Los riesgos del ocio
En mi recuerdo, mis dos abuelas eran mujeres completamente diferentes. Doña Elvira, mi abuela paterna, era una mujer que no paraba de trabajar y tampoco aceptaba el ocio. Se corría el riesgo de que si te veía por la mañana o tarde leyendo o sentado charlando, te acercaba la escoba “para que se ponga a hacer algo mijo”. No usaba maquillaje, su ropa parecía ser siempre el mismo modelo de vestido con diferente tela. La recuerdo por las noches, con el cabello más blanco que gris, limpio, en una trenza muy apretada, fumando, porque a esa hora ya estaba permitido el descanso.
Mi abuelita Coco (noten el diminutivo que no existía en la otra abuela), por el contrario, era una mujer que se hacía tiempo para la manicura, con su cabello impecablemente peinado y teñido en el salón de belleza, con colores en su ropa a pesar de ser viuda y de los tiempos que dictaban el negro eterno a las mujeres que habían perdido al marido. Coqueta, un maquillaje tenue, con algún collar, prendedor, aretes, mascada. Arreglada se sentaba por las tardes afuera de su casa, con un libro en las manos. Tenía tiempo para conversaciones y mis teatros. Siempre me aguantaba las nuevas historias que tenía para actuarle. Me regaló algunos libros que todavía conservo. Los hombres se quitaban el sombrero a su paso en un gesto que siempre me ha parecido el piropo más elegante que hay, pero bueno, esas son cursilerías mías. Y por ahí supimos de algunos pretendientes que tuvo y de otros señores que mandaban saludos con las nietas a doña Coquito.
Esos recuerdos vienen al caso porque observo a la distancia a dos de mis primos convertirse en abuelos este año y a mis amigas de la secundaria, y veo los diversos tipos que somos todos.
Por ejemplo, yo siempre pensé que era la abuela mala, porque no veo a los nietos, porque mi nombramiento es un mero trámite ya que no ejerzo el título. Pero la consuegra me dijo “no, usted es la abuela buena, la que supo alejarse”.
En estos tiempos ya no sólo son dos tipos, sino con cada mujer se va formando un abuelear diferente. Estamos las que no nos comprometemos, las que seguimos haciendo nuestra vida de mujer, porque fueron muchos los sueños sacrificados cuando tuvimos hijos y hay que realizarlos, o porque la vida es corta y no queremos irnos sin haber hecho lo que hemos querido, o porque, simplemente no nos gustan los niños. (Se tenía que decir y se dijo). Y ante los ojos asombrados de las abuelas cuidadoras tenemos sobre nosotras la pregunta ¿y no te duele que no te conozcan los nietos?, la respuesta es no. Escogimos este camino. Tal vez en un futuro vengan a nosotras, tal vez nunca les interese eso. La vida es tan amplia e individual que no hay tiempo para amargarse.
Están también las abuelas que eligieron ejercer la palabra a manera de los cuentos de hadas, qué bien. Cada quien decide hacia dónde ir.
Entre un tipo y otro están todas las demás que tienen diferentes formas de ver, ejercer, apreciar, ocultar, disimular el título. Finalmente es un adjetivo más que vamos cargando, sobre el ser mujer.
Y lo bueno es que cada vez son menos las que al obtener el título, se dejan envejecer en automático, como se exigía antaño en un acto más de nulificación femenina.
Qué bello texto. Me llegó al corazón y me recordó a las hermosas mujeres de mi familia que ya dejan ido. Gracias!