Dune (2021)

“A great man doesn’t seek to lead, he is called to it”.

Antes de empezar, debo aceptar que, a pesar de considerarme un bibliófilo bastante decente, nunca he leído la novela de Frank Herbert en la que se basa esta película. Mi acercamiento a la historia de los Atreides, Harkonnen, Bene Gesserit, Fremen y el planeta Arrakis, se dio debido a la exposición que tuve a temprana edad a la, digamos extraña, versión de David Lynch, con todo lo que esto significa. Si a mis más de cuarenta años es complicado tratar de dar congruencia a la carnicería que se realizó en la sala de edición, a la visión de Lynch sobre las historias de estos personajes, cuando la vi por primera vez no entendí nada de lo que sucedía en pantalla. Aun así, recuerdo haberme maravillado con lo que mis ojos observaban sin comprender; aunque, cuando eres niño, eso no es muy difícil de lograr.

A pesar de mi interés en el inmenso universo creado por Herbert, Dune es uno de esos libros que por diversos motivos jamás ha logrado llegar a mis manos, cosa que considero positiva al momento de escribir estas líneas. ¿Cuál es la razón de esto? Cuando una persona es fanática de la fuente en que se basa una adaptación audiovisual, es casi imposible separar ambos productos al momento de juzgar. Sí, fanáticos de Game of Thrones y Marvel, hablo de ustedes. ¿Cuántas ocasiones no hemos escuchado las frases “el libro es mejor”, “en el comic eso no sucede”? Esto, debido a que el público promedio no entiende que, una vez realizada una adaptación, el material base y el producto realizado a partir de este son dos cosas diferentes, que deben ser vistas, admiradas y/o juzgadas de manera independiente. Al ser Dune el evento cinematográfico del año, porque lo es a pesar de que algunos digan lo contrario, el llegar con ojos casi vírgenes a la versión realizada por Denis Villeneuve, para mi es un privilegio, más que algo en contra.

Ahora, ¿por qué digo esto? Dune es, como menos, una obra casi mítica que se ha catalogado como imposible de adaptar, ya sea en cine o televisión, desde aquel lejano 1965 en que se publicó. El motivo de esto se debe principalmente a la complejidad de su trama, los diversos temas que aborda y a su extensión; aunque, a pesar de estos puntos, el interés por hacerlo siempre ha estado presente.

El primero en tratar de llevar a la pantalla el heroico viaje personal de Paul Atreides, sería el ahora director chileno de culto Alejandro Jodorowsky, quien reunió a un dream team, que incluía al mismísimo Orson Wells, para llevar a cabo un proyecto que en papel lucia tan espectacular, como imposible de realizar en la vida real. Después de cinco años de planeación, retrasos y complicaciones con la preproducción, los productores se retiraron y la filmación jamás se concretaría, dejándonos a todos con una biblia de bocetos, ideas y planeaciones que hasta la fecha nos hacen soñar con lo que pudo ser aquella legendaria versión. 

El segundo intento por adaptar el libro, si bien logró concretarse, se volvería celebre por los motivos incorrectos. La familia de productores De Laurentiis, al haberse hecho con los derechos de la novela, se adentró en el sinuoso sendero de producirla. Ridley Scott sería el principal interesado en dirigirla, recién descubierto como un maestro de la ciencia ficción gracias a Alien y a la, en aquel entonces, criticada Blade Runner (el tiempo se encargaría de ponerla en el lugar que merece), siendo el primero en darse cuenta de que la historia espacial futurista era imposible de realizar en una sola entrega, sugiriendo dividirla en dos partes (punto que trataré más adelante), pero al final abandonó el proyecto. Sería entonces cuando un casi novato David Lynch tomaría las riendas de la producción, con los desastrosos resultados que ahora todos conocemos. Y no es que Lynch no sea un realizador capaz, no, todo lo contrario.

Si hay un director que pueda presumir de tener un estilo propio y una calidad en sus productos que siempre sobrepasa lo esperado, es él. Las cuestiones que jugaron en su contra son haber llegado al proyecto con apenas dos películas bajo el brazo, no estar acostumbrado a trabajar bajo la presión de los estudios y querer plasmar su visión en un proyecto que se encontraba dentro de la maquinaria que mueve el dinero. El resultado final fue una cinta de ocho horas de duración, reducida a cinco por decisión propia, y que terminaría en poco más de dos por presión de los productores.

Al final, si bien con un despliegue técnico que lograba proyectar lo necesario en el aspecto visual, con una dirección de arte lograda en extremo, la película resultó un desastre imposible de entender por la mayoría de los espectadores, debido a los cortes que impidieron una narración lógica y congruente en el producto final. La película sería objeto de críticas, burlas y se convertiría en uno de los mayores fracasos de taquilla de la década de los ochenta. Con ello, nacería la leyenda sobre la maldición de la novela.

Y no es que ese haya sido el último intento por trasladar las ideas de Herbert al lenguaje audiovisual, puesto que, en el año 2000, se pensó que, tal vez con un poco más de sentido común, si el formato de película era demasiado corto para plasmar fielmente un universo tan basto, la televisión podría ser el medio indicado para lograrlo, en la forma de, no sólo una, sino dos miniseries que cubrían las tres novelas que conforman la trilogía original. El primer libro en la primera y los dos siguientes en la segunda. Si bien estos productos fueron bien recibidos, con buenos números de audiencia y comentarios positivos al definir mejor los conflictos presentados en los libros, al final no dejan de ser realizaciones menores que por momentos resultan tan memorables como tomar café descafeinado después de una noche de insomnio.  Tal vez si HBO las hubiera producido, la historia hubiera sido diferente.

Transcurrieron 16 años para que otro estudio y realizador se aventuraron en la odisea de ver el mundo de Arrakis proyectado en la pantalla grande; Warner Bros produciendo y Denis Villeneuve como director, confirmaron en aquel entonces el inicio de lo que sería un viaje que ha finalizado en este 2021, con el estreno de la película Dune, o como sabemos los que ya pudimos verla, Dune Parte 1. Porque sí, tal cual lo había pensado Ridley Scott en su momento, en esta ocasión se ha decidió adaptar la novela en forma de episodios, al estilo Lord of the Rings, aunque sin realizarlas al mismo tiempo, para lograr cubrir la mayoría de los aspectos que la mente de Herbert describió en cientos de páginas. 

Después de este largo preámbulo, ha llegado el punto que nos interesa, que es la película en cuestión, y sólo puedo catalogarla como espectacular, visualmente espectacular. El diseño de producción comandado por Patrice Vermette es magistral, el vestuario creado por Jacqueline West y Bob Morgan es impecable, la fotografía de Greig Fraser es majestuosa, y así podría continuar con el resto de cada rama técnica y artística con que cuenta esta producción cinematográfica. Entonces, si todo es tan maravilloso, ¿por qué la película pareciera que no termina de atraparnos y adentrarnos en su narrativa? La respuesta, según mi punto de vista, es el hecho de tratarse de una película fría, distante, que se esmera más en cumplir con lo que se piensa espera el espectador, que con tratar de conectar con él. Salvó la genialidad musical que Hans Zimmer orquestó en esta ocasión, y que logra transmitir la tensión y emoción necesaria en cada encuadre que se nos presenta, el resto del descomunal despliegue técnico pareciera que está ahí simplemente para cumplir con los estándares de una superproducción, sin ser un verdadero recurso que dote de personalidad propia a la cinta. Aun así, no hay un solo aspecto en estos apartados que pueda criticársele, más que la falta de originalidad.

Debo aclarar que no estoy diciendo que se trate de una película mala, todo lo contrario. Por fin podemos creer que se ha realizado la adaptación definitiva de la novela, pero tal vez se hubiera agradecido un poco más de sello propio por parte de Villeneuve, quien pareciera que no quiso arriesgarse a cometer los mismos errores de Lynch, cuya versión podemos tildar de todo, menos de carecer de una personalidad propia.

El director no es ningún neófito en el género, de hecho, hay ciertos paralelismos entre su selección y la que en los ochenta se hizo con Scott; ambos realizaron una obra maestra de la ciencia ficción (Alien por un lado, Arrival por el otro), y el joven realizador terminaría dirigiendo la secuela de Blade Runner, tomando el relevo del veterano director. En ambos, Villeneuve dotó a los productos de su marca, misma que se ha consolidado desde hace más de diez años, con Incendies, pasando por Prisoners, Enemy, Sicario, y las dos mencionadas.

Si existe otro director dentro de la maquinaria hollywoodense que puede jactarse de realizar blockbusters con personalidad propia, aparte de Christopher Nolan, es él, por lo que la generalidad con la que realizó esta ocasión su trabajo no termina por hacer brillar a la película como debería. Todo es enorme, magnánimo, grandioso, pero acaba engullendo a los actores y la trama, quienes empequeñecen ante una producción que hace notar cada dólar que se gastó en ella, pero que no se esmeró en que los aspectos visuales resultaran personajes y no simple decoración. 

Ahora, dejando de lado los aspectos técnicos, porque el talón de Aquiles de la versión anterior fue la parte narrativa, la historia en esta ocasión sí es contada de una forma congruente que permite al espectador entender lo que está sucediendo, aunque sin profundizar por completo en los conflictos que acontecen. Sabemos de la existencia de la especial, la sustancia más valiosa del universo y algunas de sus características; estamos al tanto de las diferentes casas que conforman la jerarquía espacial en que ha recaído el poder y sus eternos enfrentamientos entre ellas; se nos indica que existe un emperador universal, de nombre Shaddam IV Corrino, a quien no vemos en esta ocasión; se nos presentan a las Bene Gesserit, con sus habilidades y poder político que se extiende en toda dirección como una enfermedad oportunista; se hace hincapié en la importancia del planeta Arrakis, con sus inclemencias y sus fremen. Y a pesar de todo esto, la historia permanece distante, contemplativa, ante un público al que pareciera que quieren alejar, en lugar de adentrarse en las intrincadas tramas políticas, traiciones e interesantes conflictos personales de los personajes. Porque si algo tiene esta historia, es una eterna sensación de misterio y tensión, de capas argumentales que se sobreponen unas sobre otras, escondiendo secretos y misterios de los que sólo están al tanto unos pocos, pero que pueden ser percibidos por todos.

El mismo espectador se siente incómodo ante los enormes espacios vacíos por los que transitan los diminutos actores, con una extraña sensación de claustrofobia a pesar de encontrarse en espacio abierto, sabiendo que no deben darle la espalda a nadie o de otra manera pueden sucumbir en cualquier instante. 

Podríamos decir, que en este sentido Dune es muy parecida a Game of Thrones, aunque al estar al tanto de las fechas de creación de ambas sagas, es muy probable que George R. R. Martín se haya inspirado en la historia espacial para definir algunas de sus situaciones. Se sabe que muchos de los personajes van a morir, ellos mismos lo exponen en algún momento de la proyección, las traiciones y venganzas son moneda común, la caída de los poderosos por maquiavélicas intrigas se ven venir sin que se pueda hacer nada para evitarlo.

Las relaciones familiares, pilares fundamentales en este tipo de narraciones se hace presentes en la forma de un padre (maravilloso Oscar Isaac) que se sacrifica y que sólo le preocupa el bien de su hijo, y una madre (Rebecca Ferguson en la que es por mucho la mejor actuación de la película, con el personaje que mayor cantidad de matices expone) que se encuentra en el mismo nivel, dispuesta a todo por protegerlo, a pesar de estar al tanto del papel que ella misma tejió alrededor de su vástago. Los conflictos religiosos están presentes también, con sus respectivas leyendas, creencias divididas y mesías esperados para provocar el bien. El eterno problema del héroe (Timothée Chalamet haciendo lo que mejor sabe hacer, es decir, proyectar internamente el sentir y sufrir de sus personajes) que no quiere serlo, que no se siente capaz de cumplir con una misión que le ha caído sobre los hombros, a pesar de su renuencia para aceptarla, pero que termina por llevar a cabo porque se puede luchar contra todo, menos con el destino. Una épica con todo lo que debe incluir una historia de este tipo. 

Lamentablemente, después del momento de mayor impacto visual y argumental, cuando la masacre se ha desatado y todo parece perdido, ese momento en que el protagonista indiscutible Paul Atreides inicia el sendero de su renacer emocional, acompañado por su madre, y su nueva realidad le es presentada, la película llega a su fin, en una de las escenas más anti climáticas que pueda recordar en un producto como este, dejando todo a medias cuando por fin se nos empieza a mostrar lo salvaje y terrorífico que puede ser Arrakis, del que sólo se nos da un vistazo en la forma de uno de los tan esperados gusanos de arena gigantes, y una lucha ritual sin gran lucimiento contra uno de los fremen para ganar su lugar dentro del grupo en cuestión. El héroe gana su lugar dentro de su nuevo grupo y los créditos aparecen, claro, dejándonos con ganas de saber el desenlace de la historia, pero con una sensación de no haber visto mucho en realidad.

A pesar de los puntos que pueda haber mencionado como negativos, Dune Parte 1 cumple, y lo hace de manera apabullante, a pesar del abrupto final, dejando abiertas las líneas argumentales indicadas y logra atrapar el interés en el último momento, apoyándose en la presentación oficial de los personajes de Zendaya y Javier Barden que, sin afán de revelar información, no aparecen más de diez minutos en pantalla cada uno, y eso en la recta final, indicándonos que su protagonismo está por venir.

La verdadera historia apenas está por comenzar. Una apuesta arriesgada que el estudio y director tomaron, ya que, de no haber resultado un éxito, nos hubiéramos quedado con otra franquicia a la mitad (muy bien jugada la carta de estrenar la película de forma internacional, antes de hacerlo en territorio norteamericano, viéndose forzados a incluirla en HBO Max por obligación con los usuarios), tal cual ha sucedido con otros productos como lo fue en su momento The Golden Compass, otra saga literaria que comparte paralelismos con Dune y que al final resultó funcionar mucho mejor como serie televisiva que como producto cinematográfico.

Para nuestra suerte, se ha anunciado la segunda parte de la película que reseño, para el 2023, con estreno exclusivo en cines, por lo que sólo nos queda esperar para saber si el director logrará elevar el nivel o seguirá transitando por camino seguro, lo cual tampoco sería mal; o si, por el contrario, al igual que las novelas Philip Pullman, se deben dar por vencidos y optar por un tercer formato que pueda ser el verdadero camino para seguir. Por lo pronto, si se está buscando una superproducción en forma para volver a las salas de cine, esta es la película indicada.