Los riesgos del ocio

A riesgo de que comiencen a creer que soy una mujer ruda y sin sentimientos, declaro que me encantan las películas de machos de acción. Pero no cualquier película de trancazos, balazos y explosiones puede caer en ese gusto que me doy algunos domingos de flojera. Hablo de esas buenas películas donde la estrella es un carismático forzudo capaz de entender que se parodia a sí mismo y sus músculos, donde la lucha generalmente es cuerpo a cuerpo, las balas se guardan para cuando ya no hay más remedio y sólo mueren los seres oscuros que hicieron daño a la humanidad. 

Las mujeres de mi generación, o al menos mis amigas y yo,  aguantamos las películas de machos siempre y cuando tengan una historia que les haga soporte o les otorgue algo humano. Y no quiero con la palabra macho ofender a nadie; recuerden que dije mi generación y aclaro que tengo más de 48 años. Estoy muy lejos de las treintonas solteras fabulosas que han cambiado el lenguaje y a los protagonistas de estas películas, que antes estaban repletas de testosterona, por insípidas fábulas de chicas rudas. 

Crecimos con Stallone, Van Damme, Willis y  Schwarzenegger, con la clásica historia del hombre salvador, pero no de cosas abstractas, eso ya fue después y se volvieron aburridas. Al principio se trataba de rescatar a la esposa (todo muy dentro del canon) o a la hija o a los tripulantes de un barco, un avión, etcétera. La combinación es tan grande como relaciones afectivas puede haber dentro de lo decente (no amantes). 

Y la verdad si era (¡y sigue siendo!) placentero acurrucarse junto a la pareja del momento, con el regazo lleno de chuchulucos  a mirar un montón de cuerpos masculinos semidesnudos, brincando del avión al helicóptero, de la montaña al avión, del edificio al camión, y golpeando una cantidad increíble de extras mientras sostienen la foto de la hija amada a la que no han visto en años, o el recuerdo de la esposa muerta, o a la misma esposa de la cual estaban separados pero no se atreven a divorciarse porque todavía la aman. Convirtiendo así la película de acción en un híbrido rosa sangre.

Algunos de estos hombres de acción se han adaptado a los tiempos, así que Rambo deja de ir a rescatar soldados a la exótica Asia y viene a México a salvar chicas secuestradas por  carteles de la droga, pero nos deja con las ganas del “hubiera acabado con todos los malos”; Terminator se vuelve un humano padre de familia y nos recuerda la cantidad de años que tenemos encima, algunas ya hasta somos abuelas,  y Van Damme termina siendo el malvado que muere en la épica trilogía de forzudos que los juntó a todos. 

Sé que en realidad nadie espera ser rescatada, que podemos solas, que el gran héroe de acción es sólo una fantasía a la que podemos regresar un fin de semana cualquiera, cuando queremos no pensar en las diarias luchas, en los esfuerzos intelectuales, en la avalancha de cambios que estamos viviendo.

Y ya viene navidad, época de volver a ver Duro de matar, por supuesto que la uno.