Los riesgos del ocio

El asunto de  vestirse y sentirse bien con uno mismo, cada vez se vuelve más ligero a lo largo de los años. A la moda la mandas al demonio y decides que te pones lo que se te antoja para precisamente ser tú y estar en paz con tu organismo.

Hay muchos momentos molestos, vergonzosos, fastidiosos, y demás osos que se viven en la primera juventud, y en la segunda, e incluso siendo madre o adulto divorciado y dueño de su vida. Pero finalmente llega el medio siglo y nadie es amo de nuestro gusto y clóset más que nosotros mismos.

Ya basta de escuchar los consabidos “¿te vas a poner eso?” pregunta que siempre iba acompañada de una mirada fulminante a la que si hacías caso omiso seguía un costal  de razones: “te ves gorda, te ves flaca, está muy corto, está muy largo, no es para tu edad, qué van a pensar con ese escote, ese color no te va, está transparente, ponte brasier, bla, bla, bla”. 

Hay atuendos que no he vuelto a probar, por ejemplo, solo dos veces en mi vida he usado minifalda porque mis piernas han sido tan comentadas desde el tipo de hueso (válgame)  hasta su grosor, color, firmeza y cantidad de vello, así que no me siento a gusto con un largo más arriba de mis rodillas, raras además. 

Mi primera faldita era roja y la usé con una blusa blanca de la escuela, no recuerdo muy bien la razón, creo que me da dieron en casa de mi abuela. El caso es que me sentía muy bonita con ella, y más todavía porque mi abuelita me llevó, vestida así, al cine. Fuimos a ver Jaws. Todavía no puedo meterme al mar sin sentir con terror que algo me va a jalar y a devorar con saña, pero tampoco puedo olvidar la sensación de traer puesta esa minifalda roja, de vuelos y sentirme tan linda como se veía mi abuela con sus collares, su cabello recién peinado y su forma de sentarse en la sala del cine. 

La segunda minifalda me la hizo mi mamá y fue para ser la madrota en De la calle de Jesús González Dávila que dirigió Rogelio Luévano en los ochenta. O sea, ya llovió. Una faldita de licra, tan bien hecha que decían que más parecía concurso de señorita México que tugurio. En fin. 

He tenido que adaptar mi guardarropa algún tiempo en ciertas circunstancias, mientras fui maestra de colegio, por ejemplo. Siempre me han gustado los escotes, y tuve que dejar de usarlos, para no “dar ideas” a los alumnos. Los pantalones de pierna de barquillo que están tan de moda, no me gustan y fueron mi uniforme muchos años. La ropa la escogía pensando en ofertas, ya que cuando eres madre soltera no puedes darte el lujo de cosas tan vanas como comprarte un vestido que te guste. Heredé ropa de todos lados, porque, eso sí, mi cuerpo tiene la facultad de que le quede la ropa de todo mundo.

Pero no más. Siendo defensora de mi destino y de mi ropero, usaré lo que se me venga en gana, aunque no tenga edad para ello, o parezca arbolito de navidad con tanto colguije, así deba buscar por todos lados un pantalón de mi anacrónico gusto. 

Porque finalmente, de la moda no es lo que te acomoda, sino lo que te enamora, así, sin rima.