Los riesgos del ocio
Unos meses después de iniciada la pandemia con la que hemos estado conviviendo desde marzo, comenzaron las buenas gentes a solicitarnos, a los no tan buenas gentes, que “por favor, consuman local” y eso con la finalidad de apoyar a todos esos establecimientos que permanecieron cerrados un tiempo pero que ya tenían permiso para continuar sus actividades.
Bien, pensé, trataremos de hacerlo en lo posible. Así que un sábado de mandado cualquiera me levanté con el firme propósito de ir al mercado, toda fresca yo con mi lista de compras en la mano y mi bolsa para la fruta. Llego y resulta que me doy cuenta de que a quien madruga nadie le ayuda. El mercado cerrado. Me dije, está bien, supongo que las 8 de la mañana no es una hora propicia, creo que inician a las nueve. Me regreso a casa a tomar el café, que yo preparo porque las cafeterías que solicitan que los apoyes no abren sino hasta las diez o pasadas las diez de la mañana, lo cual carece de sentido porque el café entre más temprano mejor, creo yo.
Regreso al mercado a las nueve. Cerrado. Espero, pensando en esa costumbre de la gente de no abrir puntuales sino minutos o cuarto de hora después, pero nada. Así que opté por lo que hacemos las personas que iniciamos temprano el día, me fui al supermercado que siempre está abierto desde las 7 de la mañana.
Esa situación sólo la viví dos sábados más. Uno de ellos, salí con el deseo de probar el pan de dulce de cierto restaurante pequeño de la ciudad que se anuncia con deliciosas fotos. El antojo me hizo ponerme los tenis y el brasier para salir en su búsqueda. Cerrado. Y la última oportunidad se la di a la tienda de la esquina. Nada. Todos los días salgo al trabajo a las ocho de la mañana hora en que no se ven movimientos detrás de la doble puerta con que se protege la tiendita.
Aquí llenaría mi página de emoticones tristes, pero mejor opto por seguir con mi costumbre de adquirir donde puedo los productos que necesito para alimentarme o vestir; sumándome a la cantidad de gente que piensa que no vale la pena esperar a ver a qué hora abren para hacer el mandado o comprar una comida que a la larga resulta más cara que la hecha en casa. Además, cocino de manera artesanal y la tortillería siempre está abierta a las siete de la mañana.