Los riesgos del ocio
Este fin de semana cociné por primera vez una berenjena. A diferencia de la joven nueva esposa cuya experiencia Rosario Castellanos nos comparte en su cuento “Lección de cocina”, yo tengo, y creo que bastante, experiencia con la cocina. Sobre todo me encanta experimentar con nuevos sabores, colores, texturas. Y, siendo una mujer a la que se le antoja casi todo lo que lee, pues trato de no quedarme con las ganas de probar cosas nuevas.
Así que me di a la tarea de ir al súper, escoger a tientas la berenjena (porque eso sí, no tenía ni idea de cuáles son los principios básicos para elegirla) y buscando recetas me inventé mi propia versión de la ratatouille, con perdón de los franceses y cuidando mi estómago que es alérgico a la calabaza (entre otras tantas verduras verdes, curiosamente).
Al momento de comenzar el proceso siguiéndolo de recetas de internet, me guié por el principio básico que todas tienen de sumergir la (verdura, según unas; fruta, según otras) veinte minutos en agua con sal para quitarle lo amargo. Procedí a ello en un recipiente bastante grande pero (horror) la berenjena no estaba dispuesta a permanecer sumergida, para nada lo tenía contemplado en sus planes ya que por más que la mantenía un rato bajo el agua, en cuanto la soltaba salía a la superficie nuevamente, incluso se hinchaba como si quisiera salir de la cazuela.
En ese momento me acordé de la Castellanos y su magnífico cuento. Me sentí totalmente identificada con el dilema de la recién casada ¿cómo era posible que la berenjena no quisiera permanecer sumergida si al parecer, es la única forma como logra tener un sabor menos agrio? Nos contemplamos un rato, ella toda rebanada, flotando y desparramando el agua como niño en alberca, y yo preguntándome qué tan fuerte podría resultar su sabor si finalmente no la pasaba por agua salada.
El asunto me llevó a fingir que la había anegado mientras hacía otros procesos esperando que pasaran los veinte minutos. Intenté no verla, pretendí que todo iba siguiendo el curso normal que debe existir para que la cocina sea un lugar de paz y belleza, y no el infierno que a veces se desata cuando uno no tiene la menor idea de qué sucederá con los experimentos culinarios.
El caso es que, al igual que el personaje de Rosario, continué el intento de cocinar. Llené de tomate el sartén, coloqué la berenjena, sin suficiente remojo pero con mis mejores deseos, puse la tapa, fuego bajo y la dejé sola un cierto tiempo hasta que comenzó a cambiar, en olor, en textura, en color. Cierto que en el cuento, la chica siempre está padeciendo el proceso de la carne en la cacerola, cierto que termina escondiendo el penoso resultado, cierto que el cuento de Rosario, todo él, nos hace reflexionar sobre la situación de la mujer, no sólo en la época en que fue escrito sino actual; todavía muchas mujeres se casan porque el lugar del sexo femenino está en el hogar, muchas tenían otros planes y no les queda más que seguir planes ajenos, muchas quisieran no estar en la cama bajo el hombre sino experimentando los goces de otras posturas.
Así que pensando en la situación de la recién casada de Lección de cocina, en la situación de Rosario Castellanos y en mi situación, la berenjena llegó a un punto en que su olor me dijo “ya estoy lista” y deliciosa, por cierto. Lo que espero hacer a continuación, tal vez cuando comience el frío o tenga un poco más de tiempo, lo que ocurra primero, son unas rosquillas que leí llena de recuerdos en una novela de Almudena Grandes.