Los riesgos del ocio

Hace poco más de un mes me sentí bastante discriminada, aunque no sé si sea la palabra correcta. Fue un comentario no dirigido a mí, sino soltado al aire en mi grupo de Pilates, donde la mayoría de las alumnas creo que son muchachas menores de treinta, con el cubre bocas y la careta es difícil saberlo.

 La instructora habló de lo sorprendida y de la vergüenza ajena que sintió yendo a cierto antro y viendo que la mayoría de los asistentes eran mayores de cuarenta “había hasta gente de cincuenta o sesenta bailando como si fueran chavos” fue el comentario cerrado con risas. Me sentí aludida y no. Porque a mi edad sigo bailando como si fuera la misma chica de diez y seis que se colaba en La Rosa con sus primos o la misma niña que comenzó a bailar a los ocho o algo así en las fiestas familiares donde la convivencia con los adultos, la música de las grandes bandas primero y luego del rock and roll, te hacían sentir que eras parte de un todo.  

A los cuarenta conocí al amor de mi vida con quien iba a bailar cada vez que se podía a lo que quedaba de la Wonder, cuya pista de luces, bola de cristal y sonido disco, diluía las diferencias de edad. Soy hija de la disco, amante de esas fotografías de Studio 54 que muestran canas y flacideces conviviendo en el mismo dance floor que la juventud.

Veo a mis tíos, de más de setenta, algunos con ochenta años, que siguen siendo los primeros en levantarse a romper pista en cualquier fiesta, reunión familiar o baile formal y es lo más natural del mundo. 

Es extraño la cantidad de prejuicios que tienen algunas personas, como si nadie les hubiera explicado antes o no hubieran tenido el ejemplo en casa de que la edad es sólo un número. Se puede amar, tener sexo y bailar no importa cuántos años diga tu acta que tienes. No es justo pensar que en cuanto tienes cincuenta debas cortarte el cabello, ponerte chal, esperar a los nietos y cancelar orgasmos. Cualquier ginecólogo puede explicar el por qué lo mejor está por venir después de la menopausia: no embarazos, no sangrados, sólo la diversión, amigas.

Sigo brindando con aquellas que antes de la pandemia disfrutaban el karaoke, que salían de fiesta, que siguen vistiendo y enseñando sus cachos buenos, porque para cancelar lo que son tendrían que estar muertas y aún así, algunas ya pidieron  que las entierren con rojos y brillos. Y no se equivoquen, estas mujeres no usan minifalda ni escotes porque anden de cacería, como creen algunos, sino porque algunos hábitos de vestuario son muy difíciles de erradicar. Uno ama las lentejuelas sólo porque sí.

Espero el fin de este recogimiento y deseo que sigamos vivos y listos para reunirnos nuevamente, para gritar el contento y quitarle la pausa a esta lista de reproducción, no importa la edad que tengamos.

Porque, así parezca raro, les de pena ajena, piensen que somos ridículos, a pesar de las canas, aunque el rostro no sea tan encantador ni el cuerpo seductor, la vida nos sigue llamando y hacia ella iremos bailando, cantando, amando, cumpliendo nuestros deseos, teniendo metas, festejando cada cumpleaños en cualquier lugar, sabiendo que esto no se acaba, hasta que termina.

Un comentario en «Los riesgos del ocio»

  1. Pues qué divertido no tener marañas en la cabeza y sólo disfrutar la vida, con los números que se tengan encima!

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