Los riesgos del ocio
Hoy despierto con el firme propósito de comenzar un proyecto que me ha dado vueltas en la cabeza desde hace un mes.
Rescatar el peso perdido, no… suena raro. La idea es recobrar el cuerpo perdido, aunque parece ser más fácil que Proust salga en búsqueda del tiempo y lo recupere a que yo logre encontrar ese cuerpecito que fui.
Me doy cuenta de que a veces resulta que el trabajo y las realidades de la vida te van quitando un poco de esencia. Parafraseando a Dante Alighieri, me encuentro en el oscuro camino justo a la mitad de mi vida y es necesario definir prioridades.
Aunque la verdad es que da lo mismo si esa negrura se presenta a los treinta y cinco, a los cincuenta o a los doce. Siempre estaremos confundidos, golpeados por esa graciosa manera que tiene el tiempo, la realidad y la necesidad, de recordarnos que estamos en manos de algo que nos pondrá obstáculos cada vez más grandes a cualquier intento por volver a ser aquello que alguna vez vimos en el espejo.
Con mi propósito clarísimo, me subo a esa báscula que la mayoría tenemos empolvada en algún oscuro cajón, y veo con horror que la tarea asignada por mi yo ingenuo va más allá de lo previsto.
Veamos, diez años de alegría sin fin, de botana con amigos, de comidas lindas con pretendientes, de agasajar escritores, de pastel y café con amigas, de tardes tequileras con los padres; de noches de bohemia, de mañanas de escritura. Kilos extras que no importaban hasta que decidí abruptamente que ya era suficiente de indisciplinado placer y tocaba un poco del auto cuidado que proclaman aquellos que esperan tener una sana vejez.
Así que disciplinadamente saco todos esos productos deliciosos pero malvados de mi refrigerador, de la despensa y comienzo a alejar esas botellas de vino de mi cava, y las sensualmente crujientes cositas saladas, para sustituirlas por apios que también crujen, pero de formas bastante aburridas. Y encuentro al fondo de la alacena una balanza que me hará no pasarme de los cien gramos permitidos de cada cosa.
Aprovecho los tiempos de sana distancia para alejar antojos y buenos momentos, y recuperar el hueso perdido, la clavícula oculta, el muslo raquítico que pueda ser cubierto por esos horrendos pantalones de tubo que se cree que todas las mexicanas ansiamos tener en nuestro ropero.