Die, My Love (2025)

Más de 10 años han pasado desde que Jennifer Lawrence y Robert Pattinson estelarizaran, cada uno por su cuenta, exitosas sagas dirigidas al mercado juvenil que los volvieron superestrellas. Aunque a ella le resultó más fácil sacudirse la etiqueta de actriz comercial (tiene un Oscar bajo el brazo y otras tres nominaciones), trabajando con realizadores como David O. Russell, Darren Aronofsky y Adam McKay; él, por su parte, se ha encargado de conseguir papeles de mucha mayor calidad y dificultad interpretativa, con directores como David Cronenberg, los hermanos Safdie, Robert Eggers y Bong Joon-ho. En esta línea y colaborando por primera vez, ambos estelarizan la nueva cinta de la directora escocesa Lynne Ramsay, Die, My Love, basada en la novela homónima de la escritora argentina Ariana Harwicz.

Para quienes no saben de qué va la novela, no vieron el tráiler o ni siquiera sabían de la existencia de esta película, la historia va más o menos así: una pareja en sus treintas, Grace (Lawrence) y Jackson (Pattinson), se muda de Nueva York a una ciudad rural —muy rural— en Montana, lugar de nacimiento e infancia del segundo, donde viven sus padres y familia cercana. A pesar del impacto inicial de ella al ver la deteriorada propiedad en la que van a vivir, no tardan mucho en volverla su hogar, demostrando que se aman y son felices juntos, divirtiéndose, haciendo lo que quieren, desde juegos casi infantiles hasta el desborde sexual.

Después de algún tiempo, la joven pareja se prepara para recibir a su primer hijo, alrededor del cual vemos entusiasmo y alegría… claro, hasta que este nace y todo comienza a desmoronarse. Y no es que el bebé sea el culpable, no. Es, de hecho, el infante más hegemónicamente lindo y adorable que puedas imaginar, la imagen de los que vemos en las marcas destinadas al consumo infantil. ¿Cuál es el problema entonces? Pues que Grace comienza a demostrar signos de depresión/psicosis posparto, de una manera que nadie parece entender, ni siquiera ella misma, que lucha con estos sentimientos que la invaden, desbordándose a niveles que nadie esperaba, causando caos y conflicto a su paso.

Lynne Ramsay no es ajena a este tipo de historias. Previamente, en la que a gusto personal es su mejor trabajo, We Need to Talk About Kevin (2011), exploró la historia de una madre a la que le cuesta querer a su hijo, aunque por motivos muy diferentes. En esta ocasión, la directora ha decidido tocar un tema que ocurre con más cotidianidad de la que se pensaría: ese desequilibrio que sufren las madres en los primeros meses —o años, en algunos casos— una vez que sus hijos han nacido. No es que haya algo mal en realidad, como se ve en la cinta; es el hecho de volver a ser lo que eras antes de ser consumida por ese nuevo papel que desempeñas, el cual parece haber borrado todo lo que fuiste para volverte únicamente una madre.

Para plasmar su visión del tema, adaptando el material base, la misma Ramsay se encargó del guion junto a Enda Walsh, quien tiene trabajos interesantes como Hunger (2008), y Alice Birch, una de las dos mentes detrás de Lady Macbeth (2016). En conjunto, los tres optan por darnos una historia que solo va en aumento en tensión y malestar —no dicho en tono peyorativo—. Su visión es oscura y sin miramientos compasivos: las cosas son lo que son y no van a mejorar. Buscan agotar al espectador, primero poniéndonos en una situación donde entendemos y empatizamos con Grace, para poco a poco alejarnos de ella y ser simples observadores de sus acciones. Posiblemente esa sea la causa de algunas reacciones negativas del público, que no puede comprender el actuar de la protagonista.

Esta es una historia que va a dividir —de hecho, ya lo está haciendo—, pues no ha resultado en taquilla como se esperaba, y no han sido pocos los que han abandonado las salas antes de que la cinta termine. No es que sea demasiado fuerte o muestre escenas impactantes, aunque la trama lo sea. La cuestión es que para algunos (hombres, sobre todo) ha sido difícil conectar con ella, les ha aburrido o incluso molestado. Esto, véase como se vea, cumple con lo que, en apariencia, buscaba la directora, ya que es una de esas películas que no dan respiro, no buscan agradar ni quedar bien con su público. Has entrado a la sala y no te va a dejar indiferente, sea cual sea la reacción que te genere. Una de esas historias que resultan terroríficas, pero que no buscan asustar. Uno no puede dejar de pensar que lo que ve no le agrada, aunque a algunos nos haya hipnotizado.

Narrativamente hablando, la trama no es perfecta, sobre todo cuando cae en metáforas que no terminan de funcionar, algunas más obvias que otras. Otro punto es la desnivelación con respecto a los personajes, ya que mientras el de ella se construye con cuidado quirúrgico, el resto —marido incluido— son tan solo satélites que orbitan a su alrededor, tratando de evitar el daño que puede causar estar en su camino. Mientras sobre ella se reitera en diversas ocasiones su trabajo como escritora, de él no se nos cuenta mucho sobre su forma de ganarse la vida, más allá de algunas actividades que se mencionan al azar y parecen más hobbies que cuestiones laborales. Sabemos que le gusta pintar, tiene una batería y observa las estrellas con un telescopio —todo mostrado una única vez o mencionado muy superficialmente—, pero nunca lo vemos trabajar como tal. Sabemos que se ausenta de casa por días, pero nunca nos dicen la razón.

Aunque esto podría ser un enorme hoyo argumental —que posiblemente lo es—, sirve para dar mayor fuerza al personaje femenino, que es quien lleva la carga emocional de la cinta. Él regresa, ve el caos en que se ha convertido su esposa y nunca, hasta que no puede negar más la realidad, intenta hacer algo para ayudarla, siempre dentro de lo que él considera correcto, a través de su propia visión. Un hombre que se va desvaneciendo y perdiendo mientras la “locura” de su esposa se descontrola, realizando acciones que, en lugar de ayudarla, terminan por agravar los problemas. Como cuando le lleva un perro que no deja de ladrar, mientras ella demuestra su rechazo al animal, pues entre los llantos de su hijo y el ruido del perro, tanto ella como nosotros quisiéramos poner pausa o bajar el volumen para tener tranquilidad por un instante.

Y si dejamos las simplezas de lado, esta no es otra historia sobre depresión posparto: aquí hay algo más. La psicosis brota, algo que se explica viene desde la infancia, revelándose cuando se cuenta una anécdota casi al final de la cinta. Una insatisfacción eterna que se arrastra desde hace mucho tiempo y que terminó por salir a flote con su cambio de rol social. En este sentido, el personaje de Pam (Sissy Spacek), la madre de Jackson, viene a representar esa sororidad entre mujeres que han vivido lo mismo, como le dicen una y otra vez otras durante el metraje: “los primeros meses son los peores, nos vuelven locas”. Pero su personaje tiene una doble misión: evidenciar todo en lo que Grace no quiere convertirse. Una mujer que ha quedado sin identidad propia una vez que su marido no está y su hijo tiene una vida aparte. Grace teme eso, lo repudia y no puede ocultarlo.

Es posible que esta película hubiera podido funcionar mejor con otro tono, profundizando más en algunas cuestiones, pero no por eso falla por completo, pues cuenta con un arma que la coloca varios escalones arriba de otras producciones: su reparto. Dejando en claro que tanto Pattinson como Spacek están realmente excelentes en sus papeles, es Jennifer Lawrence quien sostiene la película completa sobre sus hombros. Si hay algo que hace que valga la pena verla hasta el final es ella. Su trabajo es descomunal, digno de premios y aplausos. Habiéndola conocido con su soberbio desempeño en Winter’s Bone (2010) —por la que recibió su primera nominación al Oscar y demostró que podía ser una reina de la contención—, en este caso se vuelve la antítesis de aquel personaje. Aquí su Grace pasa de una ligera llovizna a un huracán que solo va tomando más fuerza con cada escena, más destructivo, más peligroso, uno que no dejará a nadie a salvo hasta que se diluya su fuerza y continúe su rumbo. Jennifer Lawrence nos regala una de sus mejores actuaciones, tan desgarradora como desoladora e inquietante, algo difícil si estamos al tanto de algunos de sus papeles previos.

Die, My Love es una historia interesante, aunque no sencilla, mucho menos perfecta. Se pierde por momentos y se vuelve reiterativa en otros, algo que no mejora por las acciones de una protagonista difícil de entender. Pero es una cinta que ves y se te queda en la mente si logras llegar hasta el final. Cruda, oscura y hablando de algo que se quiere barrer bajo la alfombra: la maternidad es difícil, cruel y hasta violenta para las mujeres que la experimentan. No será para todos los gustos, y si no es el tipo de cine que prefieres ver, en esta ocasión sí recomiendo no hacerlo. Sin duda, calidad aparte, está entre mis favoritas del año, sobre todo por ver a una Lawrence en estado de gracia, dándolo todo en un personaje por demás demandante. Posiblemente no suceda, pero si llega al Oscar, sería una nominación por demás merecida.

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