Los riesgos del ocio
Recuerdo la primera vez que me dictaron una dirección de correo electrónico. Trabajaba en una oficina del Senado en la ciudad de México y todo era muy moderno. Estoy hablando de principios de los noventa. Yo soy secretaria porque salí de la secundaria en los ochenta con un título que me permite serlo, pero era la primera vez que estaba trabajando realmente como tal. De la máquina de escribir brinqué a la computadora y ¡oh, sorpresa!, a los correos electrónicos, a las cartas y mensajes rápidos, a las llamadas por un internet que todavía hacía mucho escándalo al momento de conectarse. Sin entrenamiento previo en el mundo cibernético me dictaron mi primera dirección electrónica y sufrí mucho adivinando qué diantres era la arroba, cómo se escribía, ¿con h, sin h? ¿Arroba, arrobe, arebe? ¡No escuché bien!
No tenía idea de que era un símbolo hasta que pude investigar más tarde. Obvio me sentí, además de tonta, súper vieja y fuera del mundo de la mothernidá.
Esto viene a mis memorias porque resulta que ahora, los nuevos tiempos nos obligan a tener reuniones familiares o amistosas guardando la precavida distancia que nos permitirá seguir disfrutando a nuestros queridos por más tiempo. Y de pronto nos hemos vuelto expertos en el famizoom, o en cualquier otra plataforma que nos permita reunirnos y convivir un rato, ponernos al corriente con nuestros sentimientos y hacerles ver a todos que seguimos siendo un grupo unido y dispuesto a protegernos y querernos más allá de esta pandemia.
Así, de plataforma en plataforma he tenido desde cuestiones de trabajo como Cafés literarios o lecturas de cuentos y juntas de planeación, hasta una “por qué no se nos había ocurrido antes” reunión con mis amigas del “milo”(chocientos, diría mi tía Laura). Las chicas de la secundaria ya aprendimos a manejar la computadora, el internet, las plataformas, las redes sociales y nos hemos visto virtualmente después de treinta y tantos años de posponerlo porque todas estamos en diversas ciudades del país. Emocionante de verdad.
Ahora sí, modernidad, estoy lista. O al menos ya perdí el miedo a romper la laptop picándole a la tecla indebida y el terror de mandar algo equivocado al espacio virtual ya me tiene sin cuidado.
Hasta me he dado el lujo de explicar a algunos cómo nos podemos ver en pantalla, qué y dónde hay que clicar para tal o cual cosa. Navidad y año nuevo me hicieron los mandados en cuestión comunicativa. Nos dimos abrazos y besos virtuales, los chiquillos nos enseñaron sus regalos, brindamos cada quién con su bebida favorita, con su piyama más calientita, algunos peinados, otros no, algunos bañados, otros no. He descubierto con agrado que la tecnología puede ser un arma a nuestro favor cuando se le pierde el miedo de regarla, de equivocarse, de descomponer algo.
Teniendo una familia como la mía, lo más sensato es seguir aprendiendo nuevas formas, fáciles y seguras de seguir juntándonos, mientras protegemos a los más vulnerables.
Salud por eso y listos para cantar las zoomañanitas al primer cumpleañero del año, quien por cierto, también es mi consejero médico en whatsapp.