Los riesgos del ocio

El teatro que he visto últimamente resulta aburrido siempre. Hay varias razones: o las actuaciones son malas, impostadas, falsas, gritonas, ególatras, sin pasión (no dejas de ver a fulano siendo fulano diciendo textos de alguien pero como fulano viéndose en un espejo siendo bonito como fulano); o, en este afán minimalista que ahora tienen estas generaciones que ya no creen en nada, sin escenografías (porque no es lo de hoy), sin vestuarios que formen parte del discurso poético (porque ¡qué flojera!,  no es lo de hoy), sin una dirección concreta, sin un texto vivo, sin una realidad humana universal como la envidia, el ansia de poder, la pasión que desborda hasta los límites de la destrucción sicalíptica, lo visceral, sino siendo políticamente correctos hablando de cuestiones sociales cuyos bordes son previsibles y por lo tanto manejables y aplaudibles por un público en su mayoría igual de vacuo que lo sucedido en escena. 

No me gusta lo que he visto: textos robados de autores concretos, para deformarlos en una orgía de movimientos y discursos sin sentido, o al menos sin la connotación que tenían de origen. Movimientos corporales que no dicen nada porque los actores muchas veces no tienen idea de su espacio vital, o no tienen noción de lo que es la expresión corporal, o hacen una cosa llamada teatro del cuerpo sin conocer sus cuerpos y las motivaciones que tienen estos en relación con lo que deben expresar en un escenario. Todo se vuelve gritos, palabras dichas sin profundidad, textos que no guardan en ningún momento concordancia entre espacio y tiempo, historia y tiempo o acción y tiempo; actrices que no saben ni leer; áreas y momentos desperdiciados; textos mutilados y mi flojera ante lo que sea que esté viendo esperando que ya (por favor) se acabe para no tener que salirme a medio espectáculo.

Esa es la palabra, a favor de un espectáculo se sacrifica el arte. Y cuando hablo del arte no estoy diciendo algo que sea muy pretencioso o fingiendo que el arte tenga un cometido en sí misma. Simplemente estoy hablando que una va al teatro y sale igual (o con mayor indiferencia) ante lo que presenció. Cuando lo ideal sería salir con una pequeña molestia, un movimiento inicial, muy interno, que va creando una incomodidad, que te hace cuestionar lo visto en relación con lo vivido.

Tengo el recuerdo de puestas en escena memorables por esa catarsis que provocaron en mí. Por esta pasión vivida junto a los personajes. Por esta sensación que permanece de estar frente a la vida, desde el mismo momento de salir del teatro. Hace tanto que no lo experimento, hace tanto que una actuación no me conmueve, hace tanto que una puesta en escena no provoca en mí lágrimas, sudor, horror, pasión, amor, ganas de vivir o de entender la muerte. Qué lástima, cuánto tiempo invertido, cuánto falso elogio repartido, cuánta vanidad en vano.

Es posible que en algún momento, cuando se deje de despreciar el teatro como reflejo de la humanidad sin eufemismos, cuando comencemos a aceptar a nuestros clásicos nuevamente  y se abandone esta parafernalia donde el texto es lo de menos y lo importante son las (lo que sea que hagan en escena hoy en día) ¿acciones? ¿Gritos? ¿Palabras huecas? ¿Movimientos convulsivos? ¿Los mensajes gratuitos? No sé, tengo esperanza de alguna vez volver a ver algo tan conmovedor como lo visto en algunas series de las muchas que pululan en las plataformas de internet, pero en vivo, en un teatro, donde la oscuridad de alrededor me ayude a ocultar las pasiones que desate en mí esa actuación memorable, ese terror inolvidable, esa historia tan parecida a todas, ese placer inmortal de asomarme en el alma del otro.