en medio del festín visual que resulta la cinta, gracias a manos tan capaces y talentosas como la maravillosa fotografía de Janusz Kaminski (Schindler’s List y Saving Private Ryan); el elaborado diseño de producción de Adam Stockhausen (The Grand Budapest Hotel y Bridge of Spies), el vestuario diseñado por Paul Tazewell, quien mantuvo elementos de la película original, adaptando el resto a los nuevos interpretes; y sobre todo, la música de Leonard Bernstein y las canciones de Stephen Sondheim que han trascendido el tiempo como sólo los clásicos pueden lograr.

Puede que en estos tiempos cínicos, crudos y fríos una historia como esta no logre el mismo impacto que hace 60 años; es muy improbable que no se repita el mismo éxito en taquilla, sobre todo por el momento que estamos viviendo; o que logre arrasar en los Oscares como sucedió en aquella entrega (la película ganó 10 estatuillas), aunque es casi seguro que se convierta en la más nominada de este año (junto a Dune); pero nada de esto puede restar valor a una película que fue juzgada desde el momento mismo en que se anunció su realización. En definitiva, aunque no para todos los gustos, una maravilla que debe ser vista y que logró encontrar su lugar propio, surcando con éxito las comparaciones. Un Spielberg que nos recuerda porque fue el rey durante tanto tiempo, sabiendo hacer lo que mejor hace, espectáculos maravillosos que tocan las fibras del espectador. Un maestro del cine, haciendo cine, con todas sus letras.