Los riesgos del ocio

Se acaba el dos mil veinte, y mucha gente anda con la cantaleta de que por fin termina un año horrible, un año triste, un año que no debería contar. Vale la pena recordar que las cosas tristes u horrendas que sucedieron este año no se terminarán en automático justo el primero de enero. Sólo cambiamos de fecha, es todo, la pandemia continuará; el cuidado seguirá siendo parte de nuestra vida; el respeto por el otro formará parte de la cotidianeidad  a lo largo del dos mil veintiuno, si es que queremos que las cosas horribles sucedan menos.

Aprendimos mucho, tal vez más que en años anteriores. Hemos perdido a mucha gente querida en estos últimos meses. Hemos aceptado que vivimos con miedo, con ansiedad, con insomnio. Los que se quedaron en casa encontraron nuevas formas de sentirse mal o de evitar sentirse mal. Los que teníamos que salir a trabajar, nos dimos cuenta del recelo hacia al otro, en la oficina, en las juntas; desarrollamos angustia por el lugar de trabajo y ni siquiera la frase “da gracias que todavía lo tienes” pudo diluirla un poco. 

No quiero hacer recuento de todo lo que cambió, eso lo hemos visto diario en las noticias, en las redes sociales. Ya cada quién va haciendo su resumen del año en cuestiones mundiales o nacionales.

Hoy quiero escribir simplemente para despedir el año y saber que, a pesar de las lágrimas y la tristeza, me queda el consuelo de haber conocido, tratado y querido a todas esas personas que ya no podré ver. También tuve la fortuna de haber cerrado ciclos con todas ellas. Con otras hubo algo parecido a despedidas, sin saber que sería la última vez que hablaríamos en vivo o por teléfono.

Me encanta tener estas nuevas formas de comunicación, estas llamadas virtuales, estos mensajes a través  de continentes que nos mantienen comunicados con los que no podremos ver en mucho tiempo. 

Agradezco esta introspección que se nos ha permitido para darnos cuenta de lo verdaderamente importante. Lo fabuloso que es ocuparse de uno mismo, el saber que la vida es nuestra y cultivarla, darnos oportunidades, crearnos oportunidades, descubrir quiénes somos y quiénes son aquellos con los que queremos compartir nuestro yo. Y sobre todo, no estar esperando nada de los demás porque también deben estar ocupados descubriéndose.

Me siento contenta sin reuniones, sin fiestas familiares, sin eventos culturales en vivo. Sobre todo porque ya tuve mucho de eso y lo disfruté, y sé que en algún momento volveremos a tenerlo y lo gozaré igual. Mi casa es mi mundo una vez que termina la jornada laboral y no hay otro lugar en donde quiera pasar la tarde o el fin de semana. En ella tengo todo lo que quiero y doy gracias por ello.

Deseo que hoy y durante todo el próximo año, mis pocos o muchos lectores tengan la fortuna de un hogar en donde puedan vivir esta pandemia, solos o acompañados, en paz y con esperanza. A pesar de todo.