Los riesgos del ocio
A todos nos ha pasado, supongo. Está uno tranquilo, embebido en la lectura, en la escritura, viendo una película, lavando los trastes o doblando ropa, cuando de pronto sientes “la presencia”, un algo que te hace voltear y enseguida brincar del susto ante eso que no esperabas ver ahí, en el marco de la puerta, la esquina de la cocina, o junto al sofá. Ante el “me asustaste” de rigor, viene el lugar común de “así tendrás la conciencia” seguido de las risas nerviosas por parte tuya y de tu asistente, hijo o madre, según sea la categoría del ser que te asustó deslizándose suavemente por la casa, hasta llegar a ti.
Y no, no es que tengamos la conciencia intranquila, o que seamos malas personas. Lo que nos asusta es que algo o alguien nos encontró embebidos, distraídos con cuestiones humanas que nos hacen olvidar el lado animal que nos pone en alerta ante el peligro.
Nos hemos acostumbrado a vivir en riesgo, pero a veces bajamos la guardia, nos descuidamos y es cuando nos entra el pánico y comenzamos a recordar cada paso que dimos para asegurarnos de no habernos contagiado de cualquier cosa, de no haber dicho algo impropio en el trabajo, de no haber dado falsas expectativas a un posible acosador, de no haber publicado datos o fotos que nos pongan en evidencia.
Pensaba hace rato, cómo la llegada del sida modificó la manera de relacionarse con el otro, al menos en los que estábamos a punto de llegar a la mayoría de edad en los ochenta, cuando creímos (algunos) que íbamos a poder experimentar la libertad del sexo, y resulta que lo que pasó en realidad fue desconfiar y pedir pruebas.
Luego vinieron mil y un cambios que nos alejaban cada vez más del otro, pasando por esa guerra del narco que nos hizo redoblar la desconfianza, sospechar de quien escuchaba tal o cual música o traía automóviles de tal o cual modelo. Hasta esta pandemia que, en un principio y ante cualquier tosecilla, nos quita las ganas de socializar; o esta crisis económica (que siempre ha existido, por cierto) que llena los cruceros de limpiaparabrisas, cada uno más agresivo que el anterior.
Tal parece que estamos mejor en nuestro paquetito de cristal, alejados de los demás, porque el instinto que nos protegía en aquellos remotos tiempos cuando la ley del más fuerte hacía sobrevivir a los más aptos, se ha ido adormeciendo con la evolución.
Ahora los audífonos y perfumes te ocultan el peligro. Aunque la sospecha hacia el otro está, sin fundamento en muchas ocasiones, muy bien colocada sobre el prejuicio.