El invierno que se queda
Recogimiento, búsqueda frenética de recetas, comida en el horno, películas y libros. Todo esto había acompañado los inviernos en el pasado como en el presente. Sólo que ahora también es para algunas personas miedo o añoranza. Miedo de saber ¿qué sigue después?
Sería optimista pensar que la mayoría de nosotros estuvimos en casa. Cocinamos, reparamos algo, ordenamos clósets y libreros. Hasta nos hartamos del encierro. Pero, al paso de los primeros días de enero veremos si en realidad la gente guardó las ansias de los encuentros y con ello puso freno a los contagios por el Covid.
En cualquiera de los escenarios, la angustia prevalece. Los primeros días del año suelen llegar como una ráfaga de aire helado, como un despertar abrupto y sin remedio. El invierno, después de las fiestas, en algunos casos te deja cansada y triste. No sabes cómo llenar los primeros días sin ser tener que mantenerte positiva, entusiasta y por otro lado, buscas en tu propio mundo si te quedaron ganas de planear, después de un año tan denso.
Enero es un mes largo y poco afectuoso. En la tercer semana aparece el famoso blue monday (el día más triste del año según pronósticos) bajan ingresos y aumentan las cuentas por pagar. Pero antes, este mes te permitía vislumbrar la primavera, un marzo o abril de exteriores, de encuentros y de un posible viaje. Y ahora no sabemos si lo tendremos.
El invierno, el mes de enero, me provoca esa extraña sensación de vacío. El vacío que dejan los escasos, esperados y muy cortos encuentros. La nostalgia de las cajas vacías, las envolturas aún en los contenedores. Las paredes heladas, los muros que nos contienen, nos recuerdan que aun queda mucho tiempo por vivir adentro.
Pero los recuerdos se cuelan. Y entonces la memoria te regresa a un mes de enero donde se podía viajar porque los costos bajaban y los aeropuertos se liberaban un poco. Como aquella vez, hace mucho, que compré mi primer viaje a Madrid. ¿Será que podré volver?
Todavía queda mucho invierno por delante. Ojalá que pueda llenar el mío de otras tonalidades, con olor perpetuo a café y que no sea tan eterno como las tardes de domingo o esos inicios de semana de gris oficina, sin luces que se cuelen por las rendijas.
Mientras tanto suena la letra de una canción: “que si el invierno viene frío, quiero estar junto a ti”.