El verano más incierto

El verano no solo era sinónimo de viaje a las playas, de quintas con albercas y de abarrotar los cines y malls con climas frescos. (Todo lo que no podemos hacer hoy). En el verano, también los museos abrían recorridos y cursos especiales. Los teatros, algunos, atraían a sus escenarios a artistas de otras ciudades.


Recuerdo en los anteriores veranos a los festivales de guitarra, de monólogos, de ópera o de danza. Una niñez se apretujaba en los cursos intensivos en museos, centros culturales o deportivos.

El verano era sobre todo una pausa cordial para la niñez y la docencia. Era un intermedio que te obligaba, como adulto, a parar un poco el ritmo para reiniciar con fuerza el resto del año. En verano, a veces en esta ciudad desértica llovía (y ha vuelto a llover).

Si el calor se ponía de color insoportable, estaba la noche, las sillas y mecedoras afuera de las casas. Nuestra calle principal y su camellón lleno de peatones, en las banquetas por las noches, la algarabía era duradera.

Pero en este verano, las malas noticias fluyeron. La pandemia no nos dio la tregua que esperábamos, y aunque sin atender llamados de salud muchas personas hicieron su verano en las calles y tiendas; para mí hubo dos hechos que nublaron esa calidez que antes invadía el ambiente:

Una tarde vi en el bulevar a un par de médicos bajarse exhaustos de un automóvil, cubiertos con batas y overoles, en una ciudad con 38 grados, tapados hasta la cabeza con mascarilla y caretas.

Sus cuerpos lo decían todo. Devastados. Se pararon a esperar a alguien: tal vez llevarían una mala noticia, como en los tiempos de guerra cuando los soldados tocaban a la puerta de las casas para anunciar una muerte más.

Esa imagen se quedó grabada en mi memoria hasta que llegué a la casa, abrí mi cuenta de twitter y un médico me etiquetó en un post que pedía apoyo para compartir: un urgente llamado para ayudar a la salud mental del personal médico en el país, pidió apoyo a psicólogos, psiquiatras e instituciones. Publicó mensajes devastadores de médicos terminando la jornada…

El otro hecho fue la plática que sostuve con una amiga que trabaja en uno de los bellos teatros de la ciudad. Me dijo: “está cerrado, no tenemos para cuando volver, estoy muy triste”. Un teatro para más de mil personas, sin esperanzas de abrir en el mediano plazo.

¿Que significa esto? No solo espectáculos cancelados, artistas sin empleo, se trata de sonrisas perdidas y espectadores que ya no tienen más, ese regocijo que el hecho escénico provoca en nuestras almas.

Así, en el encierro para unos, en la soledad, la enfermedad o la tristeza para otros, transcurre este gris verano, que entre tanto, nos ha traído la lluvia en el desierto norteño de México: un regalo breve como una postal añorada.